Cuento breve recomendado (239): “En la playa de Ostia”, de Gianni Rodari

cuento breve Gianni Rodari
Gianni Rodari. Fuente de la imagen en Internet.

“¿Por qué a los niños les gustan tanto las adivinanzas? A primer golpe de vista, diría que es porque representan de forma concentrada, casi emblemática, su experiencia de conquista de la realidad. Para un niño el mundo está lleno de objetos misteriosos, de acontecimientos incomprensibles, de figuras indescifrables. Su misma presencia en el mundo es un misterio que resolver, una adivinanza que descifrar, dándole vueltas, con preguntas directas o indirectas. El conocimiento llega, con frecuencia, en forma de sorpresa.”

“La madre que fingía meterse la cucharita por la oreja aplicaba, sin saberlo, uno de los principios esenciales de la creación artística: ‘extrañaba’ la cucharita del mundo de las cosas triviales para atribuirle un nuevo significado. Lo mismo hace el niño cuando usa una silla como tren, o cuando hace navegar un cochecito en la bañera a falta de otro tipo de embarcación, o asigna un papel de aeroplano a un oso de peluche. Precisamente así, Andersen, de una aguja o de un dedal, hacía un personaje de aventuras.”

“Al juzgar los textos infantiles, desgraciadamente, la escuela dirige especialmente su atención al nivel ortográfico-gramatical-sintáctico, que no llega ni siquiera al nivel propiamente lingüístico, además de olvidar completamente el complejo mundo de los contenidos. La cuestión es que en la escuela se leen los textos para juzgarlos y clasificarlos, no para comprenderlos.”

Gianni Rodari, Gramática de la fantasía

EN LA PLAYA DE OSTIA

(cuento)

Gianni Rodari (Italia, 1920-1980)

A pocos kilómetros de Roma está la playa de Ostia, adonde los romanos acuden a miles en verano; en la playa no queda espacio ni siquiera para hacer un agujero en la arena con una palita, y el que llega el último no sabe dónde plantar la sombrilla.

Una vez llegó a la playa de Ostia un tipo extravagante, realmente cómico. Llegó el último, con la sombrilla bajo el brazo, y no encontró sitio para plantarla. Entonces la abrió, le hizo un retoque al mango y la sombrilla se elevó inmediatamente por el aire, sobrevolando miles y miles de sombrillas y yéndose a detener a la misma orilla del mar, pero dos o tres metros por encima de la punta de las otras sombrillas. El desconcertante individuo abrió su tumbona, y también ésta flotó en el aire. El hombre se tumbó al amparo de la sombrilla, sacó un libro del bolsillo y empezó a leer, respirando la brisa del mar, picante de sal y de yodo.

Al principio, la gente ni siquiera se dio cuenta de su presencia. Todos estaban debajo de sus sombrillas, intentando ver un pedacito de mar por entre las cabezas de los que tenían delante, o hacían crucigramas, y nadie miraba hacia arriba. Pero de repente una señora oyó caer algo sobre su sombrilla; creyó que había sido una pelota y se levantó para regañar a los niños; miró a su alrededor y hacia arriba y vio al extravagante individuo suspendido sobre su cabeza. El señor miraba hacia abajo y le dijo a aquella señora:

-Disculpe, señora, se me ha caído el libro. ¿Querría usted echármelo para arriba, por favor?

De la sorpresa, la señora se cayó de espaldas, quedándose sentada sobre la arena, y como era muy gorda no lograba incorporarse. Sus parientes acudieron para ayudarla, y la señora, sin hablar, les señaló con el dedo la sombrilla volante.

-Por favor -repitió el desconcertante individuo-, ¿quieren tirarmemi libro?

-¿Pero es que no ve que ha asustado a nuestra tía?

-Lo siento mucho, pero de verdad que no era ésa mi intención.

-Entonces, bájese de ahí; está prohibido.

-En absoluto; no había sitio en la playa y me he puesto aquí arriba. Yo también pago los impuestos, ¿sabe usted?

Mientras, uno tras otro, todos los romanos de la playa se pusieron a mirar hacia arriba; y señalaban riendo a aquel extraño bañista.

-¿Ves a aquél? -decían-. ¡Tiene una sombrilla a reacción!

-¡Eh, astronauta! -le gritaban-. ¿Me dejas subir a mí también?

Un muchachito le echó hacia arriba el libro, y el señor lo hojeaba nerviosamente buscando la señal. Luego prosiguió su lectura, muy sofocado. Poco a poco fueron dejándolo en paz. Sólo los niños de vez en cuando, miraban al aire con envidia, y los más valientes gritaban:

-¡Señor! ¡Señor!

-¿Qué queréis?

-¿Por qué no nos enseña cómo se hace para estar así en el aire?

Pero el .señor refunfuñaba y proseguía su lectura. Al atardecer, con un ligero si1bido, la sombrilla se fue volando, el desconcertante individuo aterrizó en la calle cerca de su motocicleta, se subió a ella y se marchó.

¿Quién sería aquel tipo y dónde compraría aquella sombrilla?

Favole al telefono, 1962

Cuentos por teléfono, trad. Ramón Prats de Alos-Moner, Barcelona, Juventud, 1973, págs. 35-36.

(Leer el cuento breve recomendado «A enredar los cuentos», de Gianni Rodari).

CUENTOS BREVES RECOMENDADOS POR MIGUEL DÍEZ R.

MEMORIAS DE UN VIEJO PROFESOR. LA LECTURA EN EL AULA (PDF)

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