El Diario Down: Tradiciones

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Francisco junior. Fotografía: Francisco Rodríguez Criado

El Diario Down: Tradiciones

Francisco Rodríguez Criado 

El ser humano vive en perpetua confrontación consigo mismo desde los tiempos de Atapuerca: no sabe si seguir siendo cazador o hacerse agricultor; si apoyar el zarismo de toda la vida o adherirse a la dictadura del proletariado; si convertirse en la persona que fueron su padre, su abuelo, su tatarabuelo… o reinventarse en un hombre nuevo. En definitiva, duda entre seguir la tradición o acatar sus propios designios.

Francisco, que ayer tuvo su primer contacto con la tradición, ha resultado ser un rebelde peligroso. Aprovechando que se celebraban las fiestas del lugar, la modista oficial, amiga de la familia, lo vistió de gallego. No podía ir más guapo este gallego ad hoc de siete meses: blusa de época blanca; chaleco de lana (rojo por delante y blanco roto por detrás), con pasamanería negra rematándolo todo; fajín ancho rojo de fieltro; gorro rojo en forma de semicono del mismo material y color, rematado con terciopelo negro y borlitas rojas; pantalón negro de lana rematado con tiras bordadas blancas en forma de volante y pompones rojos y verdes a ambos lados; calzas de media calada de hilo blanco; y para finalizar zapatos de piel negros con tira atravesada con botón.

Así iba el niño, al frente del desfile, en un carrito empujado por su madre, también vestida de gallega tradicional. Pero Francisco, que podría haber disfrutado jovialmente de la primera gran fiesta de su vida (ya tendrá tiempo para hacerse cazador, marxista o una copia mimética del bisabuelo), decidió ir dormido durante todo el recorrido, posiblemente en un mecanismo de autodefensa con el que obviar los perturbadores tambores de las numerosas peñas de música que amenizaban la fiesta.

Rechazando las indicaciones de la madre, cogí al niño en mis brazos para despertarlo al mundanal ruido. Pero Francisco, más anacoreta que juglar, prefirió seguir dormido, indemne a los cantos de sirena de este pueblo que se celebra a sí mismo, arruinando de paso el álbum de fotos que yo pretendía hacer con mi cámara réflex.

Solo cuando llegamos a la vivienda familiar, decidió Francisco abrir sus preciosos ojos azules y dedicarnos una de sus pícaras sonrisas. Yo aproveché la ocasión para hacerle una docena de fotos al tiempo que aceptaba con resignación el hecho de estar criando a un revolucionario subversivo que le da la espalda incluso a la más noble y saludable de las tradiciones.

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