
CICONIA, 1992
Me recuerdo en aquel 29 de agosto de 1992, aglutinado a las puertas del estadio Príncipe Felipe, feliz de poder ver a uno de los mejores grupos del momento: Dire Straits. Han pasado veinte años del concierto, me chiva un manoseado ejemplar de la prensa local mientras, camino de Ciconia, tomo un refresco en plena madrugada en una cafetería 24 Horas de la autovía. Veinte años que han cambiado el rostro de mi pequeña ciudad natal y también el mío.
Ciconia era entonces una ciudad que no existía, un fantasma que pululaba por el oeste español buscando ser inventada, y de ahí las palabras del que fuera alcalde Carlos Sánchez Polo, para quien el concierto fue “un éxito que puso a Ciconia en el mapa”.
Pero esa Ciconia feliz e inédita, esa que venía en los mapas –pero no en el mapa–, es la que yo recuerdo con más nostalgia. Esa Ciconia que, de pura inexistencia, trataba de hacer aparatosas señales de humo (el concierto de Mark Knopfler fue una de ellas) para que el resto del planeta viera nuestra estela en el firmamento. Recuerdo esa Ciconia de mi juventud, encantadoramente provinciana, de vida lenta y vetusta –pues así es irremediablemente la vida de los que existen poco y mal. Y recuerdo aquellos días sin Internet, sin teléfono móvil, sin redes sociales, sin crisis, en una ciudad colegial y entusiasta que preparaba su presentación en sociedad con el concierto más multitudinario de su Historia. Esa en la que los Dire Straits pasaron unas horas y yo los mejores años de mi vida. Esa ciudad, en fin, a la que regreso en oscuras madrugadas, mientras los ciconianos sueñan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 5 de septiembre de 2012).