
ÚLTIMO RODAJE
Gloria Díez Fernández
Julia dice que éste será su último rodaje. Tal vez acierte. Está cansada, se le inflaman los pies; pero actuar es su vida y hasta ahora no ha encontrado el camino para hacer mutis antes de caer fulminada. Los zapatos son su fetiche. Cada mañana llega al camerino con unos diferentes, algunos, forrados en tela, haciendo juego con el vestido. Ya nadie se calza así.
Cada mañana eliminan su impecable maquillaje, que la rejuvenece cinco años y le aplican otro que la envejece diez. Su personaje es una anciana. Ella es una anciana. Yo también lo soy. Si ambas llevásemos la cara lavada y un pañuelo en la cabeza…Pero no, su piel sería siempre más fina, más blanca, más cuidada. Ahora se mira en el espejo. Espera. Yo la observo y ella me devuelve la mirada desde el otro lado del azogue. Hace quince años que la asisto en el camerino y sí, tal vez ésta sea también mi última película. Se acaricia la pantorrilla distraída. Pequeñas venas azules, como una diminuta red fluvial, recorren la curva impecable de sus muslos y descienden cada vez más, invadiendo nuevos territorios de su piel.
Julia tiene unas zapatillas de raso azul, con pequeñas plumas que tiemblan al menor movimiento de sus piernas. Dejan el talón al descubierto y se apoyan en un tacón diminuto. Suele decir que son dignas de la madame de un antiguo budoir. Hace calor. Se quita los zapatos y los coloca cuidadosamente en su caja. Busca mis ojos al fondo del espejo y sé que va a decir, ya lo está diciendo, mientras frunce, con un mohín coqueto, esos labios bien perfilados que han besado tantas bocas.
-Marta, querida, acércame mis zapatillas de meretriz.