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Fotografía de Ramón Masats. Fuente de la imagen |
Reproduzco el fragmento en el que cita estos libros y a continuación publico el microrrelato «La ley del péndulo», de Aldecoa, incluido en Neutral Corner, que en la edición de Alfaguara (1996) viene ilustrado con fotografías de Ramón Masats.
«Dicho de otro modo, al despojarse de todo o que no era imprescindible para la trama, el relato breve redujo considerablemente su cuerpo textual y, a la vez, se poetizó y, al hacerlo, su lenguaje se volvió esencialmente connotativo, como se puede apreciar en tres libros emblemáticos del microrrelato español: Los niños tontos (1956), de Ana María Matute, Crímenes ejemplares (1957), de Max Aub, o Neutral Corner (1962), de Ignacio Aldecoa, volúmenes conformados todos ellos por textos muy breves, a la vez líricos y narrativos. De este modo, el cuento y el poema se acercaron el uno al otro, produciéndose una zona de intersección entre ambos y exigiendo «actitudes lectoras muy próximas. Requisitos como la asepsia sentimental o emoción refrenada, el efecto único, el esquematismo, afectan a ambos».
Irene Andres-Suárez, El microrrelato español. Una estética de la elipsis (Menoscuarto, 2010).
(Nota: El texto entrecomillado que cita Andres-Suárez, al final del párrafo, es de L. López Molina).
LA LEY DEL PÉNDULO
(microrrelato)
Ignacio Aldecoa
Bajaban los sacos con un cabrestante. La escotilla portaba un cielo azul de verano, inhóspito como una gran sala vacía. En la bodega los estibadores, formando corro, abrían cancha al redón descendente. Urgidos por el capataz se abalanzaban sobre los sacos y los apilaban ordenada y rápidamente.
–Saco… estribor… arriba… Iuú…
Sentían el polvillo del trigo en los pulmones y carraspeaban de vez en cuando. Las manos se endurecían en la faena, se musculaban y tomaban fuerza.
–Saco… babor… arriba… Iuú…
Al ocaso entraba el segundo turno. En el ocaso, antes de que las luces del barco feriaran el trabajo, los estibadores miraban al cielo acuario como si fueran a emerger hacia el infinito.
Los estibadores se prestaban los chalecos de cuero y andrajos. Se despedían.
–¿Te entrenas?
–¿Te parece poco entrenamiento éste?
–A ver lo que haces en el próximo…
–Lo que se pueda.
–A ver cuando empiezas a ganar dinero y dejas esto.
–En seguida.
En el gimnasio penduleaba el saco de entrenamiento. El boxeador obedecía la voz del capataz.
–Saco… izquierda… derecha… arriba… abajo… Sigue… Para…
En los barcos y en los gimnasios se iba aprendiendo a vivir: fuerza, velocidad, pegada… Un poco más lejos el dinero… y entretanto de saco a saco como única esperanza.