Acabo de leer un artículo donde se afirma que el libro digital es el futuro y que gracias a él el escritor no tiene que venderse a las editoriales, ni sufrir sus filtros arbitrarios. Todo eso está muy bien, pero sigo pensando que es un error pensar que todo es negro o que todo es blanco. No pretendo convertirme en abogado del diablo, y tampoco de las editoriales, pero si bien es cierto que muchas veces no estoy de acuerdo con sus movimientos, que obedecen demasiado a menudo no a criterios literarios sino comerciales (o meramente personales), tampoco creo que prescindir de ellas sea la panacea. El libro digital ciertamente le abre las puertas a todo el mundo, pero yo me pregunto: ¿todo mundo es escritor?
Las editoriales hacían de filtro (imperfecto, pero filtro en cualquier caso), y en la medida en que el mundo se concentre en la autoedición digital ese filtro dejará de ser absolutista (antes, sin editor no publicabas). Ahora que no hay portero podrán colarse a la boda los buenos sin padrino pero también los malos que vienen al convite sin conocer siquiera a los novios.
Mi opinión genérica (que podría matizar mucho) es que con el libro digital nos van a llegar genialidades pero también mucha morralla. Que es, bien mirado, exactamente lo que ocurría y ocurre con el libro físico que se publica respaldado por una editorial.
Insisto: la literatura es literatura, al margen del formato. Quienes conceden demasiada importancia al formato (papel, digital, en señales de humo…) lo hacen en detrimento de lo que realmente interesa: la literatura. Si el hábito no hace al monje, el formato tampoco hace al editor…
Así que me permitiréis que una vez más me siente en mi poltrona de escéptico y mire con igual desconfianza tanto la revolución como la contrarrevolución del libro.
Francisco Rodríguez Criado es escritor, corrector de estilo y editor de blogs de literatura y corrección lingüística.