Cuento breve recomendado: «Lo tuyo soy yo», de Elena Santiago

 

Elena Santiago, cuento, lo tuyo soy yo
Portada de Lo tuyo soy yo, de Elena Santiago. Junta de Castilla y León, 2003

 

“Estoy escribiendo desde los once años. Comencé por unos cuentos bastante tristes y nostálgicos. A los quince años escribí mi primera novela. Sobre mis libros de estudio volaban cuartillas donde escribía con verdadera necesidad. Todo lo escrito lo escondía. Todo, más tarde, lo fui quemando”. 

“Yo que quería ser pájaro o ángel cuando fuese mayor para no romper los calcetines, acabé siendo escritora desde los 11 años seducida por la imaginación y la palabra. Busqué y sigo buscando el pulso necesario, la intensidad y la fascinación, para convivir con unos personajes de lágrimas y realidad, envueltos en algunas nieblas». 

 «Pronto sabré si escribo para contar mundos o para intentar cambiar el que tengo. Sí sé que escribo porque me es necesario, al punto de que no sé vivir de otra manera».

E.S

 

LO TUYO SOY YO

(cuento)

Elena Santiago (España, 1941) 

Lo tuyo  soy yo. ¿No ves que te sigo hasta  cuando no muevo los pasos?  Que  soy como  esas uvas  colgadas  de  septiembre  que se va n  haciendo   primavera   adelante  hasta  el  otoño,  y  pasan  los  inviernos  colgadas  del  cuarto  de  arriba  de  tu  casa,  cerca  del ventanuco con reja  que no  corta  el aire ni la libertad.  Que tras ella, casi al  alcance de la mano, está el paisaje rendido de oros y cobre como una fantasía llena de imagen.

No son palabras lo que escrito sino abrazos. No te dibujo un campo y unas vides jugando  a uva colgada, negra, blanca, dorada, pero iré diciendo que te siento aún más en este tiempo rendido de otoño. Me recoges y me llevas contigo y vivimos el calor, también llegado el invierno, y es que tú me proteges más cuando más frío padezco. Me haces como ese hilo lleno de luz que llega del ventanuco con reja. Me dejas el aire para que respire muy llena. Me tomas entre tus manos y acaricias mi piel, mi sabor, mi dulzura; todo como si yo fuera una uva jugosa y suave.

La tomas en la mano y la miras y la acercas a los labios. La saboreas, la comes, la llevas dentro de ti soñando que me escondes para que nadie me aleje de tu lado. Porque lo tuyo soy yo, querido.

Llego a tu casa, atemperada por el último sol. Ese tan dorado y quieto que, sin prisa, irá desapareciendo al atardecer. Esperará velando la claridad, y sólo se ocultará cuando estemos dentro de la casa y del beso.

Somos septiembre, somos el mismo paisaje y tenemos la misma puerta. Nos gusta desde niños vendimiar las uvas y comer un pan con cualquier cosa entre sol y sombra, entre silencios y algún vuelo de pájaro retrasado que aún queda.

Al regresar me llevas al grifo de la cocina, al jabón basto y fuerte y me lavas las manos como a una niña. Quizá, es entonces cuando más te quiero. Porque me devuelves la infancia y me pasas tus manos deslizándose en el jabón con caricias muy limpias y llenas de burbujitas de celebración.

Y ya, al sillón más confortable. ¿Un café? ¿Una bebida que alivie el cansancio? Porque caminar hemos caminado largo trecho entre los escaramujos finales y algunos espinos agresivos que nada tienen que ver con nuestros pasos. La tarde llena de sol ha sido borrada de los cristales, de mi pelo y de mi cara, aunque sigo iluminada mientras ya casi la luz del campo es sólo una bola inmensa tras el monte.

No tomo nada, más que tu presencia .

Te sientas a mis pies, olvidada tu bebida en la mesita pequeña. Y yo te toco el pelo, lo enredo en mis dedos y toco tus pensamientos, sonriendo porque entiendo que todos llevan mi nombre.

He de escribir al periódico, que trae diariamente malas noticias. Que sepa el mundo que el amor necesita grandes titulares. Que entre guerras y violencias, maltratos y horrores, está el amor calmado aquí mismo en septiembre y dispuesto a seguir en el tiempo.

Me abandonas unos momentos, dices. Hay que encender la chimenea en la hora justa para que la habitación no decaiga y se queden los muebles tiesos. Yo no, porque me traerás la mantita comprada en Portugal, en nuestro último viaje. Y me la tiendes, verde, verde, como una pradera cálida que me cubre.

Antes de que enciendas el quinqué que adoro porque tiene pintadas flores malva que hacen malva el rincón, te digo que te quiero. Y cuando acabas y regresas a mi lado, vuelvo a decir que te quiero.

Con qué afecto … Con qué contenido gesto amoroso, asientes. Realmente lo tuyo, soy yo.

Pero tú, eres entero mío. Casi quiero llorar de contento, amor, querido.

Lo suyo soy yo, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2003

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