Cuento breve recomendado: «En su punto», de Manuel Longares

cuento, Manuel Longares
Escritor española Manuel Longares. Fotografía de Álvaro García (EL PAÍS). Fuente de la imagen

Tenemos que utilizar una lengua que viene del Lazarillo y de La Celestina, que llega a Fortunata o La Regenta. ¿Cómo no ser ambicioso con esos antecedentes? Con esos antecedentes no se puede escribir una bagatela”. 

«Yo creo que para contar las cosas hay que tener una voz y un mundo. Si tienes un mundo y no sabes expresarlo, mal. Y si te sabes expresar pero no tienes un mundo detrás eres un sacamuelas». 

“Se sabe que la literatura es una apuesta en el tiempo y lo que hoy disgusta por artificioso mañana agrada. Quizá el nuevo siglo recupere el afán experimental que predominó a principios del que ahora termina. En cualquier caso, esa voluntad de romper moldes goza de la complicidad, si no del favor, del género de la narración breve. Ya muchos consideran el cuento un laboratorio de pruebas donde si no hay riesgo es como si faltara el aire”.

Manuel Longares

El autor de esta ficción narrativa, “En su punto” , -brevísima, original y llena de humor e ironía- juega con el procedimiento literario denominado intertextualidad, al introducir una referencia explícita al romancillo de Luis de Góngora (1561-1627) titulado “Hermana Marica”, un poema de juventud del autor cordobés que rezuma luz, color y alegría en la descripción jubilosa del latir del corazón de la infancia en la fiesta del barrio: la iglesia y la pequeña plaza,  las personas cercanas, las golosinas, las ropas, los cantes y bailes,  los juguetes y los juegos… Todo bulle en un tono de humor festivo, de gracia y frescura, incluso con ese final “malicioso” de las bellaquerías detrás de la puerta, como sucede en el cuento de Longares.

No me resisto a incluir el texto completo de Góngora e incluso el enlace de YouTube para poder oír la versión cantada por Paco Ibáñez.

“Hermana Marica, / mañana, que es fiesta, / no irás tú a la amiga / ni yo iré a la escuela. // Pondraste el corpiño / y la saya buena, / cabezón labrado, / toca y albanega; // Y a mí me podrán / mi camisa nueva, / sayo de palmilla, / media de estameña; // Y si hace bueno / trairé la montera / que me dio la Pascua / mi señora abuela, // y el estadal rojo / con lo que le cuelga, / que trajo el vecino / cuando fue a la feria. // Iremos a misa, / veremos la iglesia, / darános un cuarto / mi tía la ollera. // Compraremos dél / (que nadie lo sepa) / chochos y garbanzos / para la merienda; // y en la tardecica, / en nuestra plazuela, / jugaré yo al toro / y tú a las muñecas // con las dos hermanas, / Juana y Madalena, / y las dos primillas, / Marica y la tuerta; // y si quiere madre / dar las castañetas, / podrás tanto dello / bailar en la puerta; // Y al son del adufe / cantará Andrehuela: / “No me aprovecharon, / madre, las hierbas”; // y yo de papel / haré una librea / teñida con moras / porque bien parezca, // y una caperuza / con muchas almenas; / pondré por penacho / las dos plumas negras // del rabo del gallo, / que acullá en la huerta / anaranjeamos / las Carnestolendas; // y en la caña larga / pondré una bandera / con dos borlas blancas / en sus tranzaderas; // y en mi caballito / pondré una cabeza / de guadamecí, / dos hilos por riendas; // y entraré en la calle / haciendo corvetas. / Yo y otros del barrio, / que son más de treinta, // jugaremos cañas / junto a la plazuela, / porque Barbolilla / salga acá y nos vea: // Bárbola, la hija / de la panadera, / la que suele darme / tortas con manteca, // porque algunas veces / hacemos yo y ella / las bellaquerías / detrás de la puerta”.

 M.D.R.

Cuento de Manuel Longares: en su punto

Mi prima Marica, la casquera, siempre me ve flaco. Por lo que me anuncia:

–Tengo una espaldilla superior.

Mi prima suele hablar de corazón, lengua y riñones. Así que me extraño:

–¿Espaldilla?

Mi prima Marica, como me conoce, prefiere ahorrar saliva y mostrar el surtido.

–Observa.

Es a simple vista una superficie prieta, surcada de nervios y tendones. Pero por curiosidad sondeo:

–¿A qué sabe?

Porque probar es otra historia. Con lo que la prima, adivinándome las ganas, asegura desabrochándose la blusa:

–Depende del consumidor.

Le gusta exhibirse en sostén y mirar la fiebre de mis ojos mientras se acaricia las copas.

–Unos clientes tienen paladar y otros no –explica–. Y no se complace a todos por igual.

Yo entonces, sentado junto a la lumbre de la cocina como si fuera su novio recluta, le canto el romance antiguo:

–Hermana Marica, mañana que es fiesta, no irás a la amiga ni yo iré a la escuela.

Ella, siguiendo el juego, responde:

–Cierra la puerta, primo.

Y ofreciendo a mi capricho la carne, aconseja primero macerarla. Y mejor con la mano que con instrumental  de cocina.

–Así que lávate antes –exige la prima.

Yo mojo mis manos en la pila y tras secarme en los pantalones aplico la palma, bien extendida, sobre el tejido. Con tal suavidad por no pasarme de duro que la prima discrepa. Así que acabo golpeando la carne con el puño.

–Más fuerte, más –jalea la prima.

Cuando, fatigado, interrumpo el masaje, advierto que sus ojos tienen la misma fiebre que los míos.

–¿Vino de misa? –sugiere tendiéndome la botella. Yo riego la superficie macerada y la prima se estremece al contacto del chorrito.

–¿Especias? –propone,  señalando los diversos frascos de la alacena.

–Picantes  –exijo.

–¿Con guarnición? –insinúa la muy pícara. Porque siempre fue exquisita.

–En su salsa –sostengo.

Al rato, ella rompe el silencio.

–¿Te gusta poco hecha o muy hecha?

Pero no se trata de una solicitud sino de un juicio de valor. Porque algunas veces hacemos yo y ella las bellaquerías detrás de la puerta y hasta no conocer mi opinión no descansa.

–En su punto –confirmo.

Extravíos (1999)

La ciudad sentida, Madrid, Alfaguara, 2007, págs. 261-262

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