NarrativaBreve.com entrevista a David Ruiz

Manual para coyotes, de David Ruiz (Menoscuarto, 2012)
Con motivo de la publicación de Manual para coyotes, de reciente aparición en la editorial Menoscuarto, charlamos con David Ruiz sobre su fascinación por las aventuras del Oeste Americano, temática de su opera prima. ¿Quién dijo que el western estaba muerto?
 

«Yo creo que no hay géneros mayores o menores, lo que hay son unos cuantos géneros superpoblados y muy explotados, y pocas obras maestras. Por poner un ejemplo la novela histórica es un género con tirón, y la mayor parte del género es literatura al por mayor, pero ahí está Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella, maravillosamente escrita, y es una novela histórica. Y no te fíes de la muerte del western: se ha anunciado todavía más veces que la de la novela, que ya es decir, y el año pasado los hermanos Coen sacaron Valor de ley, este año Tarantino estrena su versión del género e incluso aquí en España Mateo Gil acaba de ganar cuatro Goyas con Blackthorn».

David Ruiz 


 
NARRATIVABREVE.COM ENTREVISTA A DAVID RUIZ
Manual para coyotes
(Menoscuarto, 2012)
 
Francisco Rodríguez Criado: Acabas de publicar el libro de relatos Manual para coyotes en la colección Reloj de Arena (dirigida por Fernando Valls) en Menoscuarto, una de las editoriales señeras de la narrativa breve en castellano. Me gustaría que nos explicaras cómo surgió este manual para coyotes literarios del siglo XXI.
David Ruiz: No fue algo precisamente premeditado, en realidad. Durante cuatro años formé parte del taller Bremen, donde escribíamos sobre el tema que tocase esa sesión, y fuera cual fuera ese tema, que en cualquier caso todo el mundo interpretaba siempre con bastante libertad, yo descubrí que tenía cierta tendencia a escribir relatos ambientados en el Oeste Americano. Cuando escribí el cuarto, pensé “caramba, si escribo media docena más, tengo una antología de relatos del oeste”, y me puse a ello. A partir de ahí el libro empezó a tomar otro aire, descubrí que cuando escribía un nuevo relato aparecían personajes sobre los que ya había escrito, y comencé a rellenar los huecos de sus historias y a situarlos en un contexto común. En ese sentido el libro fue definiendo su evolución un poco por su cuenta, al margen de lo que a priori yo hubiera podido diseñar, lo que a mí me resulta bastante fascinante: llegado a un punto, escribía para saber qué pasaría después. En cualquier caso lo hacía más como una diversión personal, sin idea de publicarlo, en aquellos días pensaba que el mundo tendría que volverse absolutamente loco para que alguien me publicase el libro. Pero cuando lo terminé me picó la curiosidad de qué pensaría la gente de aquello que yo había escrito sobre todo como un juego privado, y empecé a moverlo. A la gente le gustó, y el libro empezó a dar tumbos de mano en mano hasta que terminó en las de mi editor, que apostó por él.
 
F.R.C.: Podría decirse que Manuel para coyotes es una rareza en estos tiempos de rascacielos, redes sociales y teléfonos inteligentes. Muchos lectores consideran las novelas del oeste un tema literario menor al que ya se le ha sacado todo el jugo posible. En el cine tampoco corren mejor suerte este tipo de historias. Hoy día rodar un western es casi tan inusual como que un escritor “serio” (entiéndase las comillas) escriba una novela del oeste. Y si no se trata de una novela sino de un libro de relatos, el asunto, creo, se complica aún más. Cuando redactaste estas ficciones, ¿eras consciente de que la temática del que iba a ser tu primer libro podría convertirse en una dificultad añadida?
D.R.: Bueno, yo creo que no hay géneros mayores o menores, lo que hay son unos cuantos géneros superpoblados y muy explotados, y pocas obras maestras. Por poner un ejemplo la novela histórica es un género con tirón, y la mayor parte del género es literatura al por mayor, pero ahí está Lo que sé de los vampiros, de Francisco Casavella, maravillosamente escrita, y es una novela histórica. Y no te fíes de la muerte del western: se ha anunciado todavía más veces que la de la novela, que ya es decir, y el año pasado los hermanos Coen sacaron Valor de ley, este año Tarantino estrena su versión del género e incluso aquí en España Mateo Gil acaba de ganar cuatro Goyas con Blackthorn. Sí que es cierto que el western como género cinematográfico estuvo hasta en la sopa, se hizo mediocre y hartó a todo el mundo de decorados de cartón piedra y paisajes de Almería, y esa es la imagen mayoritaria que queda del género, pero desde que Clint Eastwood nos regaló Sin perdón yo creo que se puede poner fecha no ya a la resurrección del género, sino a su madurez. Eso sí, es un género sobre todo cinematográfico, y sí que es raro que me haya dado a mí ponerme a escribir sobre aquella era de pistoleros sin ley, y encima en forma de relatos, pero yo creo que es un efecto de mi condición como lector: esas novelas “serias” de gente que vive en la actualidad del escritor y a las que llevan los demonios de sus vidas diarias a mí suelen aburrirme, por bien escritas que estén. Yo me crié leyendo historias de piratas y sagas de espada y brujería, libros de ciencia ficción y noveluchas de Sven Hassel, así que cuando me puse a escribir no quería caer en esa rutina del escritor novato de ubicar en el presente una novela protagonizada por un triste alter ego mío al que le pasan cosas totalmente banales: yo quería que mis cuentos, primero, y el libro, después, fueran de nuevo una puerta hacia otro mundo lejano y emocionante. Y en ese sentido el western me ofrecía un entorno cómodo y conocido, y los relatos una forma de abordarlo de manera que no tenga por qué ceñirme a un hilo argumental, a una historia concreta. Al fragmentar la historia he podido cambiar el punto de vista, enfocar en cada momento un personaje o una escena, y sobre todo abandonarles a tiempo, dejarle al lector la oportunidad de ponerle final a determinados momentos. Sospecho que bajo los cuentos transcurre una novela, pero era una novela que me interesaba menos contar que lo que cuentan los relatos: de nuevo es el lector el que, si quiere, puede jugar a imaginarla, a tejer los mimbres. Todo son dificultades añadidas, pero con el tiempo me he ido volviendo un lector quisquilloso, me gustan los libros que plantean dificultades y los escritores que hacen uso de la libertad total que les da la página en blanco. Así que sí, es difícil, pero los juegos fáciles son aburridos, y leer no deja de ser un juego.
 
F.R.C.: Manual para coyoteses un libro intencionadamente literario que se desmarca de cierta literatura de baratillo, de escasa ambición artística. ¿Podrías citarnos algunos autores emblemáticos de la novela del oeste que en tu opinión merezcan la atención de lectores avezados?
D.R.: La verdad es que aunque son minoría entre mis lecturas con el tiempo sí que he ido haciéndome una biblioteca digna del western. El escritor imprescindible es sin duda Cormac McCarthy: su Meridiano de sangre es una obra brutal en todos los sentidos. También me gustan mucho Sistac, de Charlie Galibert, Aliento a muerte, de Francisco Gerardo Haghenbeck, que son westerns más o menos puros. Luego la frontera del género se va difuminando un poco en La ternura de los lobos, de Steff Penney, y Manituana, de Wu Ming, y tiene el alcance que cada uno le quiera dar: para mí, por ejemplo, Dog Soldiers de Robert Stone tiene muchos rasgos en común con el género, por mucho que el protagonista, en vez de ser un cowboy, sea un veterano de Vietnam que va por California con una maleta cargada de heroína. Fíjate: dos americanos, un francés, un mexicano, una escocesa y un colectivo de italianos escribiendo novelas recientes sobre un género tan esencialmente americano. Da que pensar sobre su universalidad y su vigencia.
 
F.R.C.: Creo que una de las mayores dificultades a la hora de escribir un libro como el tuyo es recrear la ambientación en la que discurren sus historias. El léxico, sin ir más lejos, denota notables conocimientos lingüísticos por tu parte sobre la época que has retratado. ¿Has tenido que hacer un trabajo documentalista ad hocpara poder recrear la ambientación del Lejano Oeste, o acaso formaba parte de tu bagaje como lector y espectador?
D.R.: Bueno, quien más y quien menos ha visto unas cuantas películas del oeste, y eso hace que todos, en mayor o menor medida, conozcamos esa mitología de llanuras y pistoleros, que es la que yo utilicé como base. A fin de cuentas la única regla básica del buen western es que un revólver sólo puede disparar seis veces si nadie lo recarga. Pero aunque supongo que el western es un género bastante estereotipado, y esa es la base de esa mitología que todos conocemos, yo no quería escribir sobre personajes que tuvieran nombres como Billy, John y Bob que lleguen a caballo a Dodge City mientras una de esas bolas de maleza rodantes cruza la calle polvorienta y alguien toca la armónica. Y como quería salirme de la senda de lo común no había otra alternativa que documentarme bastante, en parte porque supongo que soy un poco obsesivo y me divierte mucho averiguar cosas como el alcance y la capacidad de un rifle Henry, o mirar paisajes en Google Maps mientras busco el pueblo apropiado en el que ubicar las historias del libro, y en parte porque a mí como lector me molesta mucho pillar al escritor sacándose cosas de la manga. Quizá no hubiera sido necesario hablar del peso de una bala medido en granos o describir distancias en yardas, pero todo detalle da color a la historia, así que he intentado ser minucioso y realista con ellos.
 
F.R.C.: El Far West, tal como nos lo han contado el cine y la literatura, es sinónimo de violencia gratuita, ausencia de leyes, borracheras, sheriffs sin recursos, calles polvorientas, prostitutas y peligrosas partidas de cartas en salones de gatillo fácil, todo ello narrado desde presupuestos artísticos que garantizan la amenidad. Pero la vida real difiere mucho de los libros y las películas. En tu opinión, los estadounidenses actuales, ¿se vanaglorian o bien se avergüenzan de ese pasado tan sangriento?
D.R.: Supongo que prevalecerá el orgullo, porque es un rasgo nacional muy propio de los estadounidenses que yo conozco, aunque siempre da miedo generalizar. En cualquier caso imagino que las películas reflejarán un poco lo que la gente ve o quiere ver, y en ese sentido parece que después de la Segunda Guerra Mundial el cine del oeste era una cosa de buenos muy buenos y rufianes muy malos que terminaban muertos a tiros en mitad de la calle, aderezados con una ristra de indios, también muy malos, con los que practicar el tiro al blanco, pero a medida que ha ido pasando el tiempo y la necesidad propagandística de aquellos años de Guerra Fría quedan cada vez más lejos los personajes han ido ganando en complejidad y realismo. Bailando con lobos es una suerte de triste confesión sobre las tropelías que se cometieron con los indios, y supongo que la inmensa mayoría de norteamericanos conocerán aquellos hechos y los lamentarán.
F.R.C.: Y, para terminar, ¿podrías recomendarnos un cuento y/o un poema?
D.R.: Carnet de baile, de Roberto Bolaño,  y el prólogo de Veinte años sin lápices nuevos, de Aroa Moreno, que en el índice viene, a secas, como “los neurotransmisores…”. 



Ficha técnica del libro: 
David Ruiz
Manual para coyotes
Col. Reloj de arena
Rústica
14 x 21 cm
112 páginas
13 €
978-84-96675-83-4
Nº edición: 1

Las películas de Hollywood y las novelitas populares de quiosco grabaron en nuestra memoria la figura del pistolero que cabalga por un territorio que ya es parte del imaginario colectivo: el Lejano Oeste. David Ruiz ofrece en Manual para coyotes una colección de historias sobre la trágica suerte de aquellos eternos perdedores, perseguidos sin piedad por su destino. Con singular talento narrativo, el autor renueva las leyendas del western y transforma los viejos estereotipos en mitos vigentes.

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