VIRTUOSO
Manuel Pastrana Lozano
El crack corre veloz, sortea y va dejando atrás a uno y otro jugador con sus malabarismos imparables: jugadas de fantasía, gambetas con su pierna izquierda, driblings con su derecha, paredes con él mismo, pivotes, la bicicleta, túneles, rabonas, chanfles, globitos, cambios de velocidad sorpresivos, toques sorprendentes. En las tribunas y galerías la multitud, sin distinciones partidarias, se pone de pie, lo ovaciona y aplaude enardecida.
Cuando el virtuoso llega por fin al área chica, se detiene y lanza un perfecto pelotazo inatajable. El balón se ha depositado con suavidad en el fondo de unas mallas que lo han acogido siempre con el cariño que sólo sabe prodigar una madre complaciente. Entonces el ídolo camina sin prisa hacia el arco en busca de su más codiciado tesoro, parte de sí mismo: la pelota. El arquero, que lo ha observado con asombro, se le acerca, lo felicita y lo abraza efusivo.
Es un maestro del autogol.