EL MURO
Miguel Bravo Vadillo
El muro era recio como una tormenta, inconmovible como el mar. Aquel hombre nunca supo quién construyó el muro. Aunque ya apenas lo recuerda al principio no era nada, acaso la vaga sombra de sus cimientos. El muro, sin embargo, fue ganando altura con el paso de los años, formando un consistente cerco a su alrededor. Cuando era muy joven –prácticamente un niño– aún lograba saltar el muro a pie juntillas: esa sensación jamás la olvidaría; pero, en sus años de madurez, el muro había crecido tanto que ya nunca más consiguió ver más allá de sus límites. Ahora aquel hombre es un anciano y el alzado del muro se pierde entre las nubes, privándole incluso de la luz del Sol. Resignado, comprende que no podrá librarse de él sino con la muerte.
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