
CHARLIE EL PRIMATE
Nora Ibarra
Como un primate, preso en su jaula, lo veía todas las mañanas en su escritorio. Con la mirada perdida, gesticulando, masticando las palabras. Encorvado y ensimismado sobre sus escritos no prestaba atención a nadie.
Después se levantaba, caminaba hacia la puerta, la abría mecánicamente y se marchaba a un rumbo desconocido. A algún lugar donde su mente astuta pudiese expresar sus demonios sin restricciones.
Yo comencé a llamarlo el primate porque tenía la sagacidad de ellos. Charlie era igual a estos en su manera de ser. Se las ingeniaba para llamar la atención más allá de sus intenciones.
Tenía los brazos extremadamente largos y la espalda ladeada, característica que lo asemejaba aún más a los antropoides.
Era imposible precisar si alguna vez había estado enamorado. El día que apareció Ana en la tienda se sonrojó al verla. Miró a su alrededor con sorpresa, como si recién hubiese descubierto donde estaba. A partir de ese momento, adoptó la costumbre de hablar suavemente y, siempre que lo hacía, observaba si ella estaba cerca.
La chica era linda, espontánea y dueña de una sensualidad única, y tanto hombres como mujeres reparaban en ella.
Charlie y ella eran antagónicos. Dos polos opuestos imposibles de atraerse. No obstante, el romance entre ellos floreció. Ella con su sex appeal y él con sus remilgos y su mirar solapado.
Cuando Ana dejó de venir al negocio, le pregunté a Charlie por ella. Encogiéndose de hombros me dijo
─Ella no me quiere.
─¿Terminaron? ─le pregunté.
─No ¿por qué habríamos de terminar? No es su afecto lo que me interesa de ella.
Se levantó y salió caminando no sin antes lanzar su mirada torva sobre mí.
Una mañana llegó radiante y me dijo:
─¡Nos vamos a casar!
─¿Cuándo?
─El lunes que viene.
─Felicidades, Charlie ─respondí sorprendida
El lunes siguiente se casaron. Charlie después de la ceremonia vino a trabajar como de costumbre. Llegó solo, sin Ana, ofreció disculpas en nombre de ella y dijo que se sentía cansada.
A partir de la boda noté una transformación en Charlie. Comenzó a vestirse con elegancia, la curvatura de su espalda se desvaneció. Pasó a ser locuaz y agradable con todos, sus ojos desprendían un destello que solo la felicidad otorga.
Pasaron los meses y todo parecía viento en popa en la vida del ex simio dueño ahora dueño de una seducción y magnetismo únicos.
A Ana no la vi más; hasta aquella mañana que entré y vi una criatura sentada en una silla, con las piernas recogidas en su regazo y los brazos pendiendo a los costados del cuerpo. La espalda levemente curvada hacía la derecha.
Me acerqué con sigilo… tímidamente balbuceé:
─Ana ¿eres tú?
Ella levantó la cabeza y me miró con aquella mirada torva que alguna vez supo tener Charlie.