
PLAÑIDERAS
Francisco Rodríguez Criado
Algunos conciben la muerte no solo como un drama sino también como un espectáculo, una suerte de ceremonia nupcial donde el novio o la novia acuden al casorio forrados en una caja de pino. Pensarán los familiares que de alguna manera hay que entretener a los asistentes, cuyo número interesa aumentar a toda costa para que no decaiga la fiesta, y arrancarle de paso una sonrisa al hermoso cadáver. The show must go. O como decimos en castizo: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”.
La muerte propia puede ser una tragedia y la ajena un negocio rentable. Da fe de ello una empresa japonesa que desde su página web oferta lágrimas al mejor postor. Estos avispados profesionales del lagrimeo ponen a disposición de los familiares del finado un grupo de plañideras para que hagan bulto y, sobre todo, para que lloren amargamente la ausencia de un pobre mortal a quien nunca han visto en vida. Las plañideras son mujeres –y también hombres– con grandes dotes para la interpretación. Parten, eso sí, con la ventaja de representar siempre el mismo papel: llorar sin consuelo y sin verdaderos sentimientos. Bien mirado, esta actuación histriónica la podrían hacer los amigos del muerto, pero a estos se les presupone falta de pasión, talento o ganas. Y si se quieren hacer bien las cosas, ya se sabe, es mejor contar con un profesional a sueldo que con un amateur desmotivado.
Llorar a destajo es la profesión del futuro. Ninguna empresa como la del plañideo tiene tantos clientes potenciales: antes o después, la muerte nos convierte a todos en obligados novios en esa boda con el más allá cuya luna de miel es siempre un enigma.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 2 de abril de 2013).