Tan solo mis orejas
En uno de los cursos de preparación al parto, la matrona nos contó que la tendencia ancestral del bebé es parecerse físicamente al padre para que este, dejándose llevar por esa afinidad en los rasgos, desestime la tentación de rechazarlo. Valiente tontería. No hay más que ver a Francisco para saber que esa tendencia, si alguna vez existió en los tiempos de Atapuerca, ha perdido toda vigencia. Es cierto que Francisco ha heredado mis orejas… ¡Pero, ay, solo mis orejas! Su pelo (muy rubio, casi nórdico) contrasta con mi pelo moreno, sus magnéticos ojos azules nada tienen que ver con mis ojos castaños, su piel blanca no recuerda en nada a mi tez tostada. Por si fuera poco, tampoco tiene mis hoyuelos. En fin, encontrar algún parecido razonable entre padre e hijo sería exclusivamente fruto de una imaginación febril.
Ayer estuvieron unos amigos en casa para conocerlo. (En persona, digo: le tienen tanto cariño que han empapelado con sus fotos hasta las paredes del baño). Mientras las mujeres se congregaban entusiastas en torno a la cuna, por momentos un amasijo de brazos y arrumacos, el bueno de J. me decía que Francisco es un niño muy fino.
“Será muy fino, pero no se parece en nada a mí”, pienso mientras me toco, melancólico, mis orejas. La madre del bebé (cabello rubio, tez blanca, sin rastro de hoyuelos) examina de reojo mi inquietud y sonríe victoriosa.
Mi orgullo de padre está librando una dura batalla. El rechazo del bebé a parecerse físicamente un poco a su padre (¡¿tanto te hubiera costado esa pequeña concesión, criatura?!) es una traición shakespeariana que tendré que aprender a perdonarle con la paciencia del santo Job.
Todavía resuenan en mis oídos las palabras del anestesista, recién cortado el cordón umbilical: “¡Pero qué rubio es!”. Pensé, iluso de mí, que era una broma de quirófano… Nada de eso. Tanto sacrificio durante el embarazo y ahí estaba ese pequeño bribón, carne de mi carne, dejándome mal en público a las primeras de cambio.
Bien mirado, no es para tanto, reflexiono en compañía del insomnio postnatal mientras escribo estas líneas a las cinco de la madrugada, en la cocina, aprovechando que aún falta una hora para la siguiente toma. No es para tanto, insisto. Francisco, visto está, no ha venido a este mundo con voluntad gregaria-paternal. Estoy convencido de que este niño me va a hacer muy feliz, pero ha de ser a su manera. My way, como cantaría Paul Anka. Doy por hecho que tampoco se va a parecer en mí en el carácter, ni en la actitud, ni en las pretensiones. No va a pasar por las pruebas por las que he pasado yo ni va a convertirse en un acróbata vacilante sobre la cuerda floja, no va a lanzarse a una piscina vacía una y otra vez ni va forzar la peligrosa máquina de los deseos, no va a conocer la frustración ni va sentirse obligado a escribir diarios. Lo noto en su cara. Va a ser un niño estable. Un niño sano (por mucho que se empeñe un obstinado cromosoma sobrante). Lo noto en sus manitas, en sus gestos, en su mirada azul, en la forma en la que toma el biberón y en esa paz que desborda desde su cuna mientras su padre combate frente al ordenador los fantasmas de la noche.
De Francisco me gusta todo. Sus ojos, su pelo, su serenidad, incluso los detalles que ya evidencian el síndrome de Down. Lo que más me gusta de él –va siendo hora de reconocerlo de una vez por todas– es que no se parece nada a mí. Tanto es así, que empieza a preocuparme que haya heredado mis orejas.
Francisco Rodríguez Criado: escritor, corrector de estilo, profesor de talleres literarios y creador del blog Narrativa Breve. Ha publicado novelas, libros de relatos, obras de teatro y ensayos novelados. Sus minificciones han sido incluidas en algunas de las mejores antologías de relatos y microrrelatos españolas: El cuarto género narrativo. Antología del microrrelato español (1906-2011). Ed. Irene Andrés-Suárez (Cátedra, Madrid, 2012),Velas al viento. Ed. Fernando Valls (Los cuadernos del vigía, Granada, 2010), La quinta dimensión (Universidad de Extremadura, Mérida, 2009), Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español. Ed. Fernando Valls (Páginas de Espuma, Madrid, 2008), Histerias breves (El problema de Yorick, Albacete, 2006), Relatos relámpago (ERE, Mérida, 2006), etcétera. Es autor de El Diario Down, donde narra en primera persona sus experiencias como padre de un bebé con el Síndrome de Down.
Yo pensaba: «Vamos a ver, si tienes un marido que tiene el pelo castaño como tú, con los ojos marrones como tú y de tez clarita como tú… ¿Por qué narices todo el mundo dice que el niño se parece a él?» Hubo un momento, en los primeros meses de vida del peque, que me sentí un poco utilizada. ¿Qué había hecho yo, un hijo o un encargo a la carta? ¿Qué tenía de mí? Y además, por supuesto se tenía que llamar como el padre!!
Ahora, con el tiempo y sobre todo cuando se lo dejo a mi madre para que me lo cuide, mientras yo me voy a trabajar, cuando llego me dice: » ¡Ay, Monty… Si es que es igualito a ti cuando eras chica! Mimosón, lloronino, caprichoso, que quieren que estén todo el rato pendiente de él… y madre mía para sacarle un beso o un abrazo, anda que no te cuesta!!!
Y yo me digo a mi misma: «Si, mamá, lo sé… Ya me gustaría que no se pareciera tanto a mí»
Pues estoy deseando conocer a ese niño tan bonito!!!! Los parecidos paternales son diversos: visibles físicamente, aparentes subjetivamente y luego, los del carácter o personalidad. Aguarda, que tus genes saldrán con toda seguridad y me atrevo a decir que van a ser estupendos!!!! Un beso fuerte para esos padres y otro muy tierno para el bebé.
El niño debe de ser precioso, ya lo conoceré. Mis hermanos eran rubios, casi albinos, de ojos muy azules, como mi padre, pero yo salí a mi madre, con el pelo negro, muy blanca de tez y los ojos oscuros. Dice ella que se empeñó en que yo le saliera así, que era su ilusión, morena y con los ojos castaños. Qué más da. Los hijos tienen dos etapas. Como son al principio y como se les adepta en cuanto transmiten cariño mutuamente, sean como sean.
Mely