
APOLOGÍA DE LA VIOLENCIA
Francisco Rodríguez Criado
Mientras los suizos, tan responsables, tumban en las urnas la implantación del salario mínimo más alto del mundo, algunos españoles (demasiados) celebran en Twitter el asesinato de la presidenta de la Diputación de León Isabel Carrasco al tiempo que desean el asesinato de otros dirigentes del PP. Esta es la España que tenemos. El mero hecho de que debamos debatir si el enaltecimiento del asesinato es o no un delito penal da medida de lo lejos que estamos de ser una democracia civilizada. No todas las democracias lo son. No es lo mismo Suiza que España, un país que sigue dibujando bisontes en Altamira.
En cualquier caso, no son las redes sociales las culpables del odio visceral y del desprecio a la vida ajena, son simples transmisores. Las boutades que antes se pronunciaban en voz baja en petit comité ahora se comparten a voces con todo el planeta. Nunca hasta ahora la incitación a la violencia había tenido tantos apologetas ni tan buen crédito social. En la sociedad del siglo XXI, escorada hacia el espectáculo, los quince minutos de gloria que predicaba Andy Warhol están hoy –en versión macabra– al alcance de cualquier energúmeno.
Quienes jalean, celebran o incitan al asesinato y se quejan luego de que la libertad de expresión se vea amenazada deberían probar su propia medicina. Bastaría que ellos mismos se convirtieran en la diana de radicales deseosos de sangre fresca para saber por qué la apología de la violencia es inadmisible.
España no podrá competir nunca con el nivel de civilización de otros países europeos, pero algo deberíamos hacer para tratar de abandonar Altamira.
(Artículo publicado en El Periódico Extremadura el miércoles, 21 de mayo de 2014).
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