
Ya que estamos con Enrique Anderson Imbert, Macedonio Fernández y el libro de Mempo Giardinelli, os dejo este pasaje de la conversación en el que Anderson Imbert arremete contra Macedonio Fernández, al que tacha de loco.
-Volviendo al cuento breve, siempre tengo la impresión de que en la Argentina no hay una tradición de cuento breve, como sí la hay en México, en los Estados Unidos y en otros países. Usted es uno de los pocos cultores argentinos del cuento breve y brevísimo. Disculpe mi ignorancia, ¿es también uno de los precursores?
-En la Argentina, sí.
-¿Y de dónde le vino esa vocación?
-De la lectura de los maestros del cuento breve. Uno de ellos fue Jules Renard. En el sigo XIX escribió libros con cuentitos de veinte palabras: ingeniosos y con desenlaces sorprendentes. A mí me fascinaba leerlo. Por supuesto: ¿quién me hizo conocer a Renard?: Martínez Estrada. Ahora me da un poco de rabia porque se acuerda de Renard. Por eso me dio tanto gusto que ustedes en el último número (PC 17) lo publicaran. Y otro cuentista que también me lo dio a leer don Ezequiel, fue el catalán Eugenio D´Ors.
-¿Estos antecedentes tan recientes indicarían que es un género nuevo, propio del siglo veinte?
-Es que ni siquiera era un género; eran caprichos. Los autores jugaban con el cuento breve y brevísimo. Ahí están los cuentitos de Don Ramón Gómez de la Serna. En los años de mi formación, él era famoso por esos divertimentos.
-Bueno, aquí también podríamos citar a Macedonio Fernández, ¿no cree?
-No, no lo creo. Tan mal escritor Macedonio Fernández. Dejémoslo de lado en esta conversación, porque para mí no pertenece a la literatura; pertenece al manicomonio… (se ríe). Mejor hablemos de otras influencias como el libro Gog, de Giovanni Pappini, que es un libro extraordinario, lleno de cuentos breves.
Mempo Giardinelli, Así se escribe un cuento (Suma de Letras, 2003, página 152,153)
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