
«Literatura versus violencia», redactado con motivo del II Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, fue leído el 1 de septiembre de 2012 en el Ateneo de Cáceres, España, en un acto similar al que se vivió en ciento veinte ciudades de más de veinte países y tres continentes. Dedico mi escrito a la organizadora del acto en mi ciudad natal, María Carvajal.
LITERATURA VERSUS VIOLENCIA EN CIUDAD JUÁREZ
Imaginemos una novela trepidante, un thriller inmisericorde que narre las desventuras sufridas día a día por los habitantes de una peligrosa ciudad fronteriza. Nuestro insigne novelista quiere estremecer a los lectores con su trama, sacarnos de nuestra agradable impasibilidad de mesa camilla, tocar nuestra fibra sensible. No le vale como escenario una ciudad cualquiera, quiere una que nos retrotraiga a los westerns de nuestra infancia, una ciudad sin ley. Que sea pues una de las más peligrosas del mundo, una ciudad al límite. Al límite geográfico (podría estar, por ejemplo, en el norte de México, colindante con Estados Unidos) y al límite de la supervivencia. Una ciudad que haya sufrido una profunda modificación gracias a –o por culpa de– cierto tratado de libre comercio y del auge de ciertas empresas maquiladoras. El novelista sopesa ambientar su narración vistiendo la ciudad con sus mejores ropajes descriptivos. Se afana en dar cuenta de su cultura, su clima, su religión, su Historia… Le dedica cierto tiempo a documentar estos asuntos, pero luego se percata de que tantos datos pueden aburrir al lector ávido de grandes emociones, ese que desea adentrarse temerariamente en una ciudad sin ley, no en las páginas de la Enciclopedia Británica o de Wikipedia. Así que vuelve a desnudar a su ciudad narrada y la deja como un territorio hostil dominado por los cárteles de la droga, brutalmente enfrentados entre sí. Lo demás no importa. El lector se quedará solamente con su imagen más negativa: la de la violencia. Tiene que ser una novela con muchos homicidios, una novela que refleje una escalada de terror inusitada que, como digo, haga estremecer al lector. Para contrarrestar el empuje de estos modernos pistoleros sin caballo y sin sombrero, el escritor introduce ochocientos miembros de policía, o mucho mejor: cuatro mil quinientos. No, mejor doblar esa cantidad. O… Y como siguen sin ser suficientes –las ejecuciones están a la orden del día–, en la página 150 nuestro novelista da protagonismo a un grupo de encallecidos y comprometidos ciudadanos que toman cartas en el asunto creando patrullas de vigilancia. El coraje ciudadano añade siempre un cariz humanitario a cualquier historia, aunque en este caso, pese a que la finalidad sea buena, la formación de esas patrullas –como también lo fuera la militarización– acaba redundando en un mayor índice de violencia.
Mujeres que son violadas y asesinadas al salir de sus puestos de trabajo (que la cifra sea demoledora: por ejemplo, 600 mujeres asesinadas y 3000 desaparecidas en las últimas dos décadas). Ciudadanos decentes que han de quedarse en casa por la noche por miedo a la violencia. Vendettas entre sicarios que han sido contratados al peso de entre los pandilleros que habitan las calles. 53 personas asesinadas en 72 horas. Tiros y más tiros. El western resucitado. ¡Menuda novela! ¡Una novela llena de tiros, miedos, tiranía, drogas, inseguridad y extorsión!
Con estos mimbres no es nada descabellado pensar que nuestro novelista, echando mano de sus mejores habilidades literarias, consiga parir un best-seller. Al fin y al cabo, es un tema de actualidad que pone el foco en algo importante que está sucediendo en este mismo instante. No se recrea en el siglo XVIII ni en el IX, aparentemente tan lejanos. Nos cuenta una realidad extrema que está ocurriendo hoy, aunque la mayoría de los mortales no sepamos mucho sobre ella. Solo hace falta un poco de imaginación… y el título. Un título que sea breve, redondo, concluyente. Dos palabras sería lo ideal, pues se memorizan mejor que siete o diez. La novela se llamará… sí, se llamará Ciudad Juárez.
Si la prosa es buena, si los diálogos son vibrantes, si los tiempos están bien medidos y el suspense progresa con la urgencia de una tempestad y la delicadeza de una bailarina, si esta novela nos deja el regusto final de sentirnos afortunados por no tener que sufrir en nuestras carnes estos hechos narrados, ¿quién no disfrutaría de su lectura?
Pero ese libro, esa novela, tiene un pequeño defecto: que no es un libro ni una novela. Ciudad Juárez no es la invención de un gran novelista, ni siquiera de un mal novelista. Ciudad Juárez es a lo sumo la invención del Hacedor, que juega a cebarse con determinadas ciudades abocadas al abismo para su propio regocijo de lector omnipotente y omnipresente.
Insisto: Ciudad Juárez no es un best-seller con el que pasar el rato. Pregúntenselo a sus habitantes, hartos de vivir día a día una escena escabrosa de un western real que nada tiene que ver con los de John Ford, creados para deleitarnos desde una pantalla.
Abandonada ya la ficción, vayamos a la realidad… Recordemos que toda población tiene forzosamente dos caras, y Ciudad Juárez no puede ser una excepción. Frente a esta escalada de violencia, se formó en 2011 un grupo de escritores con la determinación de poner sus armas al servicio de la conciliación. Y esas armas no pueden ser otras que su pluma. Su objetivo es abanderar su literatura para acabar con otra literatura, esa deshumanizada firmada por El Hacedor que antes hemos retratado. Estos escritores también son fronterizos. Están al límite de México y al límite de lo que puede aguantar un ser humano. Están al límite de sus fuerzas, pero sospechan que, unidos, esa fuerza puede multiplicarse hasta el infinito. Están hartos y quieren honrar a los asesinados, esos a quienes les robaron la ciudad y la vida, entre ellos la poeta Susana Chávez, una de las 1300 personas ejecutadas en 2011.
Esta asociación, de naturaleza independiente, se ha empeñado en rescatar los espacios públicos mediante la cultura. Quieren una ciudad libre de cárteles y su consiguiente militarización. Organizan actividades con escritores en puntos estratégicos de la ciudad para tratar de devolver a los ciudadanos algo que nunca debieron perder: su propia ciudad. Ya no son solo escritores: están también sus primos hermanos los pintores, los escultores, los músicos, los fotógrafos; se les han unido aquí y allá personas de bien –artistas o no– que quieren la paz… Y ya no son solo de Ciudad Juárez: vienen también desde Monterrey, Chihuahua, Hermosillo, Tijuana, etcétera. Su ejército de letras cuenta con más de mil voluntarios locales dispuestos a colaborar en diversas colonias de la ciudad, y hay programadas numerosas actividades paralelas en todo el mundo, como esta que hoy organizamos en el Ateneo de Cáceres, España, con el ánimo de poner nuestro granito de arena en un desierto hoy regado por la cooperación cultural.
Es difícil aventurar en qué medida van a ayudar este tipo de iniciativas a favor de la cultura y en contra de la violencia, pero parece la mejor vía para mostrarle al mundo que en Ciudad Juárez los buenos son los muchos y los malos –aunque armados hasta las cejas– son los pocos. Este II Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez pretende, en definitiva, devolverles a los ciudadanos algo que nunca deberían haber perdido: la calle, la paz, la confianza en la justicia y el derecho a ser los auténticos novelistas de esa ciudad que tanto aman.
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo. Mi querido Dostoievski es su última novela.