
El Diario Down: No existo
No existo. Tengo la certeza de que no existo. Y como no existo no podré hacer nada: lo no-vivos no hacen, no viven, no son.
No podré sacar a las perras de paseo. No podré solicitar la tarjeta de discapacidad de Francisco, ni inscribirlo en el INSS, ni tramitar las pertinentes ayudas (escasas y bienvenidas como el agua en el desierto). No podré maldormir cinco horas diarias, ni lavar el coche, ni atender en casa a familiares y amigos, no podré trabajar en el blog ni escribir El Diario Down. Como no existo no podré hacer las compras ni salir urgentemente de madrugada en busca de pañales y leche en polvo para lactantes (el exceso de tareas por lo general acarrea estos despistes). No existo y por tanto no podré viajar a mi ciudad natal, ni hacer las correcciones de estilo que me han encargado, ni llevar las perras al veterinario. No podré preguntarme sobre las cosas que me inquietan (adiós al estéril paraíso de la filosofía) ni recordar cómo era mi vida cuando yo tenía vida. No podré hacer estiramientos musculares aunque, bien mirado, como no existo tampoco tendré dolores de espalda.
No existo.
Es la pura realidad.
Ya no escribo novelas ni cuentos ni microrrelatos. El motivo: no existo.
No existo y en ese vacío vital voy a seguir hasta dentro de tres horas, cuando el gimoteo de Francisco rompa el silencio de la madrugada, cual saeta en una procesión del Viernes Santo, para indicarme que el hambre arrecia. Cuando el bebé despierte se despertarán igualmente mis signos vitales. Será el momento de comprender que debo poner nuevamente en marcha el arduo mecanismo de mi existencia. Será ese el momento en que todo empiece irremediablemente a girar de nuevo, el momento en que vuelva a desear no existir, en que me gustaría saborear un merecido y duradero descanso.
Cuando Francisco tiene hambre la materia se concentra y comienzan a formarse las galaxias. El Big Bang es el paradigma cosmológico que se desencadena cada vez que, agotado, me dispongo a preparar un biberón.
………
Me ha encantado, de verdad.