Cuento breve recomendado: «El cuento», de Quim Monzó

En la escritura no debe haber juegos gratuitos. Es necesaria una exigencia en la elaboración de las palabras, en el detalle, en la tensión narrativa. La precisión es muy importante en el cuento. Montanelli decía que una novela son ochenta líneas de texto y tres metros cúbicos de aire. Yo quito esos tres metros cúbicos de aire que representan las digresiones, que dan pistas falsas y responden a las ganas de lucimiento del escritor. El escritor lo que debe hacer es explicar la historia y ya está. En el cuento si haces trampa se nota mucho.

Los finales de los relatos son especialmente importantes. Mientras que en las novelas no hace falta un final rotundo, en el relato los cabos sueltos deben estar atados porque si no, no es un cuento, es una narración. El cuento está a un paso del poema; hay que cerrarlo bien todo. Otra cosa es que al hacerlo consigas un efecto sorpresa en el lector. Pero esto es algo que no sabes mientras escribes y que te hace disfrutar cuando llegas al final y descubres que has conseguido ese quiebro, esa sorpresa.

Quim Monzó

 El cuento, de Quim Monzó

A media tarde el hombre se sienta ante su escritorio, coge una hoja de papel en blanco, la pone en la máquina y empieza a escribir. La frase inicial sale enseguida. La segunda también. Entre la segunda y la tercera hay unos segundos de duda.

Llena una página, saca la hoja del carro de la máquina y la deja a un lado, con la cara en blanco hacia arriba. A esta primera hoja agrega otra, y luego otra. De vez en cuando relee lo que ha escrito, tacha palabras, cambia el orden dentro de las frases, elimina párrafos, tira hojas enteras a la papelera. De golpe retira la máquina, coge la pila de hojas escritas, la vuelve del derecho y con un bolígrafo tacha, cambia, añade, suprime. Coloca la pila de hojas corregidas a la derecha, vuelve a acercarse la máquina y reescribe la historia de principio a fin. Una vez ha acabado, vuelve a corregirla a mano y a reescribirla a máquina. Ya entrada la noche la relee por enésima vez. Es un cuento. Le gusta mucho. Tanto, que llora de alegría. Es feliz. Tal vez sea el mejor cuento que ha escrito nunca. Le parece casi perfecto. Casi, porque le falta el título. Cuando encuentre el título adecuado será un cuento inmejorable. Medita qué título ponerle. Se le ocurre uno. Lo escribe en una hoja, a ver qué le parece. No acaba de funcionar. Bien mirado, no funciona en absoluto. Lo tacha. Piensa otro. Cuando lo relee también lo tacha.

el cuento

Todos los títulos que se le ocurren le destrozan el cuento: o son obvios o hacen caer la historia en un surrealismo que rompe la sencillez. O bien son insensateces que lo echan a perder. Por un momento piensa en ponerle Sin título, pero eso lo estropea todavía más. Piensa también en la posibilidad de realmente no ponerle título, y dejar en blanco el espacio que se le reserva. Pero esta solución es la peor de todas: tal vez haya algún cuento que no necesite título, pero no es éste; éste necesita uno muy preciso: el título que, de cuento casi perfecto, lo convertiría en un cuento perfecto del todo: el mejor que haya escrito nunca.

Al amanecer se da por vencido: no hay ningún título suficientemente perfecto para ese cuento tan perfecto que ningún título es lo bastante bueno para él, lo cual impide que sea perfecto del todo. Resignado (y sabiendo que no puede hacer otra cosa), coge las hojas donde ha escrito el cuento, las rompe por la mitad y rompe esta mitad por la mitad; y así sucesivamente hasta hacerlo añicos.

El porqué de las cosas, 1994

Ochenta y seis cuentos, Barcelona, Anagrama, 2009, pags. 370-371

 Quim Monzó (España, 1952)

Comentario

El término metaliteratura se aplica a un texto literario que tiene por tema la propia escritura literaria. Cuando se trata de la narrativa -cuento, novela-, algún crítico la define como la ficción en torno a la ficción o, lo que es lo mismo, una ficción que es en sí misma un comentario sobre su propia identidad narrativa.

La metaliteratura es tan antigua como la propia literatura, pero, si nos fijamos en nuestra época áurea, la obra narrativa que todos los críticos señalan como uno de los ejemplos más rotundos de metaficción es El Quijote (1605, 1615) de Miguel de Cervantes, novela que de cabo a rabo juega con continuos y diversos procedimientos metaliterarios y, en un sentido más estricto del término al que aquí me refiero, presenta muchos ejemplos como cuando los personajes de la novela, en la Segunda Parte, discuten sobre el contenido de la Primera o cuando el traductor reflexiona sobre el trabajo del autor, Cide Hamete Benengeli, que, por supuesto, en ambos casos es el propio Cervantes. Si ampliamos la mirada al campo de la poesía, el caso más conocido metapoema es el famoso soneto de Lope de Vega, “Un soneto me manda hacer Violante”.

En el caso del lenguaje se emplea el término de metalingüística para una de las seis funciones lingüísticas determinadas por Jakobson: cuando el mensaje tiene por tema el propio código; por ejemplo, al definir el significado de una palabra.

En fin, en otras artes también se da este volverse sobre sí mismas: metacuadro (el cuadro dentro del cuadro): “Las Meninas” de Diego Velázquez) o metacine (el cine dentro del cine): “La rosa púrpura de El Cairo” de Woody Allen).

Un ejemplo paradigmático de metacuento es este “Cuento” de Quim Monzó, que describe de una manera insuperable en su minuciosidad, los trabajos y vicisitudes de un autor, durante más de una noche, hasta conseguir el cuento perfecto; no obstante el autor finalmente lo destruye porque no logra, en un alarde de absurdo perfeccionismo, el título perfecto. Toda la “aventura” del cuento es la propia elaboración, y consiguiente destrucción del mismo.

Miguel Díez R,

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MEMORIAS DE UN VIEJO PROFESOR. LA LECTURA EN EL AULA (PDF)

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