
WASAPS
Francisco Rodríguez Criado
La reciente caída del programa WhatsApp, que arrastró consigo a su principal competidor (Telegram) cuando este vivía sus quince minutos de gloria, ha estremecido a millones de personas que son incapaces de recordar tal estado de angustia desde los atentados de la Torres Gemelas.
Exageraciones aparte, el apagón del famoso programa, casualmente a los tres días de ser adquirido por Facebook, debería hacernos reflexionar sobre la adicción a los wasaps (así aceptados por la nueva Ortografía de la lengua española). Ciertamente la necesidad de comunicarnos por escrito no es nueva: 3.300 años antes de Jesucristo los sumerios ya se enviaban cartas en tablillas cuneiformes donde daban cuenta de transacciones, recibos o encantamientos. Lo que han cambiado son las distancias y los tiempos: queremos comunicarnos con todo el planeta y ¡queremos hacerlo ya! Cualquier pequeño contratiempo que altere la naturaleza del adjetivo “instantáneo” provoca nuestra desmedida y enfermiza desazón. En nuestros mensajes navegan no solo textos, imágenes, vídeos y archivos de sonido, navega –y esto es lo preocupante– nuestra ansiedad, nuestro miedo a no ser leídos o escuchados al instante, es decir: el miedo a no existir.
Hemos conquistado el espacio, formulado la penicilina y vacunas para casi todas las enfermedades, descubierto la estructura del ADN y desalinado mares y océanos para obtener agua potable. La humanidad da pasos agigantados, pero todo nuestro mundo se desmorona si enviamos la enésima foto del día con nuestro precioso bebé tomando el biberón y el mensaje llega a sus destinatarios con dos horas de retraso.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 25 de febrero. de 2014).
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