El microrrelato según Javier Marías

EL MICRORRELATO SEGÚN JAVIER MARÍAS

Francisco Rodríguez Criado

Resulta paradójico que en ocasiones las voces más críticas ante las nuevas expresiones artísticas procedan de quienes dicen defender la cultura.

Entraré en materia: el diario El País publicó el 25 de mayo de 2007 un artículo de Javier Marías titulado, en homenaje a Antonio Machado, “O que yo pueda asesinar un día en mi alma”, en el que el famoso escritor se quejaba de la sobreexplotación en diarios, revistas, canales de televisión, etcétera, de citas literarias, piezas musicales, fragmentos de diálogos de películas –aquí iría otro etcétera– harto populares con que el ciudadano es bombardeado una y otra vez en detrimento de guiños culturales menos manidos. Y para redondear su letanía de quejas dejaba una perla sobre el microrrelato en el primer párrafo de su texto, que reproduzco literalmente:

No digamos ya con los textos inanes que sin embargo hacen fortuna, como el ya insoportable cuentecillo del dinosaurio de Monterroso, que encima ha dado lugar a toda una corriente imitativa aún más insoportable, la de los llamados “microrrelatos” o algo así, con los que muchos escritores chistosos se sienten ufanos y cómodos.

Me consta que esta referencia despectiva hacia el género del microrrelato no ha calado bien en los escritores que lo cultivan, ya sean profesionales o aficionados, y tampoco en los críticos que dedican su tiempo y esfuerzo a reformular las coordenadas de esta joven modalidad de narrativa breve. Lo entiendo perfectamente: la colleja “escritores chistosos” unido al capón “se sienten ufanos y cómodos” escuece demasiado a estos cultores del microrrelato, que por motivos innecesarios de explicar aspiran a ser tenidos en mejor consideración.

Va siendo hora de confesar, yo mismo autor de microrrelatos, que el artículo de marras no ha conseguido molestarme, y si me apuran hasta percibo como positivo que un escritor de éxito como Marías se digne citar en un medio de gran difusión a ese pariente pobre de la literatura moderna que es el microrrelato, aunque sea para derrochar mala tinta contra él. (Qué remedio: al perro flaco todo se le vuelven pulgas). Y diré más en sintonía con Marías: soy de la opinión de que el microrrelato se está convirtiendo con demasiada frecuencia en una herramienta dañina en mano de “escritores chistosos” (yo incluso eliminaría la palabra “escritores”) sin más armas narrativas que el elemento humorístico y que, peor aún, escriben en contra de la tradición cuentística precisamente porque no han tenido a bien estudiarla.

¿Alguna otra confesión? Sí. He sido uno de esos –como muchos otros– que en alguna ocasión ha rescatado al todoterreno dinosaurio de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) para rematar una corrida narrativa. En mi caso, lo hice más como homenaje a Monterroso, maestro indiscutible en las distancias cortas, que al citado cuento, en mi opinión sobrevalorado. Además, creo que adentrarse en el género del microrrelato por la puerta del dinosaurio es desaconsejable, porque incita a la confusión y puede defraudar a potenciales lectores.

Y hasta aquí mi empatía con el artículo de Javier Marías.

Llega pues la hora de las discrepancias. Y es que, aun coincidiendo en parte con lo que el escritor madrileño ha escrito sobre el microrrelato, me siento en la obligación de afearle lo que no ha escrito sobre él. Mucho me temo que tampoco estaba en disposición de hacerlo. Hablamos de un género casi de nuevo cuño (al menos en España) que, intuyo, es más o menos desconocido para Marías, quien además se atreve a despreciarlo desde el momento en que lo cita. Recordemos sus palabras: “el microrrelato, o algo así”. Es como si dijéramos que lo que escribe Marías son “novelas, o algo así”.

En fin, el articulista de El País podría haber escrito muchas cosas sobre el microrrelato. Por ejemplo: que, más allá del trillado dinosaurio, Monterroso es autor de numerosas piezas magistrales, brevísimas, merecedoras de un hueco de honor en los anales de la literatura del siglo XX. Podría haber escrito que hay microrrelatos donde la gracia no aparece (leer los de István Örkény sobre los campos de concentración: “In memoriam doctor K.H.G” y “Hogar”, por ejemplo); piezas de Eduardo Galeano sobre la pobreza y la soledad (“Nochebuena”); efusiones mito-eróticas de Marco Denevi (El jardín de las delicias); reescrituras históricas (Falsificaciones, también de Denevi); lecciones espirituales del rabino Nachman de Bratislava o de Khalil Gibran; prosas filosóficas de Eugenio D´Ors (Cuentos filosóficos); juegos surrealistas de Slavomir Mrozek; o los laberintos atigrados y meditativos de Borges. Y, sin salir de nuestro país, algo podría decirse sobre los sarcásticos crímenes ejemplares de Max Aub, la mirada desenfocada a la realidad de Quim Monzó, la indagación metaliteraria de José María Merino o los articuentos de Juan José Millás en los que el también columnista de El País funde periodismo (artículo) y narración (cuento) con objeto de desacralizar los fantasmas del día a día. Por no hablar de los microrrelatos de gran calidad y temática diversa que ahora mismo, mientras garabateo estas líneas, estarán escribiendo artistas de la pluma que trabajan desde el anonimato. Posiblemente alguno de ellos viva incluso en el mismo barrio que Marías.
 
(¿Habré de seguir despejando el terreno?).
 
En el microrrelato hay vida, mucha vida, más allá de su carácter risógeno, que lo tiene (por suerte). Los que asocian el microrrelato como subsidiario del humor –cuando no de su hermano bastardo el chiste–, tomando así el todo por la parte, son precisamente aquellos que desconocen las variantes de este género breve, sus matices, sus tonalidades, sus diversos objetivos, su razón de ser. En resumen: desconocen la grandeza de su pequeñez. Estos lectores, por desconocimiento, vienen a ser como esos turistas apasionados de lo cultural pero apáticos ante la verdadera cultura, esos que asocian al español con los toros y las sevillanas y nunca han leído a Galdós ni han analizado un cuadro de Goya, y ni ganas que tienen de hacerlo.
Si algo debemos echarle en cara a Javier Marías no es que arremetiera contra el género del microrrelato (el crecimiento de los géneros literarios, como el del ser humano, no se entendería sin ciertos reproches), sino que lo hiciera como uno de estos turistas, frívolos cazadores de souvenirs, que disparan sus cámaras fotográficas sin bajarse del autobús.
 
Pero no hagamos drama. Ningún género resulta herido –ni siquiera levemente– cuando quien trata de hacerlo, por muy ilustre que sea –o crea serlo–, dispara con balas de fogueo”.
 
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo
 
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4 comentarios en «El microrrelato según Javier Marías»

  1. Francisco Rodríguez tiene razón diciendo que también en el microrrelato puede haber excepciones, calidad o un gran escritor que lo avale.
    Pero comparto la opinión de Marías, pues considero que todo relato, sea breve, micro, o extenso no tiene por qué cosiderársele literatura. La característica fundamental de este arte, para ser considerado tal, no solo es lo que se narra sino también el cómo se narra.
    El microrrelato, por su propia esencia y nominación no deja espacio ni tiempo para desarrollar unos hechos, situaciones o personajes y mostrarlos con un lenguaje bello, sugestivo y bien elaborado. En definitiva, no puede resultar atractivo para un buen lector.

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    • Decir que [el microrrelato] «en definitiva, no puede resultar atractivo para un buen lector» es, como poco, aventurado. Entre otras cosas porque yo me considero un buen lector y el microrrelato como género sí me resulta atractivo.
      Somos legión los buenos lectores a quienes nos gusta el microrrelato. No los malos microrrelatos, claro. Pero es que tampoco nos gustan las malas novelas, ni los malos ensayos, ni las malas tortillas de patata…

  2. Quién no valora el microrrelato no tienen idea del campo pragmático que este aborda, no puede ver el poder de unas líneas exactamente bien elaboradas, lo de bueno y malo lo dejo a criterio de cada quién, porque nunca estaremos todos de acuerdo para lograr ver el elefante completo.

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