
La revista mexicana Cultura de Veracruz, que dirige Raúl Hernández Viveros, ya tiene a la venta una nueva edición, la que hace el número 74. Incluye textos -los cito por orden de aparición- de Gerardo Cornejo, Cristina Davó Rubí, Judith Castañeda Suarí, Pedro M. Domene, Francisco Rodríguez Criado, Adán Echeverría, Porfirio Mamani Macedo, Lía Reynales, Héctor D’Alessandro, Carlos Roberto Morán, Xalapa y Álvaro Brizuela Absalón, responsable a su vez de la portada. Cultura de Veracruz incluye en este número artículos sobre los escritores Mario Vargas Llosa, Witold Gombrovicz y Ray Bradbury.
La revista tiene una tirada de mil ejemplares (en papel) y cuenta con una versión online. Colaboro en este número con el relato «Sopa de pescado».
Podéis leerla la revista aquí.
EL NI TAN INTRINCADO MECANISMO PARA QUE ME GUSTE UN PERRO
Por Luis A. Chávez
Animal que soporta lo vistan de payaso o bien aquellos de ataque que destrozan niños (los hay de barrilito de ron entre las nieves) a los perros los han hecho pomada, como a Laika.
Héroes del cine o asaltantes de bancos en jauría, estos parientes del lobo son minimizados al grado de bellota mientras Chihuahua es uno de los estados más grandes. Trabajan –probablemente a gusto- en los circos, brincan una cuerda o atraviesan a saltos fuego y aros. El perro es fiel y llega a tanto su apego que, si su amo muere, acude a la tumba del panteón para llorar a su manera esa pérdida.
Coyote parecido, hiena o salvaje, gruñe, ladra de gusto, les lame el rostro a las personas que quiere y ni a su amo permite, cuando está comiendo, se le acerque nadie.
Miro al perro. Y es un momento en que no pienso, ni logro definir qué hacer.
O si le llamo, le aplaudo, o le debo algo.
Deformado su origen por el hombre, no es el mismo: los hay cobardes y también valientes mientras que en otras culturas se los comen.
Vigilante es, pues tiene su dormir donde la place, aunque, con un ojo, vigila y huele a los que llegan, esa costumbre de percibir drogas, dinero que le entrenan y él aprende; descubre ilícitos a cambio de su premio: una pelota de hule que le lanzan y él feliz.
Precioso de cachorro, ya más grande el perro se convierte en lío, es un dilema a veces para abandonar en despoblado cuando, su culpa, no es ninguna jamás, pues sólo sabe de fidelidad y de hambre. Ha estado aquí desde hace mucho, ladrándole a la luna, a invisibles cosas que sólo él mira.
Veo al perro. Y no hay manera, para mí, de descifrar lo que siento.
Sigo de largo entonces mientras al verme en la calle mueve el rabo a la esperanza sincera de que sea su amo. A la intemperie, sin hogar ni sitio, pasa bajo la lluvia noches, en ansia tan animal de saber por qué, en su silencio de idiomas, sus orejas largas y la bendecida suerte que, pocos de sus congéneres de distintos pelos, tienen en abundancia por su dios: el hombre que les da veterinaria, cátedra, dulces.
Así a su modo, ladrando a mi manera y entendiendo, hemos estado los dos, sin negociar, en absoluto nada.