
LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE
Román Piña Valls
El general y la musa (Sloper, 2013)
Desde hace bastantes años Román Piña Valls desarrolla una intensa actividad en el oficio de las letras. Es columnista de El Mundo–El día de Baleares y editor de la revista La bolsa de pipas. Ha publicado novelas (Las ingles celestes, Un turista, un muerto, Gólgota, Stradivarius rex), libros de poemas (Gomila Park, Café con Amazonas) y de relatos (La bailarina rusa, Museo del divorcio).
Gran amante del humor en la literatura y en la vida real, ha apostado en su última novela, El general y la musa (Sloper, 2013), por darle una vuelta de tuerca a Francisco Franco.
Charlamos con él para conocer más a fondo su último libro.
Francisco Rodríguez Criado: Algunos libros nos ofrecen el desarrollo de un “improbable”. Me acuerdo, por ejemplo, de la novela San Manuel Bueno, Mártir, en la que Unamuno trataba un tema a priori contradictorio: el cura que no cree en Dios. En El general y la musa usted retrata también a un personaje desde su reverso. En este caso hablamos de un personaje histórico, Francisco Franco, emblema del conservadurismo rígido, alérgico a la libertad de costumbres, pero que en la novela queda presentado como un militar heterodoxo, divertido a su pesar, que se convierte en un músico de jazz bohemio seducido por la dolce vita de Mallorca. Si llamaba la atención el cura que no cree en Dios, lo mismo sucede con este dictador ultraconservador que sale del armario para abrazar las bondades de la vida disipada, alguien a quien le da igual la unidad de España y a quien “el ejército se la trae floja”.
Me gustaría que explicara a los lectores que aún no han tenido en sus manos El general y la musa (y no han leído por tanto el apartado de agradecimientos y aclaraciones) cuándo y cómo nació el germen de la novela.
Román Piña Valls: Como el lector ya habrá adivinado por su introducción, nació de un reto que alguien lanzó en una sobremesa de julio, bajo los efectos de un whisky excelente. Creo que estábamos hasta los huevos de oir hablar Franco, como si estuviera vivo. Si hay que seguir dándole cancha a Franco en este país tan necrófilo, por lo menos que sea para reír
F.R.C.: Franco era un hombre más bien soso, estricto, sin sentido del humor. Usted hace gala del humor en la inmensa mayoría de sus libros. ¿Cree usted que si Franco hubiera tenido sentido del humor habría sido más fácil la conciliación entre lo que ha venido a llamarse las dos Españas, o cree por el contrario que apoyar esta tesis sería sobreestimar las virtudes del humor?
R.P.V.: Ni el humor, ni la poesía, ni una canción cambiará el mundo ni un trocito de él. Para salvar una tierra lo que necesitamos es un Frodo con toda la magia de Gandalf detrás. Milagros de antología. El humor es algo demasiado minoritario, exquisito e intransferible. El humor sólo sirve para darse un gusto en privado, para sobrevivir en solitario.

F.R.C.: Algún gran escritor –ahora no recuerdo cuál, ¿acaso Henry James?– dijo que es necesario saber mucha Historia para escribir una historia. ¿Ha tenido usted que investigar mucho sobre el Franco real para poder pergeñar este Franco ficticio, aparentemente tan opuesto al que dirigió los designios de nuestro país durante casi tres décadas?
R.P.V.: Sí para describir el contexto histórico, pero no para hacer a Franco más creíble o real: mi Franco es voluntariamente anti-histórico. Ese era el propósito: imaginar un Franco insólito, un envés del Franco que todos conocemos.
F.R.C.: En El general y la musa se hacen guiños a muchos autores que han pasado por Mallorca. Cita usted, entre otros, a Jovellanos, Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Vicente Blasco Ibáñez, Jorge Luis Borges (cuando aún no era el Borges–dios que ahora conocemos), incluso Luis Salvador de Austria, archiduque a la vez que artista que retrató la isla (en dibujos y en textos). Pero el que más me llama la atención –quizá porque usted le dedica más tinta que a los demás– es Robert Graves, autor de libros muy famosos como Yo, Claudio. En El general y la musa, Graves se nos muestra, creo yo, como un personaje paródico: mal lector rozando la ignorancia, enamorado de una esposa fea, desnortado, excéntrico, torpón, médium… He leído algunos libros de Graves, pero desconozco –como quizá le ocurra a algunos lectores– cuál era su personalidad. ¿El Robert Graves que usted retrata es un personaje falseado?, ¿cómo era realmente?, ¿qué opinión tiene usted sobre él como escritor y como persona?
R.P.V.: Graves en mi novela está bastante caricaturizado, pero con cariño. No lo traté nunca y no sé cómo era. Como divulgador de la cultura clásica tiene luces y sombras. Era excéntrico, por supuesto. Sus ensayos sobre mitos griegos fueron discutidos. Curiosamente, lo que hizo mercenariamente, sus novelas, ya son obras duraderas. Pero fue poeta ante todo, y eso es como decir que fue un loco.
F.R.C.: ¿Diría usted que Mallorca favorece un tipo de escritor determinado, marcado quizá por el clima, el entorno, la geografía, la forma de vida, las costumbres? Por decirlo de otra manera: ¿existe una literatura mallorquina o por el contrario deberíamos hablar de un grupo heterogéneo de escritores que casualmente han nacido o viven en Mallorca?
R.P.V.: Lo segundo, creo yo. Conozco a muchos escritores de Mallorca y no veo un rasgo común en ellos, ni en estilo ni en tema. Pero sólo hablo de los buenos escritores. Los malos sí que tienen mucho en común: el llanto pueril por una identidad en peligro y un gusto enfermo por los años de la España predemocrática.
F.R.C.: En su momento nos recomendó un cuento», Catedral», de Raymond Carver. ¿Podría recomendarnos también un poema para la sección 1001 poemas?
Recomiendo el cuento Ya que ha salido Graves, uno suyo: «Testamento».
Gracias Francisco, un placer.
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