
FÚTBOL Y DICTADURAS
Los recientes partidos de la selección española en tierras remotas (Guinea y Sudáfrica) frente a durísimos adversarios suponen un relativo alivio para la castigada psiquis nacional: ahora sabemos que nuestros futbolistas galácticos, pese a su estatus de faraones, son igualmente trabajadores de carne y hueso que han de someterse a los dictámenes de sus jefes. Abandonar los placeres de la liga nacional española para disputar partidos intrascendentes muy lejos de casa, con una humedad del 90 %, viene a demostrar, digo, que los Xabi, Llorente o Cazorla son también asalariados, y que donde manda patrón no manda marinero. O sea que cuentan con envidiables privilegios pero sufren también recortes y molestas obligaciones.
El partido amistoso contra los chicos del dictador Teodoro Obiang no fue en ningún caso amistoso, tanto que algún periódico deportivo lo ha resumido en un titular elocuente: “España sale ilesa de Guinea”. Pues no tan ilesos, diría yo. Nuestras estrellas del firmamento tuvieron que lidiar noventa minutos con rivales que no parecen futbolistas adscritos al fair play sino miembros brutales de una banda mafiosa de Breaking Bad.
Todos, seguramente también Villar, tenían serias dudas sobre la conveniencia de paralizar la mejor liga del mundo para hacer las Américas en África. Ver a Xavi Alonso saltar por los aires tras un hachazo más del guerrero guineano Fidjeu en un partido donde el interés no era deportivo sino exclusivamente económico me hizo comprender que los campeones del mundo estaban en Guinea no tanto por obedecer a la dictadura de Obiang sino a otra dictadura: la del dinero.