
Microrrelato escondido de Cormac McCarthy en Todos los hermosos caballos
Leyendo Todos los caballos hermosos, de Cormac McCarthy (Debate, 1999), me he topado con uno de esos microrrelatos escondidos que tanto me gustan. Ya sabéis a qué me refiero, a esos textos ultrabreves que forman parte de obras literarias de mayor entidad (novelas, relatos, ensayos) y que a la larga, aunque no fuera la intención del autor, son leídos como microrrelatos independientes. Son, por así decirlo, microrrelatos escritos por casualidad. (La definición «microrrelato escondido» es de Alberto Mangel).
El que reproduzco a continuación podéis leerlo en la contraportada de la citada edición de Debate de Todos los caballos hermosos, pero prefiero rescatarlo directamente de la novela (página 9), porque la contraportada no incluye las últimas líneas.
“Su abuelo era el mayor de ocho chicos y el único que vivió más de veinticinco. Se ahogaron, les dispararon, les cocearon caballos. Perecieron en incendios. Solo parecía darles miedo morir en la cama. Mataron a los dos últimos en Puerto Rico en mil ochocientes noventa y ocho y aquel año se casó y llevó a su novia al rancho y debió de salir a contemplar sus posesiones y reflexionar largo rato sobre los designios de Dios y las leyes de la primogenitura. Doce años más tarde, cuando su esposa murió en la epidemia de gripe, aún no tenían hijos. Un año después se casó con la hermana mayor de su difunta esposa y al año siguiente nació la madre del muchacho y ya no hubo más nacimientos. El nombre de Grady fue enterrado con aquel anciano el día en que el viento del norte arrastró las sillas del prado por la hierba muerta del cementerio. El nombre del muchacho era Cole. John Grady Cole”.