
INSUMISIÓN
Ana Añón Roig
El escritor se encontraba frente al ordenador escribiendo el último capítulo de la que sería, sin duda, su mejor novela. Robert debía morir, no había otro final posible. Pero entonces sintió las primeras patadas. Una contracción le apartó del teclado, con la llegada de la segunda trató de respirar rítmicamente y al llegar las últimas, tan seguidas y dolorosas, se retorció y cayó al suelo. La cabeza de aquel bebé le desgarró el vientre dejando un charco de sangre a su alrededor. Era Robert, lo reconoció por el lunar de la frente. Antes de morir aún tuvo tiempo de escuchar su primer llanto.
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