Cuento breve recomendado: «La partida», de Leónidas Barletta

Leónidas Barlet
Escritor argentino Leónidas Barletta

 

Los temas centrales de la vasta producción literaria de Leónidas Barletta –narrador, periodista y dramaturgo, hoy injustamente olvidado- son la pobreza y las diferencias sociales. Sus personajes son, en general, hombres y mujeres pobres, y sus circunstancias, sentimientos e historias son narrados desde una óptica solidaria, comprensiva y con un estilo directo y claro. Expresión de su idea sobte el compromiso del arte es esta rotunda frase suya: “Nos sentimos responsables, dentro de la formidable transformación que se opera, en la liquidación de viejos y carcomidos conceptos y en la constante renovación de valores. Queremos llevar el arte puro al corazón del pueblo, ser rectores de su comportamiento, inspirarlo en el bien, en la justicia, en la generosidad, encendiendo en su alma ansias de superación moral.”
 

LA PARTIDA

(cuento)

Leónidas Barletta (Argentina, 1902-1975)

Trajeron agua del río, y se lavó, despacio.

-Mire, Adelina, déme una camisa limpia -dijo con voz ahogada-, quiero irme decente.

La mujer le anudó el pañuelo al cuello y le peinó el cabello largo alrededor de las orejas.

-Bueno; me voy -dijo con una exaltación ahogada-. Tráigame el rebenque grande, ¿quiere?

Los ojos, chiquitos, con un anillo de agua en la pupila, brillaron agudos por un instante.

-Bueno; me voy -repitió, ensimismado.

La mujer se movió; fija la mirada triste, las manos, cruzadas sobre el vientre.

-Bueno; me voy -tornó a decir, y agregó con cierta firmeza: -Déjela entrar nomás a la Elenita.

La muchacha entró, demudada. Quedó inmóvil junto a su padre y gruesas lágrimas empezaron a mojarle la cara.

-¿Por qué llora, pues? -dijo él suavecito-. Enjúguese. Acérquese a besar a su padre. No pierda el tiempo. Ya tendrá ocasión de llorar. Béseme de una vez y hágalo entrar al Emilio.

La separó despacito de su rostro y la muchacha salió, hipando.

Afuera se detuvo frente a su hermano y a su madre y dijo, aspirando las sílabas:

—¡Se va!

La puerta del rancho volvió a chirriar y entró el varón, serio, indeciso, mirando con insistencia al suelo, balanceándose como si tuviese que tomar impulso para dar un salto.

El padre lo miró de hito en hito, y de repente, exclamó con la voz alterada:

-Vea, muchacho… Déme su mano… ¡Qué embromar…! ¡Si es un alivio…! -y al apretar la mano, añadió…: -¡Esto me basta!

Y como sabía que su hijo no iba a soltar palabra, dijo por él:

—¡Y que me vaya lindo!

Fue un apretón de manos corto, firme.

—Deje entrar ahora a su madre, que está esperando.

Salió el mozo, con la boca apretada, respirando fuerte y esquivando los ojos. Se plantó frente a su madre y a su hermana y masculló entre dientes, como con rabia:

-¡Se va!

Y entró la madre. Se aproximó lentamente al hombre; los ojos colorados, la boca estremecida.

-Siéntese -murmuró él-. Quédese un ratito así. No me diga nada. ¿Comprende?

Varillas de luz caían desde el techo del rancho. Oían distintamente el ruido que hacían los dos al respirar.

Él no necesitó mirarla para saber que tenía los ojos llenos de lágrimas. Le dijo con dulzura:

-Mire, Adelina, usté no pudo ser mejor de lo que fue… Mire… ¡y ojalá yo hubiese sido como usted quiso que fuera…! ¡Verdá…! ¡Verdá…!

Hizo un instante de silencio y luego:

-¡Está bueno…! Mire, Adelina, prepárese nomás. Y déjese de andar lloriqueando. Todas las partidas son lo mesmo. Verdá. Y ahora, con su licencia, déjeme que me vaya.

Entonces la mujer se arrodilla y barbota entro sollozos:

-No; Bautista, si usté no se me va. ¡Qué se me va a ir! ¡Cómo me va a dejar a mí solita! ¡Hemos andado tanto tiempo acollarados! ¡No; si usté no se me va!

Pero se interrumpe de golpe porque la mano de su hombre ha caído inerte fuera del camastro.

Ahora se enjuga los ojos, sale del rancho, enfrenta desesperada a sus hijos y dice con voz ronca:

¡Se jue!

Fuente del texto: Cuentos de Latinoamérica

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