
UN CAMBIO REAL
La abdicación del rey ha dominado, como no podría ser de otra manera, el panorama informativo. En realidad se trata solo de una pequeña gran noticia. Gran noticia porque no todos los días abdica un rey y pequeña por esa verdad histórica que encierra el lema “A rey muerto, rey puesto”. Teníamos rey, seguimos teniendo rey. Todo sigue igual. Los monárquicos celebrarán la continuidad de la monarquía en la persona del hasta ahora príncipe Felipe, que mantiene un perfil de responsabilidad y coherencia mayores a los exhibidos por su padre en los últimos tiempos. Y los republicanos alzarán sus cimitarras contra Felipe, aunque este, sabedor del nuevo paradigma político-social, presumiblemente se lo va a poner menos fácil al enemigo.
Dice Pablo Iglesias, líder de Podemos, que si el Príncipe quiere reinar, que se presente a un referéndum. En este caso no puedo estar más de acuerdo con él. Eso sí sería un cambio real –nunca mejor dicho– y no solo nominal: el pueblo debería decidir si quiere seguir bajo la tutela de una monarquía o poner en marcha esa máquina de ensoñaciones en que muchos han convertido a la república. Como eso no va a ocurrir, el rey muerto dejará lugar al rey puesto.
El Príncipe Felipe está sobradamente preparado para hacer un buen papel: lleva trabajando en ello desde que era un niño y ha demostrado ser más formal que la mayoría de nuestros políticos. Pero aunque eso fuera cierto, aunque esté llamado a hacerlo bien, muchos están en su derecho a preferir una mala república a un buen rey. En una democracia saneada los ciudadanos deberíamos poder votar a favor o en contra de la monarquía.