
FÚTBOL Y RACISMO
El fútbol, cual espejo de la vida, es un deporte de grandezas y de mezquindades, de heroicidades y de actos inicuos, de luces y de sombras. Durante el pasado fin de semana vimos algo de ambas cosas. Vimos cómo la afición de todo un país, al margen de afiliaciones futbolísticas, rendía tributo a un hombre de fútbol, un hombre de bien como Tito Vilanova, que ha dejado la cancha de la vida en la mitad del partido. En muchos campos, durante al menos un minuto, los aficionados al fútbol (y no solo los del Barça) consideraron a Vilanova uno de los suyos, y así se lo hicieron saber con un respetuoso silencio. En la otra cara de la moneda, tras el homenaje que le rindió El Madrigal, donde sus ex jugadores remontarían un resultado adverso, un energúmeno –en lo que pretendía ser un agravio racista– lanzaba un plátano a Dani Alves cuando iba a sacar un córner.

Yo tenía cuatro años cuando mi padre me compró una vestimenta del Real Madrid y me hizo posar junto a él y junto al equipo de fútbol del que era entrenador. Su gran ilusión –ni remotamente cumplida– era verme algún día vistiendo la camiseta del club de sus amores. No pude darle gusto a mi padre: me faltaban aptitudes y me sobraba cierto resquemor hacia un deporte donde los insultos, las agresiones y los amedrentamientos están a la orden del día.
Dani Alves, harto de que le llamen “mono” y lindezas similares, zanjó –o quizá reabrió– la polémica sobre el racismo comiéndose el plátano de la discordia, ese plátano que solo logró insultar al energúmeno que lo había lanzado y también –desgraciadamente– a ese hermoso y edificante deporte que es el fútbol.