
ENTRADAS DEL CINE
Creo que la industria del cine es una de las que peor se está adaptando a estos tiempos de crisis. Algo que se entiende mal teniendo en cuenta que ciertas iniciativas del sector han demostrado ser muy eficientes. Me refiero a algo tan sencillo como bajar de precio las entradas. Imagino la fortuna que esta industria habrá invertido en idear campañas para reconducir a los espectadores a las salas. Imagino las muchas e interminables reuniones donde lumbreras de turno, especialistas en márketing con currículum labrados en másters en todo el planeta, debaten sobre la mejor forma de convencer a los españolitos de a pie de que hay que volver a ver películas en la gran pantalla. ¡Cuánto derroche estéril de tiempo y dinero! La clave estaba –y sigue estando– en acoger muchos más espectadores en las salas por un precio más económico.
La Fiesta del Cine, con buenos descuentos en las entradas durante tres días, favorecieron que las salas madrileñas alojaran a un millón y medio de espectadores. Da que pensar. Los organizadores creen que las promociones deben de tener su tiempo de caducidad, “porque si se mantienen indefinidamente, pierden su atractivo”. No voy a llevarles la contraria, pero me pregunto qué atractivo hay en tener las salas de cine indefinidamente casi vacías.
El cine es mucho más que una actividad de ocio, es una actividad cultural que viene enriqueciendo a nuestra sociedad desde que somos niños. A todos, o a casi todos, nos gusta el cine. No es cuestión, pues, de vender las bondades del séptimo arte sino simplemente de vender entradas. Y si estas son más baratas, miel sobre hojuelas.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 29 de enero de 2014).
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