Microrrelato de Mely Rodríguez Salgado: Pérdidas

mujer campesina
Vincent van Gogh Pinturas, Óleo sobre tela Nuenen: junio, 1885 El Museo Metropolitano de Arte Nueva York, New York, Estados Unidos de América. Fuente de la imagen en Internet

 PÉRDIDAS

Mely Rodríguez Salgado

Sus manos temblorosas van trazando signos y rayitas sobre el jeroglífico. La mujer, pensativa y con lentitud, envuelta en el silencio, roto tan sólo por el crepitar del fuego de la chimenea, devora pasatiempos que el geriatra le recomendó para ejercitar el cerebro y así no perder memoria y cordura.

De pronto se detiene y alza un instante la vista. Acaba de oír la puerta al abrirse y el tintinear de unas llaves. Pronto él estará a su lado con las palabras de cada tarde, de cada invierno, desde aquello que rompió la costumbre tras la cual la vida seguía su curso sin dar paso a los desgarros del alma, unas palabras en las que se ampara para seguir forjando el tiempo una vez más.

El hombre se acerca lentamente a la chimenea y extiende sus rugosas manos para calentarlas. Ella ha dejado por un momento el pasatiempo, al que retornará enseguida una vez que él le diga todo eso que, de algún modo, cristaliza en su alma como un bálsamo dejándole una sensación cotidiana de continuidad. Él, al cabo de un rato, se sienta a su lado y la mujer le escucha decir las trivialidades acostumbradas, como si se tratara de un preámbulo, lo de que nevó y el ciprés, enhiesto, parecía un centinela luciendo sus mejores galas, y también que paseó con los nietos y les compró las chucherías de siempre para verlos contentos, y que cualquier día se pasarían por allí a verla. El hombre se detiene un instante, tose y carraspea y se gira lentamente hacia su mujer, después, como siempre, mirándola a los ojos le dice despacio, con un deje triste, lo que ella espera escuchar cada tarde. Y como si lo estuviera declamando, le repite una vez más eso de que antes de entrar en el comedor la gata le salió al encuentro, cariñosa, y él la acarició durante un buen rato y después le dio de comer, el hombre hace un inciso para darse ánimo a sí mismo y le repite una y otra vez, muy despacio, que pronto vendría a calentarse junto al fuego y a hacerles compañía.

La mujer suspira, lo observa y encuentra en sus ojos la expresión vaga y vacía de lo irremediable, después mira la puerta y repite, con una sonrisa inocua, las últimas palabras que él acaba de pronunciar, y, ya tranquila, vuelve a su tarea. Pronto, irguiéndose, el silencio común e inalterable, la costumbre de cada tarde, un eslabón de hechos y frases repetitivas que les dan confianza y les emborronan la realidad, junto al incesante rodar del tiempo.

Y de nuevo, abalanzándose tercamente sobre ellos, la soledad de toda la casa.

Leer el microrrelato de Mely Rodríguez Salgado «Pacto de silencio».

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