Opiniones de un corrector de estilo: Cháchara innecesaria

 

corrector de estilo, Edward Hooper, Nighthawks
Nighthawks, de Edward Hooper

Opiniones de un corrector de estilo: Cháchara innecesaria

Cierto día se me ocurrió preguntarles a los asistentes al taller literario si ellos corregirían algo en la siguiente frase:

Entré en la cafetería y el truhan de Alberto, inesperadamente, se levantó de la silla en la que estaba sentado y caminó hacia mí con los brazos abiertos.

Varias personas propusieron modificaciones de diversa naturaleza. Unos querían cambiar de ubicación el adverbio “inesperadamente”, otros querían sustituir “Entré en la cafetería y” por “Al entrar en la cafetería” o “la silla” por “el asiento”, otro postulaba que lo correcto era poner Juan al principio de la frase y un par de personas querían tildar “truhan”.

Había para todos los gustos, pero desde mi punto de vista ninguno de los cambios mejoraba la frase, ni siquiera escribir la tilde en “truhan” (la RAE acepta “truhan” y “truhán”), y así se lo hice saber a la clase. Anticipándome a nuevas sugerencias improvisadas, dirigí mis reticencias hacia la silla, esa silla que hacía chirriar mis oídos.

Veamos nuevamente la frase, ahora con algunas palabras enfatizadas en negrita.

Entré en la cafetería y el truhan de Alberto, inesperadamente, se levantó de la silla en la que estaba sentado y caminó hacia mí con los brazos abiertos.

Mi objeción a la frase no era de tipo sintáctico-gramatical sino conceptual. ¿Es posible que alguien pueda levantarse de una silla en la que no esté sentado? ¿Acaso podría Juan levantarse de la silla en la que estaba sentado Enrique? La secuencia de palabras “en la que estaba sentado” ni explica ni especifica, es simplemente “cháchara innecesaria”, es decir, “abundancia de palabras inútiles”, que es como el DRAE define este sustantivo en su segunda acepción. (Antes de que nadie me reproche nada, asumo que “cháchara innecesaria” es un pleonasmo, pues se presume que toda cháchara es innecesaria. Lo asumo pero mantengo la expresión porque tiene más potencial si va acompañada del adjetivo “innecesaria”, aunque aquí sea redundante).

Volvamos a la frase. La situación cambiaría si otorgáramos alguna cualidad a la silla: que fuera grande o pequeña, cómoda o incómoda, alta o baja, de roble o de abeto, etcétera. Pero escribir “en la que estaba sentado”, insisto, no aporta la menor información (y sí cierta ingenuidad).

Sumar, en este caso, consiste en restar, haciendo bueno el “Menos es más”.

La frase podría quedar así:

Entré en la cafetería y el truhan de Alberto, inesperadamente, se levantó de la silla y caminó hacia mí con los brazos abiertos.

Si hubiéramos explicado previamente que Alberto estaba sentado a una mesa (ojo, no “en una mesa”, a no ser que estuviera sentado “sobre ella”), podríamos ahorrarnos también otras tres palabras (“de la silla”) y dejarlo en

(…) se levantó y caminó hacia mí con los brazos abiertos.

¿Realmente es tan grave añadir palabras superfluas a un texto? Si pretendemos escribir con elegancia y precisión, sí. Una prosa elegante no puede permitirse el lujo de condenarse con este tipo de obviedades que atentan contra el buen gusto. Mirémoslo de esta manera: en muchas ocasiones escribir bien consiste en dosificar esfuerzos (en este ejemplo nos ahorramos cinco palabras, en otros podríamos ahorrarnos incluso párrafos enteros).

Así que estamos de buena suerte: el tiempo que empleamos en revisar con desconfianza todo lo que que escribimos nos permite, a veces, ahorrarnos un montón de palabras, algo que nuestros lectores, alérgicos a la cháchara innecesaria, agradecerán.

 

Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo.

 

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