
LA CASQUIVANA MUERTE
Sobre la muerte se pueden decir muchas cosas y todas ellas negativas. Es cicatera, casquivana e injusta, y ataca cuando menos se la espera. Tratar de sortear su abrazo envenenado es tan legítimo como –en ocasiones– inútil, porque es ella, y sola ella, quien elige el momento, el lugar y la víctima. Hay personas (y personajes, como el del microrrelato “El suicida”, de Enrique Anderson Imbert), que hacen todo lo posible por acabar con sus vidas… sin éxito. Otros, sin embargo, ven cercenado el calendario de sus días de la manera más inesperada. Que se lo cuenten al buen hombre que falleció el pasado sábado en El Retiro mientras jugaba con sus dos hijos pequeños. Dicen que fue la rama de un árbol podrido la que causó su muerte, pero si vamos más allá de los hechos periodísticos el causante de este drama no fue la podredumbre de un árbol sino la de nuestras propias vidas, que echan raíces en arenas movedizas.
Morir es muy fácil o muy difícil, depende. El ciudadano fallecido en El Retiro era militar y había participado en misiones en Bosnia y El Líbano, de las que salió ileso. Triste ironía: jugar con tus hijos en un parque puede ser más peligroso que adentrarte en las tripas de un conflicto bélico.
Abundando en las paradojas, la mejor selección española de todos los tiempos ha hecho el peor papel de la Historia en unos mundiales de fútbol. Afirman que los mató la baja forma física, la falta de hambre de títulos o la frágil fortaleza mental. En realidad los mató la casquivana muerte, encargada de recordarnos que el éxito, como la propia vida, tiene fecha de caducidad que el azar maneja a su antojo.
Tu deducción es fantástica Francisco. Todavía el dolor de la derrota no nos abandona, a ambos. Tiene para largo rato. En nuestro caso, deberían haberlo puesto a DI María. Tal vez por esas cosas del azar le hubiésemos ganado a los teutones que sufrieron hasta el último minuto y por un solo gol nos doblegaron canallescamente. Ja, ja.