«Bazar de ingenios», por Noemí Montetes Mairal

Balanza. Fuente de la imagen

 

Recomiendo a los lectores narrativabeve.com este texto de Noemí Montetes Mairal, dedicado al género del microrrelato. Es un artículo, escrito en un tono a veces académico y a veces coloquial, más divulgativo que ensayístico, pero tiene la bondad de hacer un rápido repaso de lo que ha signficado y significa el microrrelato, y aporta títulos de libros imprescindibles de leer para cualquier amante del género ultrabreve. Me parece sugerente esa suerte de balanza que dibuja la autora: en un plato está la novela y en otro el microrrelato, y cuando uno sube, baja el otro. ¿Habrá algo de cierto en ese imagen?

BAZAR DE INGENIOS

Noemí Montetes Mairal

Si nos pusiéramos grandilocuentes, académicos y estupendos, podríamos empezar este artículo indicando que cada época o movimiento estético acostumbra a destacarse en el ejercicio de un género literario específico -dos a lo sumo. Aquel -o aquellos- que mejor se adecúan a su manera de pensar y a su contexto histórico y cultural. Los clásicos grecolatinos brillaron especialmente en la tragedia y la lírica (la lírica, sí, ese género minoritario y sutil que casi siempre suele ser el que acostumbra a llevarse el gato al agua en cuanto a la innovación de tendencias estéticas se refiere). La Edad Media destacó por la elaboración de romances narrativos y épicos. Los Siglos de Oro -con la gratísima excepción de la novela cervantina, adelantada a su tiempo-, dieron un paso de gigante renovando la lírica y el teatro, más que la prosa, que, aunque sobresale en su vertiente picaresca, no alcanzará altas cotas de madurez hasta el siglo XIX. El enciclopedista siglo XVIII -con la Ilustración a la cabeza- privilegiará el cultivo del ensayo como el género más adecuado para sus intenciones didácticas. El Romanticismo, a caballo entre el XVIII y el XIX, se ejercita fundamentalmente en la práctica de la lírica. El Realismo-Naturalismo recupera la herencia cervantina y eleva la novela a cotas de calidad literaria difícilmente superable.

El siglo XX da comienzo a finales del XIX con la irrupción del Modernismo. Alcanza su punto álgido con la eclosión de las vanguardias y en los años sucesivos se dedica a reinventar las herencias pasadas, tratar de darles la vuelta, de plantear los mismos temas y motivos desde perspectivas insólitas. Es la época de la experimentación, de la búsqueda de las últimas fronteras, de los límites de la expresividad lingüística: del vacío al grito, del todo y la nada. ¿Cuál sería entonces el género o géneros que hayan de caracterizar los atributos singulares del siglo XX por encima de cualquier otro? Si tratamos de pensar en las obras cumbre, distintivas y esenciales escritas y dadas a conocer en este siglo que todavía es el nuestro y que condiciona totalmente nuestro modo de ver y aprehender la realidad, la respuesta es confusa. Es el siglo de La tierra baldía, del Ulises, de los caligramas, de Macondo y Yoknapatawpha, de los caminos de Swann, de El Aleph, de Las elegías de Duino… El siglo que no ha creado tan grandes, inmortales personajes de novela como sí conseguirían, con mucha mayor brillantez, los grandes novelistas del XIX, pero que ha llevado el lenguaje y la técnica narrativa y lírica a los límites de la indefinición, de la expresión humana, de la mezcla absoluta de géneros, artes y disciplinas: la experimentación, el mestizaje, se convierten en sus más adecuadas señas de identidad. La confusión, la síntesis, el deleite por lo fragmentario, todo lo decible y lo indecible se dan la mano en la literatura del XX. Todo cabe.

Es también el siglo que se mueve por las autopistas de la información, donde la necesidad de la comunicación rápida, concisa, inmediata, se ha convertido en la divisa de finales del siglo XX y de principios del XXI. No es por tanto baladí que se esté volviendo a replantear la muerte de la novela en el momento en el que también reaparece la moda, el gusto por el relato hiperbreve, el microrrelato, el micro o minicuento, las historias mínimas, el cuento o relato mínimo o brevísimo (porque de todas estas formas ha sido denominado, y su dificultad para ser definido no es más que una característica sintomática de la dificultad que entraña precisar su naturaleza polimórfica). Y no es tampoco gratuito que cuando la generación de Ortega postulaba la muerte de la novela a principios de siglo fuese también un momento especialmente brillante y saludable de este extraño género híbrido que nos ocupa, y que entonces despuntaba de la mano de los autores que coqueteaban con la poesía, la greguería, el aforismo, el ensayo o el artículo corto. Como ahora, poco más o menos.

Porque probablemente la característica más específica del género del microrrelato sea precisamente esta -como hemos indicado unas líneas más arriba- la seña de identidad, asimismo, más distintiva del siglo XX: el mestizaje entre los géneros, las artes, las disciplinas. Y así el microrrelato, que coquetea con el relato propiamente dicho, pero también con el poema, la prosa poética, el aforismo, la greguería, la máxima, el haiku, el artículo periodístico, el relato fantástico, el chiste, la adivinanza, la fábula, el apólogo, el ensayo breve, la pieza teatral, el guión cinematográfico, el lenguaje de la publicidad (o incluso, rizando el rizo, también, por qué no, con el estilo telegráfico de muchos e-mails o con el lenguaje escueto de los mensajes entre teléfonos móviles), se convierte en el género mestizo por antonomasia. Un género híbrido, manejable, moldeable y, por tanto, ambiguo, impreciso: de difícil catalogación y definición. Características todas ellas que responden perfectamente, por su agilidad, rapidez y brevedad, a los signos de nuestros tiempos. Incluso se podría llegar a aventurar quizá, por qué no, que siendo uno de los géneros más prometedores del XX, se trate del que mejor llegue a definir y caracterizar los rasgos del XXI. Quién sabe. Sea como fuere tampoco resulta una teoría muy disparatada, y, si no, léanse las Seis propuestas para el próximo mileno de Italo Calvino y veremos si resulta o no demasiado arriesgado, al menos, sugerirlo.

Y es que no hay más que estar un poco atento a los anaqueles de las librerías donde se exhiben las últimas novedades que se publican para comprobarlo. Pero no busquemos sólo en las tiendas de libros. El auge de los microrrelatos se advierte sobre todo en la prensa periódica y especialmente en internet. O en los dos soportes a la vez. Lo cierto es que no podría ser de otra manera: la misma naturaleza del género convierte estos medios de difusión en su instrumento más adecuado, más afín al carácter del género.

Para muestra un botón, un ejemplo, y cito este como podría haber escogido cualquier otro: el 18 de junio del 2002 el diario El Mundo publicó en sus páginas culturales esta noticia: «Más de 2.000 textos han participado en el VIII Concurso de Microrrelatos Digitales elmundo.es, que se ha celebrado durante la Feria del Libro en la edición electrónica de este diario». Lo cual nos informa por un lado del auge del género tanto en la prensa periódica como digital, y por otro del elevado número de adeptos (autores y lectores), a razón tanto del volumen de textos presentados como de que ya se trataba de la VIII convocatoria del concurso. Un auténtico logro, desde luego.

Pasémonos ahora a la competencia, al diario El País. En las páginas de su suplemento dominical en numerosas ocasiones se han publicado varias entregas de microrrelatos, tanto de escritores consagrados como de simples aficionados que hacían sus pinitos en el género, logrando resultados ciertamente notables. Asimismo en Babelia, el suplemento cultural del mismo periódico, y desde hace varias semanas, Juan José Millás, un experto en el género de los articuentos (como a él le agrada definir los textos que pergeña, y ya ha publicado algún volumen reuniendo los mejores de su vasta producción) dirige una sección en la que los numerosos oyentes del programa radiofónico de la cadena Ser, La ventana, tienen la oportunidad de que sus relatos breves sean leídos en antena y de que posteriormente estén entre los escogidos por Millás para ser publicados en las páginas de Babelia. El fenómeno de los microrrelatos, y cabe insistir en ello, no ha hecho más que empezar.

Tampoco quisiera pasar por alto la publicación de un volumen que, pese a ceñirse más bien al género del relato corto más que al del microrrelato, también nos indica hasta qué punto está extendido popular e internacionalmente el gusto por este nuevo género. Me refiero a la recopilación de historias de oyentes que el destacado escritor neoyorquino Paul Auster ha recogido en su recomendable volumen Creía que mi padre era Dios. Para entendernos, se trata más o menos del mismo procedimiento seguido por Millás en España: una emisora de radio norteamericana le sugirió a Auster que leyese relatos suyos por radio. Él pensó en declinar la oferta, hasta que su mujer, la escritora Siri Hustvedt, le propuso que en vez de leer sus propios textos brindara a los oyentes la oportunidad de ser ellos mismos los que escribiesen relatos breves, impactantes, ágiles, entre los que él elegiría los mejores para ser leídos en antena. El experimento fue un éxito rotundo. Tanto, que decidió realizar una segunda criba y recoger -de entre aquellas narraciones que fueron leídas- las de mayor calidad literaria para su publicación. El resultado es Creía que mi padre era Dios (subtitulado Relatos verídicos de la vida americana), una recopilación que, a fuer de su editor, retrata como pocos libros la idiosincrasia íntima, auténtica, la manera de ser y comportarse de los ciudadanos de su país. Y si de americanos hablamos -aunque no sea este el contexto más adecuado para alargarme sobre ello- no podemos dejar de apuntar que en el fenómeno de los microrrelatos los norteamericanos son destacados cultivadores del género, y que ellos sí se han puesto de acuerdo en una definición genérica, la cual, si bien no acaba de resultar muy convincente, al menos no lleva a la confusión en la que estamos sumidos los lectores en el ámbito hispánico: los denominan short-short stories, y al género, sudden fiction.

Centrémonos, por tanto, en los escritores del ámbito hispánico. Como claros precursores de este nuevo género cabe señalar a principios del siglo XX a Ramón Gómez de la Serna (con sus caprichos, o sus greguerías) y también a Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Enrique Anderson Imbert, Juan José Arreola, Max Aub (ejemplares sus Crímenes ejemplares para ser incluidos en cualquier antología del género que se precie), Ana María Matute, Juan Eduardo Cirlot, Ignacio Aldecoa, José Ángel Valente o Rafael Pérez Estrada, por citar sólo algunos entre los mayores. Y a Augusto Monterroso (probablemente quien más haya hecho por popularizar el género, consiguiendo que su famoso Dinosaurio haya traspasado toda frontera), Luis Mateo Díez, Javier Tomeo, Juan José Millás, Hipólito G. Navarro o Juan Eduardo Zúñiga entre los que todavía continúan cultivando la escritura de microcuentos con asiduidad.

En los últimos diez o doce años se han ido publicando, además, diversas antologías que también han contribuido a fortalecer y difundir el género. Nunca está de más citar al menos tres o cuatro títulos. Primero y principal, el volumen quizá más citado y desgraciadamente inencontrable en librerías: se trata de la compilación de Antonio Fernández Ferrer, cuyo título remite precisamente a un microrrelato de Juan Ramón Jiménez: La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, Ed. Fugaz, Madrid, 1990. Más cercanos, y enumerados por orden cronológico cabe destacar también los siguientes volúmenes: Quince líneas. Relatos hiperbreves, de Varios Autores, Ed. Tusquets, 1996; la compilación de José Luis González, Dos veces cuento. Antología de microrrelatos (con prólogo de Enrique Anderson Imbert), publicado por Ediciones Internacionales Universitarias en 1998; y finalmente el más reciente de los cuatro, a cargo de Lauro Zavala: Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos, Ed. Alfaguara, Madrid, 2000.

Y una vez puestos los lectores en necesarios antecedentes, abordemos la muy reciente publicación de varios volúmenes prácticamente simultáneos recogiendo microrrelatos ya clásicos o de nueva planta como son los siguientes: la Antología de cuentos e historias mínimas (Col. Austral), Por favor, sea breve (Páginas de Espuma), Galería de hiperbreves (Tusquets), o Lavapiés (microrrelatos) (Opera prima).

De los cuatro, el volumen más condicionado por un criterio de selección académico o al menos didáctico es la Antología de cuentos e historias mínimas, editada por Miguel Díez R.. para la colección Austral de Espasa. Su editor, un destacado especialista no sólo en el género del microrrelato, sino del relato en general (se encargó asimismo de la selección de textos para dos compilaciones de relatos anteriores, valiosas y muy difundidas, como fueron la Antología del cuento literario, publicada en 1985, y La memoria de los cuentos, también en Espasa) ofrece en este volumen treinta y tres cuentos de extensión más o menos estándar y cuarenta y dos textos que él prefiere denominar «historias mínimas» de los autores más representativos del género. Así, encontramos desde un texto de Petronio o de Las mil y una noches a narraciones de Calvino, Cortázar, Tagore o Manuel Vicent. Historias mínimas de todas las épocas (aunque prevalezcan ejemplos de textos de los siglos XIX y XX), escogidos basándose en el simple criterio de la calidad y del acierto literario. Cabe destacar, por ende, el interés del prólogo que abre la obra, por su didacticismo y su claridad expositiva al analizar la necesidad que siempre ha mostrado el ser humano de explicarse a sí mismo y a su entorno con la ayuda de la creación de ficciones; así como también al irnos desvelando las claves de la estructura y difusión oral y escrita de los relatos de todos los tiempos y todas las culturas. Por favor, sea breve (Antología de relatos hiperbreves), a cargo de la escritora argentina Clara Obligado y publicado en Páginas de Espuma también pretende ofrecer una antología basada en la calidad de los textos, pero limitándose esta vez al ámbito hispánico y a autores del siglo XX. Pocos peros cabe ponerle a la selección de relatos hiperbreves de Clara Obligado, todos ellos muy bien escogidos. Únicamente que quizá su compilación adolezca de una tendencia excesivamente marcada de escoger para su antología microcuentos de autores argentinos. También cabe añadir como hecho relevante por su originalidad la estructura de la selección: los textos se ordenan según un criterio menguante, del relato más extenso al más breve. Idea esta que se la debe al también destacado autor de microrrelatos Hipólito G. Navarro, quien había escogido la misma pauta para organizar los cuentos que recoge en su libro Los tigres albinos, y que, ya puestos, me apresuro a recomendar.

Galería de hiperbreves es una antología de microrrelatos seleccionada y editada por el Círculo Cultural Faroni, una agrupación de amigos que un buen día decidieron ir reuniéndose de cafetería en tasca, y de esta en taberna, para fundar un club de aficionados a este género (en cuya dirección encontramos a un autor de la categoría y el reconocimiento literario que ostenta Luis Landero, entre otros. No en vano el nombre del Club toma su denominación de un personaje de la novela de Landero Juegos de la edad tardía). Fueron ellos los responsables de la publicación del volumen de microrrelatos citado con anterioridad, Quince líneas (Tusquets, 1996). El título alude a la obligatoriedad de que ninguno de los textos presentados sobrepasaran esa extensión. Con motivo precisamente del décimo aniversario de su creación, en 1992, decidieron reunir una segunda compilación de microcuentos con los textos de los ganadores y finalistas de las últimas cinco convocatorias del Premio Internacional del relato Hiperbreve, promovido por el citado Club. El volumen, por tanto, recoge sesenta relatos mínimos entre los más brillantes presentados a este premio. La mayoría de sus autores son casi desconocidos, pero ello no es óbice para que el volumen destaque por la calidad de sus textos, y confirma que no siempre los escritores conocidos y galardonados son los autores mejores y más representativos de este género literario.

Lavapiés (microrrelatos) es la apuesta de una editorial, Opera Prima, que empezó con lo puesto pero que cada vez está logrando mayor prestigio en el ámbito de la edición independiente en España. La idea de formar un volumen con los textos de treinta y cinco autores españoles y extranjeros recreando el ambiente de barrios mestizos como Lavapiés parte de la propia directiva editorial. En esta antología se dan cita autores como Benjamín Prado, Lorenzo Silva, Alfonso Sastre, Jorge Consiglio, José Luis Sampedro y otros tantos -hasta treinta y cinco- menos conocidos por el gran público, con recreaciones de universos plurales como son los populares barrios de la Boca, el Raval, y rincones oscuros y cambiantes de Nueva York o Granada. En tiempos mestizos como los nuestros nunca esta de más plasmar la vida de universos heterogéneos y cambiantes, haciendo uso de un género híbrido y de tan difícil catalogación como el microrrelato. Sirva como ejemplo unas líneas escogidas de uno de estos relatos hiperbreves, «Estación mestizaje», de Gonzalo Bartomeu: «Cruzas por Fe y apareces en su plaza: guitarras, un radiocasete con salsa, tambores, pies negros, manifestación, movida; pocos policías. Los ritmos y las caras se confunden en el metro -estación Mestizaje- (…) Te paras y te preguntas: ¿de dónde ha salido esta gente tan distinta? Me atrae. Algo extraño pasa aquí y no sé bien qué es. ¿Lo sabes tú?».

¿Qué ocurre en el planeta literario? «Algo extraño pasa aquí y no sé bien qué es. ¿Lo sabes tú?» podríamos asimismo cuestionarnos. Quién sabe. No ha muerto ningún género. Descreamos de los augures que anuncian la muerte de la novela cuando su creciente número de lectores y autores, las estadísticas e incluso cualquier visita a un vagón de metro escogido al azar nos lo desmienten. Pero sí es cierto que asistimos, si no al nacimiento, sí a la eclosión de un género nuevo. Bienvenido sea.

Díez R., Miguel (ed.), Antología de cuentos e historias mínimas, Ed. Espasa-Calpe, Col. Austral, Madrid, 2002. Obligado, Clara (ed.), Por favor, sea breve, Ed. Páginas de Espuma, Madrid, 2001. Círculo Cultural Faroni (ed.), Galería de hiperbreves, Ed. Tusquets, Barcelona, 2001. AAVV, Lavapiés (microrrelatos), Ed. Opera Prima, Madrid, 2001.

 

 

 

Fuente: Literaturas.com

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