La mala salud de hierro del microrrelato

Augusto Monterroso. Fuente de la imagen: RTVE

 

1. El peligro de premiar o elogiar microrrelatos “flojos” (valga el eufemismo) en certámenes literarios o en la prensa no se circunscribe solo al microrrelato. Cualquier lector avezado está harto de leer relatos de mayor extensión y también novelas que han sido premiados injustificadamente por un jurado no especializado. (El caso se agrava cuando el jurado es presuntamente especializado).

2. En los últimos años se han escrito toneladas de microrrelatos de escasa calidad. Esto no es preocupante, sino más bien todo lo contrario. Se necesitan millones de argentinos que jueguen al fútbol para parir un Maradona o un Messi. También se han escrito millones de malos poemas (la mala poesía existe desde que existe la buena poesía, o incluso antes), y pese a todo el género de la poesía ha sobrevivido hasta nuestros días. El problema es cuando uno no sabe distinguir los malos poemas de los buenos, o ya que estamos en materia: los malos microrrelatos de los buenos.3. Un error sintáctico–gramatical en una novela de 300 páginas puede pasar inadvertido. Descuidos de este tipo son “avistados” con lupa de gran aumento cuando se trata de un microrrelato. Si tu punto débil es la gramática, reza para que también sea el punto débil de tus lectores.

4. Hay más similitud entre el microrrelato y la poesía que entre el relato y la novela, género que por lo general descuida elementos del microrrelato como la intensidad o la síntesis argumental.

5. Los autores, editores y lectores hacen muy mal en vender -por activa o por pasiva- el microrrelato como un género con poco recorrido. La teoría de estas personas –creen que así defienden el género– es que leer muchos microrrelatos seguidos puede aburrir, que lo aconsejable es leer cuatro o cinco y a continuación alternarlo con otras lecturas. Me opongo enérgicamente a esta idea negligente. El mensaje que se envía al lector es que se trata de un género menor, insustancial, un mero pasatiempo. Debemos aprender de los poetas, los novelistas, los ensayistas o los autores de teatro. Todos ellos aspiran a que sus libros sean leídos enteros, de principio a fin. Sigo sin comprender por qué el microrrelato merece menos respeto y atención que otros géneros. Lo preocupante es que sean precisamente los más interesados quienes envíen este mensaje a los lectores. Si no conseguimos cautivar a los lectores más allá de los cuatro o cinco asaltos, a lo mejor sería mejor que nos dedicáramos a otros asuntos igual de improductivos, como, por ejemplo, la localización de dinosaurios.

6. Hablando de estos animalitos, “El dinosaurio“, de Augusto Monterroso, no es el microrrelato más breve del mundo, como se dice tantas veces, aunque posiblemente sea el más popular. En mi opinión es un microrrelato sobrevalorado que no hubiera tenido la menor difusión si llevara la firma de un desconocido. El mejor valor -yo diría que el único- de “El microrrelato” no es el texto en sí, sino el atrevimiento de Monterroso al publicarlo como tal.   Cualquier fábula del gran Monterroso merece mejor trato que el citado microrrelato. Además, ha hecho daño al género, porque algunos identifican el género con el dichoso bichejo y su circunstancia. Yo aconsejaría a estas personas (entre ellas a Javier Marías) que leyeran las obras completas de Monterroso y que dejaran el dinosaurio para el final.

7. Decía antes que últimamente se han escrito toneladas de microrrelatos de escasa calidad. Quedémonos con lo bueno: son también toneladas de personas las que han encontrado una vía de escape en el acto de escribir minificciones. Sigo pensando que escribir con intención creativa es en sí misma una buena terapia psicológica. (Por ser positivo, vaya).

8. Los organizadores de concursos deberían tener en cuenta que una narración de medio folio o incluso un folio sigue siendo un microrrelato (siempre y cuando, claro, mantenga los elementos característicos del género). Hay vida para el microrrelato más allá de los 140 caracteres, una extensión que, por su precariedad, se presta más a la banalidad que otros textos más extensos. (La enjundia necesita cierto espacio).

9. El microrrelato se está desangrando en la mesa de operaciones, no por defecto -como ocurría antes- sino por exceso de transfusiones de sangre. Se están organizando demasiados concursos promovidos por personas que desconocen cómo funciona este género. Concursos que a su vez reciben las aportaciones de centenares de personas que también desconocen el género (no todas, claro). Al premiar “microrrelatos terapéuticos” -la etiqueta es mía-, a menudo de escasa calidad, se está fomentando un microrrelato canónico equivocado. Premiar la banalización implica impulsarla.

10. ¿Qué debería leer una persona que quiere enfrentarse dignamente al género del microrrelato? Esta es mi opinión: debería leer ensayo, novela, teatro, prensa, la Biblia, manuales de gramática, columnas y notas de prensa, cómics, los manuales de electrodomésticos, grafitis (o “grafitos”, como prefiere el DRAE), lemas de manifestaciones, blogs, libros sobre aritmética, libros sobre mitología, libros sobre geografía, libros sobre el origen del mundo, libros sobre el lince ibérico, libros teológicos, libros de recetas de cocina, libros sobre bricolaje, leer el parte meteorológico, libros sobre perros, la guía telefónica, leer NarrativaBreve.com y otros blogs similares, los discursos de Obama y los que ya no volverá a pronunciar George Bush. Libros sobre la esclavitud, sobre el imperio de Roma, sobre Enrique VIII y sobre el reciclaje de basura. Habría que leer centenares de libros (¿por qué no miles?). Y luego, si uno tiene tiempo libre, leer a Monterroso, Denevi, Mrozek, Kafka, Borges, Cortázar y otros autores indispensables. Después de esta “machada” no parece imposible del todo superar la mala influencia que suele ocasionar de la lectura de “El dinosaurio”.

Francisco Rodríguez Criado es escritor y profesor de talleres literarios. Algunos de sus microrrelatos han sido publicados en las mejores antologías del género.

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