
«Quetzalcóatl invitó en una oportunidad a Mayahuel, la diosa virgen, a conocer mundo. La diosa aceptó de inmediato y ambos bajaron de los cielos mientras la vieja Tzitzimitl. dormía.
Tzitzimitl era la encargada de custodiar la virtud de Mayahuel, y cuando despertó se sintió burlada. Entonces llamó a todas sus hijas para vengar su orgullo. Madre e hijas partieron en busca de los fugitivos».
EL MAGÜEY
(leyenda)
Quetzalcóatl invitó en una oportunidad a Mayahuel, la diosa virgen, a conocer mundo. La diosa aceptó de inmediato y ambos bajaron de los cielos mientras la vieja Tzitzimitl. dormía.
Tzitzimitl era la encargada de custodiar la virtud de Mayahuel, y cuando despertó se sintió burlada. Entonces llamó a todas sus hijas para vengar su orgullo. Madre e hijas partieron en busca de los fugitivos.
Sin embargo, Quetzalcóatl presintió el peligro: se convirtió a sí mismo en sauce y a Mayahuel en un árbol de flores. Sus perseguidoras llegaron finalmente al lugar en el que se hallaban los dos árboles y se sentaron a descansar sobre sus ramas. El árbol de flores se quebró por el peso y, surgiendo de la fronda, se distinguió la figura de Mayahuel. La vieja la reconoció y dio por sentado que su honor había sido mancillado. En castigo, el árbol fue destruido; ella y sus hijas hicieron añicos el tronco y las ramas, y abandonaron los despojos, que cayeron a la tierra. Lo mismo intentaron hacer con el sauce, pero no pudieron doblegar su fortaleza. Así pues, dieron por cumplida su misión vengadora y partieron de allí.
Quetzalcóatl volvió a su forma original. Recogió los restos del árbol al que Mayahuel había dado vida y los sembró. Al cabo de un tiempo, nació de ellos la planta de magüey, la que guarda en su centro el aguamiel. El dios partió un magüey para aplacar su sed. El resto lo machacó, lo consagró y lo convirtió en pulque, una bebida buena y refrescante que daría alegría a los corazones de los hombres.
Leyendas de América Central, Recopilación y notas de Olga Díaz, Editor Javier Vergara, 2002, p. 32.