
El Diario Down: El mejor premio
Recibo una buena noticia: a mi amigo el escritor Emilio Gavilanes le han dado el Premio Tiflos de Novela por Breve Enciclopedia de la infancia, que es, según leo en la prensa, “un recorrido por la infancia de un niño del extrarradio de la ciudad de Madrid”.
No he leído aún la novela, pero estoy seguro de que es merecedora del premio. Diré más: Emilio debería ganar premios más a menudo, pues es un excelente escritor –no lo suficientemente conocido, en parte porque no frecuenta los fastos de la vida literaria.
Recibir un premio es siempre una alegría, sobre todo cuando uno es consciente de haberlo recibido. John Lennon dijo (cito de memoria) que “la vida es lo que te pasa mientras haces grandes planes”. Pues bien, hay veces en que algunos –me incluyo a mi pesar– se agostan anímicamente esperando la resolución de esos grandes planes que nunca llegan a buen puerto y se muestran incapaces de reconocer que la felicidad más serena, la más nutritiva, es la que el destino nos suministra en pequeñas dosis, sin prisas pero sin pausas.
Yo he sido, digo, una de esas personas a quienes les cuesta identificar su buena suerte. Al menos me consuela saber que antes o después acabo por hacerlo. Cierto que he protagonizado demasiados capítulos oscuros –que no voy a listar ahora–, pero es igualmente cierto que sin esos capítulos oscuros –enriquecedores, a fin de cuentas– los otros capítulos, los luminosos, no resplandecerían tanto. O sea que no soy un hombre con estrella pero tampoco un estrellado.
En definitiva: habito entre luces y sombras, a veces entremezcladas, tanto que tiendo a ofuscarme –como le ocurre a tantos– y me cuesta distinguir unas de otras.
Con un premio literario la cosa parece fácil: la prensa divulga la buena noticia y los amigos y las personas de bien te felicitan. Otros premios, insisto, no se detectan con tanta facilidad. Por ejemplo: que Francisco era un gran premio, el premio más importante de mi vida, no supe verlo en un principio. Más bien al contrario.
No diré que este niño sea un premio porque haya nacido con el síndrome de Down (sería egoísta y malsano por mi parte celebrar la discapacidad de nadie, más aún la de mi propio hijo); diré, en cambio, que su trisomía del par 21 no ha sido lo suficientemente significativa para restarle –a la larga– calidad al premio. Tampoco su cardiopatía severa, ni las posibles enfermedades que pueda tener en el futuro por sufrir una alteración cromosómica. Francisco es un gran premio porque me llena de paz, nos llena de paz (a la familia, a los amigos, a su madre, a los abuelos, a todo el que se acerca a él); su discapacidad cognitiva apenas le resta valor al premio, y en cierta manera parece como si el propio bebé se hubiera encarnado en un profesor contratado ex profeso para que le imparta un máster de capacitación a su –a veces– adormecido padre.
Tengo un amigo que se queja compulsivamente de su pequeña hija, completamente sana, ¡que ya es pecado quejarse!, porque le roba libertad. Yo que tantas veces le he afeado su falta de consideración, su traición a la paternidad, su enfermiza querencia a la comodidad descomplicada, yo, digo, caí en la misma falta de gratitud durante los días siguientes al nacimiento de Francisco. Me habían entregado el mayor de los premios e, ignorante de mí, no me daba cuenta de ello.
En fin. No tengo ya edad para hacer planes megalómanos sin más objetivo que el de satisfacer mi vanidad y mis aires de grandeza. Soy consciente de que no he venido a este mundo para copar grandes titulares de prensa, sino para vivir momentos anónimos e intensos en la intimidad de la minúscula cocina desde la que escribo estas líneas de El Diario Down, por lo general antes del alba.
Son las cinco de la madrugada y Francisco, que hoy cumple dos meses de vida, está a punto de despertarse. Dos meses disfrutando el premio más grande que he tenido jamás, dos meses junto a un hermoso bebé que ha nacido con el noble objetivo de enseñarme a vivir y a amar sin prejuicios.
Mis hermanas, que no son escritoras pero aun así encuentran siempre las mejores palabras, dicen que Francisco es un niño terapéutico. Que me lo digan a mí, que me levanto cada noche a las cuatro y media o cinco de la mañana, hora del biberón más intempestivo de la jornada, con la sensación de haber ganado un premio. Un premio luminoso para una existencia que ya no puede permitirse el lujo de perderse en los meandros de la oscuridad. Sin duda, el mejor premio.
…
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo.
(Libros de Francisco Rodríguez Criado)
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EL DIARIO DOWN
Crear vida, siempre es un premio. Un sentimiento que se acrecienta con los años. Que nunca se te olvida que un día lo ganaste y que cada vez que lo mires te sentirás más y más orgulloso de haberlo recibido.
Sí, quizá el mayor y mejor premio es aprender a amar.
Gracias por tan positivas reflexiones…