
Opiniones de un corrector de estilo (51): Pensamientos misceláneos
Gracias a una amiga rusa hemos conseguido a un carpintero para que venga a hacer algunos arreglos en casa.
–Es un buen carpiiinteerooo –dice nuestra amiga–. Es amiiigoo mío, se llamaa Basiiiliio.
Pero nos consta que no se llama Basilio sino Vasili.
Me fastidia un poco que este buen hombre, Vasili, se haya convertido en Basilio. No lo entiendo, como no entiendo, por ejemplo, aquellas publicaciones que décadas atrás vieron la luz en España con el nombre, impreso en portada, de Ernesto Renan, en vez de Ernest Renan (¡La importancia de llamarse Ernesto!). Deberíamos respetar la literalidad de los nombres de origen, sin interferencias, al margen de geografías. Respetar el nombre es respetar a la persona. Vasili –estoy seguro– podría servirme de material literario, pero Basilio es un nombre que, con todos mis respetos, no me inspira nada.
¿Y de qué serviría llevarse al papel a un personaje ruso si luego resulta que se llama Basilio…?

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Este fin de semana voy a asistir en Madrid a un Congreso de Correctores, organizado por UniCo, La Unión de Correctores. A mí que soy aficionado a buscar mensajes ocultos escritos por el lenguaje de la vida me llama la atención que los correctores nos reunamos -con todos mis respetos, una vez más- en El Matadero de la ciudad, hoy reconvertido en un moderno centro creativo contemporáneo. Será muy moderno, pero, ay, cuando pienso en un matadero no puedo evitar pensar en aquellos relatos de Bukowski, padre del realismo sucio norteamericano, donde forzudos hombres de carga se echaban a la espalda reses ensangrentadas, todo ello en un ambiente sórdido.
En fin, hablaba del lenguaje de la vida. Pues bien, resulta que para mí un matadero ha sido siempre un lugar duro, prosaico, humilde y necesario. Cuatro adjetivos aplicables al oficio del corrector.
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En una gran parte de los manuscritos que corrijo detecto cierta tendencia incorregible (es solo un juego de palabras, al fin y al cabo corregir es mi tarea) a escribir varias frases lógicas en una sola frase (que de tanto estirarla como un chicle no resulta tan lógica). Comprimir tantas frases en una sola es como tratar de introducir la compra de toda la semana en una sola bolsa de plástico.
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Decía arriba que no se deberían traducir los nombres… Voy a retractarme: en algunos casos no solo es aconsejable sino además inevitable. Pongo por caso a Képler Laverán Lima Ferreira, el futbolista brasileño-portugués del Real Madrid. Respetamos que en la intimidad siga siendo Képler Laverán Lima Ferreira, pero en un campo de fútbol español, donde manda la querencia por un léxico sencillo y no el Libro de Familia, alguien así solo podría ser bautizado como Pepe o, en su defecto, Lolo.
La sabiduría de los aficionados, apoyada en la cultura popular, hizo en su momento una corrección plausible. Algo de lo que Pepe, al parecer, nunca se ha quejado.