
LA INVASIÓN DE POLONIA
Estábamos pendientes de que una llamada telefónica nos comunicara el día de la operación quirúrgica, y mientras tanto habíamos hecho un pacto tácito: no mencionar las palabras “intervención”, “a corazón abierto”, “cardiopatía”, “recuperación” ni “hospital”. Vivíamos en paz, en una paz relativa: el subconsciente de una madre no entiende de pactos.
Su desazón, dominada durante el día, iba en aumento cada noche. Era algo terrible. En plena madrugada se despertaba violentamente, presa de un ataque de ansiedad, con el corazón a punto de estallar. Y ese acto de virulencia intempestiva se producía cada noche en al menos diez o doce ocasiones. Eran noches de maldormir, noches en las que uno, pensando en la salud de toda la familia, inevitablemente anhelaba la hora en que pudiéramos respirar tranquilos, a sabiendas de que todo había salido bien.
–¿Por qué me pasa esto, por qué? –se quejaba cada mañana, somnolienta.
–Te da miedo que la operación fracase.
–¡Pero yo sé que todo va a ir bien!
–Lo sabes, pero eres una madre, y la obligación de una madre es sufrir.
–¿Y tú, como padre, no sufres? –preguntaba airada.
–Te sufro a ti. Te sufro cada noche, todas las noches, sin excepción –sonreía yo, tratando de quitarle importancia al asunto.
–Sí, tienes razón. Perdona.
–Te despiertas cada noche sobresaltada, dando gritos, como si estuvieras sufriendo un bombardeo.
–Lo has definido muy bien. Estoy viviendo una batalla cada noche, desde las trincheras.
Y aquellas batallas acabaron por convertirse en episodios de la Segunda Guerra Mundial. A la hora del desayuno yo le preguntaba cuál había sido el país invadido la noche anterior. Unas veces eran los Países Bajos, otras veces Gran Bretaña, Rusia, Rumanía o Irlanda del Norte. Pero el más recurrente de todos era Polonia.
–¿¡Otra vez Polonia!? Pero si ya lo invadieron hace tres días. Y también la semana pasada. Y la anterior…
–Es un país que, como los gatos, tiene siete vidas –decía ella, ensayando una mueca que pretendía ser una sonrisa.
–Nuestro bebé también tiene siete vidas –la alentaba yo.
–Estoy seguro de ello. Pero me gustaría que estos bombardeos cesaran de una vez por todas. No hay manera de dormir. Anoche era el propio Hitler quien pilotaba uno de esos aviones Heinkel He 111.
–¡Qué cosas! –dije yo, por decir algo, pues nunca había oído hablar de semejante avión, aunque seguramente estaría harto de verlo en películas y fotografías.
Y aunque yo no hubiera oído hablar de esos aviones, no tuve más remedio que familiarizarme con ellos: aquella maldita llamada telefónica tardaba en llegar y, pese a que nuestro pequeño niño dormía plácidamente en su cunita, ajeno al fragor de la batalla, el malvado de Hitler estuvo bombardeando Polonia durante semanas para desgracia de nuestro dormitorio, que amanecía cada mañana entre los escombros del miedo y la impotencia.
…….
(Libros de Francisco Rodríguez Criado)
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Querido Francisco:
Espero que las cosas vayan muy bien por ahí.
No me olvido de ustedes.
Les mando todo mi cariño,
Saro (la hermana de María, que tiene síndrome de Down)
Gracias, Saro.
Por aquí estamos bien, Francisco creciendo como un campeón.
Besos para María y para ti.
¡Qué bueno!
Acabo de leer tu respuesta, que te agradezco un montón, y quiero que sepas que me has alegrado el domingo.
¿Visitas de vez en cuando el portal Down21?
Para mí es «la cueva» del tesoro. Se encuentra tanta y tan actualizada información ahí, para todas las edades, desde los bebés a los adultos.
Desde que frecuento ese extraordinario sitio, no he vuelto a sentirme sola en esta aventura del síndrome de Down.
Muchos besos, para ti, para Mar y para Francisco,
Y gracias por acordarte del nombre de mi hermana, María, mi tesoro.
Hasta otro momento,
Saro