
El periodista y profesor de cursos de escritura creativa Miguel Ramírez Cortés, que sigue el blog desde Chile, suele enriquecer nuestros conocimientos literarios con sus comentarios. Le he pedido que nos recomiende un cuento corto para la sección 1001 cuentos y su elección ha sido “Excesos”, de Mauricio Wacquez, un escritor chileno que muchos desconocíamos.
Antes del cuento reproduzco las palabras de Miguel Ramírez Cortés:
“Con el mayor gusto… aunque fue una tarea difícil: uno, ¿por qué no diez? Mi recomendado es Mauricio Wacquez, un escritor nuestro, criollo, poco conocido y difundido. Ese es, más o menos, el criterio que utilicé: no se trata de “el cuento que cambió mi vida”, sido del libro que descubrí, el autor que descubrí gastando las horas en viejas librerías y remates. Entre otras cosas, Wacquez fue pintor, cosa que se nota en su escritura y que lo emparenta con otro pequeño gigante, Adolfo Couve (quien tiene todo que ver con el mantra de narrativa breve… si no recomendé a Couve en esta ocasión es porque me pediste un cuento, cuando lo más destacado de este autor son sus nouvelles). Como antes, de Mauricio Wacquez, su obra y sus libros, te enteras en “Memoria Chilena”. El cuento breve recomendado es el que da título a uno de sus libros: “Excesos” y lo encuentras aquí.
M.R.C.
EXCESOS
(cuento)
Mauricio Wacquez
Para Bernardette y Claude Faraggi
Antes, ayer, yo amaba a Irene. Hasta ayer en que ella se fue, yo la amaba locamente.
Ahora, que trato que la línea principal del párpado no se corra, dibujarla como siempre ví que ella la dibujaba, un ojo ya terminado, el otro sin embargo que sospecho quedará un poco distinto, más oscuro, con la sombra menos violeta, tirando al malva (¡lo que es la inexperiencia!), la raya menos dócil y ondulada y sobre todo de otro color -me estiro el ojo con el índice de la mano izquierda mientras la otra mano tiembla repasando el borde donde están plantadas las pestañas -sin saber por qué, ya que he utilizado el mismo lápiz para uno y otro ojo; que parece que este arreglito va a resultar un desastre, parado como estoy sobre el piso mojado del baño y que sus pantuflas de raso me oprimen salvaje los pies, equilibrándome entre resbalones pues me tengo que inclinar hacia el espejo donde la luz es más fuerte y todo para que este ojo quede en lo posible igual al otro, lo que dudo; que siento que el calor de la ampolleta funde la crema base haciéndola gotear por la frente y las mejillas como un excesivo sudor que amenaza también con inundar y echar por tierra el paciente trabajo de los ojos; que me doy cuenta que antes debí ponerme el pancake y los polvos ya que de este modo la piel estaría ahora seca y no chorreando esta especie de esperma: la siento correr silenciosa por el cuello y es por esto que me quedo quieto, para no arruinarme el vestido: las manchas de grasa se impregnan para siempre en la muselina blanca; que advierto, de una ojeada, que las uñas me quedaron ásperas e irregulares y -lo más terrible- que no tienen el mismo tono que ella usaba; que no sé cuándo voy a terminar de darle al ojo ese aspecto ensoñado que ella conseguía cada vez que en el pasillo me decía estoy lista; que, eso sí, recuerdo que en la misma comisura del párpado la línea subía hacia la órbita, debilitándose, terminando en punta con una colita; que, también, debo apurarme porque debe faltar poco para que él llegue, tengo que ir a sentarme a la sala, encender la tele, repetir los movimientos que acompañaron nuestras últimas veladas lentas y silenciosas; que aún me falta ponerme los zapatos y todo por este ojo, que, mierda, no va a quedar nunca igual al otro y parece que será mejor dejarlo así; ahora, sí, ahora soy Irene.
de «Excesos». Edit. Universitaria-1971.
Fuente del texto: Letras.s5.com
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