
AVISO
(cuento)
Salvador Elizondo (México, 1932-2006)
I.M. Julio Torri.
La isla prodigiosa surgió en el horizonte como una crátera colmada de lirios y de rosas. Hacia el mediodía comencé a escuchar las notas inquietantes de aquel canto mágico.
Había desoído los prudentes consejos de la diosa y deseaba con toda mi alma descender allí. No sellé con panal los laberintos de mis orejas ni dejé que mis esforzados compañeros me amarraran al mástil.
Hice virar hacia la isla y pronto pude distinguir sus voces con toda claridad. No decían nada; solamente cantaban. Sus cuerpos relucientes se nos mostraban como una presa magnífica.
Entonces decidí saltar sobre la borda y nadar hasta la playa.
Y yo, oh dioses, que he bajado a las cavernas del Hades y que he cruzado el campo de asfodelos dos veces, me vi deparado a este destino de un viaje lleno de peligros.
Cuando desperté en brazos de aquellos seres que el deseo había hecho aparecer tantas veces de este lado de mis párpados durante las largas vigías del asedio, era presa del más agudo espanto. Lancé un grito afilado como una jabalina.
Oh dioses, yo que iba dispuesto a naufragar en un jardín de delicias, cambié libertad y patria por el prestigio de la isla infame y legendaria.
Sabedlo, navegantes: el canto de las sirenas es estúpido y monótono, su conversación aburrida e incesante; sus cuerpos están cubiertos de escamas, erizados de algas y sargazo. Su carne huele a pescado.
COMENTARIO
Cuenta la Odisea que, llegado Ulises, náufrago y semidesnudo, a la tierra de los feacios, narró al rey Alcínoo y a la bella princesa Nausicáa las aventuras que, con sus compañeros, había corrido en su viaje de vuelta a Ítaca desde las costas de Troya. Entre dichas aventuras, dos episodios particularmente célebres: su estancia en los dominios de la diosa Circe y la posterior navegación cerca de la isla de las sirenas -que, en la mitología griega, eran aves con cuerpo de mujer, y no mujeres-peces, como se las representa desde la Edad Media-. La diosa le previno de que en su viaje habría de encontrarse con la hermosa isla, pero que, para no caer en el hechizo del malévolo canto de aquellos seres, debería taponar con panal de cera los oídos de sus compañeros -no los suyos, como supone Elizondo- y pedirles que lo amarraran al mástil, por si acaso estuviera tentado de hacer virar la nave para arribar a la isla. Así, pues, sólo él las oiría cantar, quizá embelesado, pero sus compañeros no percibirían el mágico canto -no lo oirían- ni podrían escuchar (lat. auscultare, atender, acatar, obedecer) las órdenes de Ulises.
Hace ya tiempo que el checo Franz Kafka (1883-1924) dio una curiosa interpretación de la mítica aventura de Ulises, suponiendo que aún más peligroso que su canto es “El silencio de las sirenas” (“Das Schweigen der Sirenen”, h. 1917). Siguiendo al gran escritor checo, pero sin olvidar ciertos detalles del texto clásico, el mejicano Julio Torri (1889-1969) en su brevísimo texto “A Circe” (Ensayos y poemas, 1917) imaginó a un “otro Ulises” que, “resuelto a perderse”, se dirige a la diosa y le hace saber que, aunque ha seguido todos sus consejos, sin embargo, no se hizo amarrar al mástil; no obstante lo cual su destino, inalienable, se impuso fatalmente, por lo que este anti-Ulises lamenta la crueldad de este destino impuesto por los dioses, ya que las sirenas no cantaron para él su canto mágico: ¡Circe, diosa venerable! He seguido puntualmente tus avisos. Mas no me hice amarrar al mástil cuando divisamos la isla de las sirenas, porque iba resuelto a perderme. En medio del mar silencioso estaba la pradera fatal. Parecía un cargamento de violetas errante por las aguas. / ¡Circe, noble diosa de los hermosos cabellos! Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí.
El también mexicano Elizondo basó su precioso cuento “Aviso”, de doble intertextualidad, tanto en el viejo pasaje de la Odisea como en el breve texto de Torri, al que se lo dedicó in memoriam. En primera persona, con perfecta organización o estructura y esmerado lenguaje lírico -que lo aproximan a un bellísimo poema en prosa-, otro anti-Ulises narra para nosotros, sus lectores y navegantes de la vida, su trágica aventura por haber desoído los consejos de Circe. Ejerciendo su libertad y persiguiendo su deseo, este moderno Ulises ha conseguido vencer la cadena del destino que para él habían marcado los dioses. Pero con ello, como él mismo dice, cambió “libertad y patria por el prestigio de la isla infame y legendaria”, porque nadie puede burlar los designios de los dioses oponiéndose a su destino; ni siquiera Ulises, el amado de Atenea, que, como ningún otro mortal, había descendido al Hades y cruzado dos veces -al entrar y al salir- el campo de asfódelos de la entrada. Y de su amarga aventura extrae una enseñanza para los demás: “Sabedlo, navegantes…”, son nuestros locos deseos los que nos pierden.
Paz Díez Taboada
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