«Mi querido Dostoievski”, en Náufragos en tiempos ágrafos

 

Mi querido Dostoievski
Portada de Mi querido Dostoeivski (La Discreta, 2012)

Esta entrevista que me hizo Matías Crowder fue publicada en el blog Náufragos en tiempos ágrafos el 11 de septiembre de 2012. La recupero para el blog por si alguien no pudo leerla en su día y quisiera hacerlo ahora.

¿De dónde surge la idea del libro, una mujer que le escribe cartas a Dostoievski?

En realidad la historia que narra esta novela parte de la invitación que me pareció encontrar entre las tres palabras del título. Al contrario de lo que me ocurre con los cuentos, los microrrelatos o los artículos de prensa, no concibo el argumento de mis novelas con facilidad. He de ser yo quien salga a buscar su génesis, y a veces no encuentro más que un finísimo hilo del que tirar. En un momento dado me había propuesto embarcarme en una nueva novela, pero lo único que conseguí fue el título, que me pareció de lo más sugerente: Mi querido Dostoievski. Evidentemente con ese lema había de ser una narración epistolar. Así que articulé la historia en torno al personaje principal, que en principio iba a ser una niña preadolescente, de unos diez u once años, residente en Madrid con su familia. Una niña solipsista e intelectualmente inquieta que elegía a Dostoievski como confesor de sus anhelos más íntimos. Cuando llevaba quince páginas me di cuenta de que aquello no funcionaba. No me resultaba verosímil que una niña escribiera cartas al maestro ruso, y su corta edad no me iba a permitir plantear mis dudas existenciales de manera convincente. Así que cambié de personaje. Si una niña no podría darme el juego narrativo que yo necesitaba, ¿por qué no irme al otro extremo y elegir a una anciana culta, excéntrica e irónica que vivía en Roma? Una mujer con un pasado… Mi manuscrito pasó de ser una novela de iniciación a una novela de despedida del mundo. De repente empezaron a encajar todas las piezas. Pero ya digo: el disparador temático fueron tres palabras, solo tres palabras.

Los personajes de Dostoievski son personajes al límite. Su personaje, cuando escribe, está al límite. ¿La literatura y este límite tienen mucho que ver? ¿Y en su caso particular como escritor?

Dostoievski creó personajes al límite porque él mismo vivió vicisitudes terribles, sobre todo antes de conocer a la que sería su secretaria, Anna Grigórievna, a quien contrató como estenógrafa durante la redacción de El jugador y con la que acabó casándose. Mi biografía –un poco como la de todos, supongo– está sembrada de momentos malos, aunque no darían mucho juego en Wikipedia. Al contrario que Dostoievski, no he sido detenido por actividades políticas subversivas, no he estado confinado en un penal de Siberia, no soy epiléptico, mi padre no ha sido asesinado por sus empleados, no he sido encumbrado primero y defenestrado después por los mejores críticos literarios de mi país, no me gasto el poco dinero que gano en los casinos, ni me extorsionan mis editores. Sin embargo, he vivido situaciones muy amargas que favorecen cierta sintonía con el mundo dostoievskiano. Entiendo muy bien el universo turbio y angustioso de sus libros (en cierta manera lo he vivido en mis propias carnes), aunque tengo un lado hedonista del que posiblemente él y sus personajes carecieran.

Abundando en tu pregunta, puestos a elegir, prefiero escribir con serenidad de espíritu, sin agobios, con plenitud mental. Aunque es cierto que en momentos muy difíciles del pasado la escritura me ayudó a descargar con vehemencia mis frustraciones. Hubo una época en la que escribía con la máxima tensión, como si lo hiciera sentado sobre un volcán a punto de estallar. Es de esas veces en las que coincides con Augusto Monterroso, quien dijo que escribir es un acto físico.

El personaje de Laura Bauer es de un perfil bibliófilo que hace pensar que el autor también lo es. ¿Es así? ¿Qué libros prefiere?

Soy un lector compulsivo. Leer me resulta una actividad placentera y además le tengo mucho respeto a la creación literaria. Considero que para ser escritor es necesario formarse día a día, y leer es la manera ideal de actualizarse. La literatura se retroalimenta de la propia literatura. Por eso no entiendo a esa hornada de escritores jóvenes contemporáneos –algunos de ellos no tan jóvenes– que leen muy poca literatura (o directamente no leen nada) y beben exclusivamente de referencias culturales no literarias (que a mí también me ayudan a escribir, todo sea dicho).

Leo libros de todo tipo. Sigo con gran interés la obra de autores como Isaac Bashevis Singer, Slavomir Mrozek, Paul Auster, Milan Kundera, Raymond Carver, Italo Svevo, Robert Penn Warren, etcétera. Y ya puestos, entre los rusos, Dostoievski, Chéjov, Tolstói, Goncharov… ¿Qué libros prefiero? Aquellos que me ayudan a crecer como persona y como escritor. Pero también leo con placer ciertos libros de consumo, sin gran ambición literaria, que me hacen pasar un rato entretenido, lo cual no es poca cosa.

La protagonista le escribe cartas sobre su vida a Dostoievski. Imaginemos que usted tuviera la posibilidad real de escribirle una carta a Dostoievski a sabiendas de que este la leerá. ¿Qué le diría?

No soy ningún mitómano ni tengo vocación de periodista. Hay mucha gente a la que admiro, pero más que desear un encuentro aislado con una de estas personas me gustaría mantener con ellas una amistad continuada en el tiempo que favoreciera una relación fluida y sincera. En el caso de poder tratar a Dostoievski –algo imposible, a todas luces–, posiblemente no sería demasiado original. Le preguntaría por los años que pasó en el presidio y por sus malandanzas en los casinos de Rusia. Aunque, bien mirado, todo eso ya está en Memorias de la casa de los muertos y en El jugador. Es lo que pasa cuando un autor hace de la literatura una transposición artística de su propia vida… En plan anecdótico, le preguntaría qué opinión tiene de Tolstói. En Vida de Dostoievski por su hija, Aimeé Dostoievski cuenta que ambos gigantes de la literatura rusa se admiraban en secreto, pero nunca hicieron el menor esfuerzo en verse para no acabar discutiendo por culpa de sus ideas políticas: Dostoievski era conservador mientras que Tolstói era –aceptemos el término moderno– socialista. Según la hija del primero, eso podría ser un inconveniente. La historia de ambos escritores enviándose elogios mediante su amigo común Nikolái Stráhov y rechazando cualquier posibilidad de conocerse en persona tiene algo de cómica.

(En respuesta directa a tu pregunta, te diría que ya le he escrito una carta a Dostoievski, y esa carta, de 270 páginas, se llama Mi querido Dostoievski).

¿Escribir es un acto de supervivencia?

Hay casos sobresalientes, aislados, como el de esos escritores de Juárez, tal vez la ciudad más peligrosa del mundo, que luchan por recuperar los espacios públicos que los narcotraficantes les han arrebatado, y lo hacen llevando su literatura precisamente a esos lugares donde ahora la gente no suele ir porque tiene miedo.

Pero por lo general pienso que el verdadero acto de supervivencia es vivir día a día. Ya te digo que no soy mitómano, más bien todo lo contrario. En mi opinión el escritor de hoy es una persona como otra cualquiera. No es un superviviente per se ni un mártir ni nada similar. Los autores que conozco no formamos parte de ese colectivo de escritores que, como Dostoievski, podían ser internados en un penal de Siberia durante años simplemente por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Somos la generación de Facebook, y el escritor cuenta con más medios que nunca para hacer su trabajo. El ejercicio de supervivencia del escritor no es diferente al de su vecino del quinto.

Si hemos de buscar actos de supervivencia, hagámoslo en esas personas que en plena crisis tratan denodadamente de encontrar –en muchos casos, sin éxito– un trabajo, en quienes luchan por superar un cáncer, o arriesgan su vida por salvar la de los demás. Ser escritor no le añade méritos a una persona (tampoco se los resta). Inconscientemente el escritor actual lo sabe, pero el que tiene mi edad ha crecido viendo películas en blanco y negro en la que un autor borrachuzo se desespera tecleando afanosamente su máquina de escribir Underwood, completamente sitiado por sus malos pensamientos y por folios fallidos, muy arrugados, esparcidos por el suelo. A consecuencia de estos mitos, creen que si no escriben para salvarse de la locura –como aseguraba hacer Bukowski, en su caso seguramente con motivos– no son escritores de verdad…

Dicho esto, considero la literatura –no solo como escritor, también como lector– un arma defensiva para luchar contra aquello que nos hiere. Pero no, no utilizaría el recurso del acto de supervivencia como forma de explicar el impulso creativo. Me da mucha pereza ponerme hiperbólico.

¿Es la literatura una suerte de prolongada justificación?

En cierta manera, creo que sí. Quienes escribimos somos proclives a conceder gran trascendencia e importancia a nuestros trabajos, en la mayoría de los casos por pura vanidad. Escribir es una manera de explicarse al mundo, de justificarse ante él. Esto se ve claramente en los diarios literarios, donde por lo general el autor, sin que nadie le obligue a ello, tiende a justificar una y otra vez por qué escribe, qué es para él la literatura, qué espera de ella (que puede ser, dependiendo del autor: un mecanismo de autodefensa, un ejercicio de psicoanálisis, un muro que frene sus fantasmas, una forma de ganar la inmortalidad, lo que sea). Los escritores se ven a menudo en la obligación de responder a la pregunta: ¿por qué escribes?, lo cual siempre me ha resultado un tanto extraño. Yo nunca le pregunto a un obrero, un oficinista, un zapatero o un broker por qué se levantan cada día para trabajar en esas profesiones. En el caso del escritor, la pregunta en sí parece solicitar una justificación. Las respuestas de los escritores suelen ser muy teatrales, porque se supone que el entrevistador quiere escuchar la enésima excusa novelesca que nos empuja al acto creativo. Yo prefiero decir abiertamente que “escribo para pagar las facturas y algún que otro vicio”. La respuesta no es ni mucho menos sincera del todo, pero sirve para ahuyentar a los cazadores de frases lapidarias.

Las cartas siempre dicen: para Fiodor Dostoievski, allá donde esté. ¿Dónde cree usted que está?

Dostoievski está en la memoria de sus descendientes y en la de sus lectores (pasados, presentes y futuros), y por supuesto en cada línea de sus libros… Y me gustaría pensar que, aunque sea de manera imperfecta, también está en Mi querido Dostoievski.

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