El periodista chileno Ernesto Bustos Garrido, colaborador de Narrativa Breve, solía leerle a sus nietos –cuando eran pequeños– este cuento infantil de Marie Tenaille y Monique Touvay, “Un robot pour les vacances”, publicado en 1988 por la Editorial Gautier-Languereau”. Ernesto nos ofrece hoy una traducción al castellano de dicho cuento para disfrute de los lectores del blog, grandes y pequeños.
UN ROBOT PARA LAS VACACIONES, un cuento infantil de Marie Tenaille y Monique Touvay
Era el momento… era el minuto esperado. Por fin el profesor Nikelec, exultante, sabría de qué era capaz el pequeño robot que había construido en su taller.
Lo mira con arrobo y le dice dulcemente.
-Te llamarás Gotou. Te he construido como un ser inteligente. Las conexiones que hay dentro de tu cabeza harán que me obedezcas al sonido de mi voz. Tú sabrás hacer de todo. ¡Serás Gotou el HáceloTodo!
Entonces el pequeño robot, que estaba dotado del don del habla, le dijo a su mentor:
-O.K. de acuerdo.
El robot tenía una vocecita metálica un tanto chillona.
-Me gustaría que me llamaras Goto-el Robot -sostuvo la maquinita. Lo encuentro más gracioso, apuntó enseguida.
-Entonces serás Goto –respondió el profesor Nikelec un poco asombrado. No pensaba en que el pequeño robot pudiera discernir y trabajar las opciones. Creyó que sería necesario algún tipo de ajuste, todavía. Pero no lo haría ese día, si no a la mañana siguiente, justo cuando se iniciaban las vacaciones en casi todo el territorio francés. Y dejó al muñeco de metal en el estudio y él se fue al jardín a regar sus claveles.
Pero Goto siguió trabajando su mente. Al escuchar la palabra “vacaciones” su cabeza se llenó de ideas. Después de un momento de reflexión, el pequeño robot se dirigió, con paso decidido, hacia la puerta del taller. Giró el picaporte y salió. El profesor Nikelec estaba tan absorto con sus plantas que no advirtió el movimiento de Goto. En ese momento solo tenía ojos para sus hermosos claveles blancos y rojos.
Pobre profesor Nikelec: En su emoción él también había olvidado poner el cerrojo a la puerta de calle y tampoco escuchó cuando la portezuela del jardín rechinó en el momento en que el robot la abrió para salir.
Este avanzó con rapidez por un camino de tierra. Sus pequeños pies metálicos iban muy rápido, muy rápido. Goto se sentía capaz de seguir caminando y tomar por su cuenta la ruta de las vacaciones. Eso había decidido: irse de vacaciones, solo, sin su inventor.
No tardó en dejar atrás su casa y acercarse a la autopista. En un par de minutos estuvo en una bomba de bencina. De pronto un auto de color rojo se estacionó frente al dispensador de combustible para que llenaran su estanque. El pequeño robot, muy cerca del auto, sin saber por qué, levantó su brazo derecho.
-Mira, un robot que está haciendo dedo (auto-stop) –exclamaron unos niños que iban en el asiento trasero.
-Subámoslo, antes que papá reanude la marcha –propuso uno de ellos.
De un salto Goto se encaramó en el asiento trasero. Ya se había instalado.
-¡Oye! me aplastas. Este es mi lugar –protestó Ludó.
-Shiss, Alec y Cecile hicieron callar a su hermano más pequeño. ¡El robot es nuestro secreto! –dijeron.
-Tranquilo, niños –señaló el padre, quien no se había dado cuenta de nada al retomar la autopista.
Atrás, en el asiento trasero, Ludó, Alec y Cecile cuchicheaban sin parar. Le preguntaban cientos de cosas al robot.
-¿Qué sabes hacer? -preguntó la niña.
-Todo -respondió el muñeco-. Un poco de todo, añadió.
“Eso estará por verse”, pensaron Alec y Cecile
Y para no llamar la atención, Alec propuso:
-¡Mamá! ¿Por qué no jugamos a las preguntas y a las respuestas?
-Buena idea –dijo la señora Mireille.
Y lanzó la primera pregunta:
-¿De qué color es el caballo blanco de Napoleón?
-Rosado –le susurró Goto a Alec en su oreja.
Este repitió la respuesta.
Risas generales, excepto el robot, que se mostraba orgulloso de su intervención.
-¿Cuál es la altura de la torre Eiffel? –preguntó el padre.
-Doscientos trece metros –sopló Goto dentro del oído de Cecile, quien no tardó en hacer suya la respuesta.
-¡Error! –dijo el padre–. La cifra es al revés.
-¿Altura del monte Blanco? –preguntó la mamá.
-Tiene 7.084 metros –aseguró el muñeco, haciendo que sus tres amiguitos se equivocaran.
-Hoy no han acertado ninguna –comentó el padre–. ¿Qué les sucede?
El juego, sin embargo llegaba a su fin.
-Estamos llegando –anunciaron sus padres, y se detuvieron frente a la puerta de un albergue vacacional.
-Niños, advirtió la madre. Descarguen el auto mientras papá y yo vamos a revisar las habitaciones.
-Quédate dentro del auto –le dijeron los niños a Goto–. Que papá y mamá no te vean. Solo nosotros sabremos que estás aquí –señaló Alec.
-O.K. de acuerdo –respondió el muñeco sin estar muy convencido de lo que era conveniente.
Los niños comenzaron a bajar las maletas.
-Es muy divertido –comentaba Cecile.
-Un poco chiflado a veces –dijo Ludó.
-A mí me encanta cómo es –expresó finalmente Alec.
-O.K., de acuerdo –repitió el robot con su pequeña voz metálica, preparándose para actuar.
¡Rayos! De repente, sin que los niños lo pudieran contener, Goto tomó las maletas y volvió a ponerlas dentro del auto. Decididamente todo lo hacía al revés.
-¡Oh, qué es esto! –exclamó la mamá al descubrir la presencia del muñeco.
-¡Un robot doméstico! –señaló sorprendido el padre–. Miren niños; un robot. Apuesto a que nunca habían visto uno así.
Entonces Goto, molesto y malhumorado, empezó a emitir extraños sonidos, algunos como si fueran una alarma de ataque aéreo.
Ante la evidencia, Alec contó la verdad:
-Lo hemos tomado en la gasolinera, cuando estaba haciendo dedo.
-Es nuestro amigo, dijo Ludó.
-Y se llama Goto, reveló Cecile.
-¿Y qué sabe hacer?, inquirieron los padres.
-Él sabe hacer de todo; él hace de todo y comprende todo además, señalaron los niños.
El padre y madre se sintieron cautivados por el robot. Le hablaban y Goto les respondía muy serio y cuidándose de no hacer alguna tontería.
-¿Quieren que haga algo? –preguntó con su vocecita chillona.
-¿Podrías lustrar los zapatos de papá? –preguntó mamá Mireille.
-¡Seguro!, dijo Alec–. Él lo hará.
-¿Y prepararnos unas tostadas? –pidió Ludó.
Goto se adentró en el albergue y se dirigió a la cocina; tenía hambre, pero en lugar de lustrar los zapatos, los puso en el tostador y el pan que encontró lo embetunó con pasta para sacarles brillo a los zapatos.
Todos rieron. Aparecieron vecinos y pasajeros del hotel.
-Pídanme una sola cosa a la vez –exigió el muñeco un poco confundido al ver tanta gente–. Así estoy programado –aclaró.
Los vecinos empezaron a hacer preguntar y a pedir acciones.
Los niños temieron nuevas tonterías.
Un pasajero le solicitó un vaso de agua. Gotó no tardó un minuto en traer el pedido, pero cuando el señor probó el agua, descubrió que era limpiador de pisos.
Alec, Ludó y Cecile acudieron en su ayuda.
-Goto –le dijeron– podrías regar el jargín.
Grave error. El pequeño robó se apoderó de la manguera y comenzó a mojar a todo el mundo, dejándolos empapados. Quedó el desbande.
Entonces, para evitar nuevos errores tomaron a Goto y se lo llevaron a una de las habitaciones. Allí había un televisor encendido y justo en ese momento pasaban una noticia muy importante.
Aparecía en pantalla un señor que decía llamarse Nikelec que hacía un llamado a la audiencia. Goto lo reconoció.
-Mi pequeño robot Goto se ha escapado de mi casa y lo grave es que aún yo no había verificado todas sus conexiones. Puede cometer errores – advirtió–. Sabe hacer de todo, pero le falta un gramo de razón. Si lo ven o lo encuentran, por favor devuélvanmelo a casa. Se lo suplico.
La familia quedó impactada. Goto también se veía preocupado.
-Es necesario devolverlo a su inventor –dijo el padre.
-Es lo mejor, señaló la madre.
Por primera vez en el día los niños estaban de acuerdo. En tres minutos estaban todos arriba del auto.
-¿Te conoces el camino? –preguntó Cecile.
Goto respondió moviendo su cabeza. No le salía el habla.
Una hora después estaban en casa del profesor Nikelec. Cuando el robot bajó el auto, pisoteó los claveles y corrió a los brazos de su padre. Este lo estrechó con cariño. Los niños observaban emocionados.
-Voy de inmediato a corregir las conexiones –advirtió el inventor–. Gracias por traerlo.
En el taller y sin la presencia de testigos, destapó con sumo cuidado la cabeza de su muñeco. Con un alicate especial desconectó los cables que comandaban las múltiples acciones del pequeño robot, esas que conducían a locuras y errores; solo dejó en su lugar los “chips” del habla y del movimiento, y de paso reconectó el cable amarillo, ese que controlaba las emociones de su invento y generaba un sentimiento parecido al amor, en el pecho rígido de Goto.
Un robot pour les vacances, Editorial Gautier-Languereau. Colección Petite Pomme – Imprimé en Italie. 1988
© Traducción para Narrativa Breve: Ernesto Bustos Garrido
Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile) es periodista de la Universidad de Chile, donde impartió clases así como en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha trabajado en diversos medios informativos, fundamentalmente en La Tercera de la Hora. Fue editor y propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar.
Amante de los viajes y de la escritura, admira a Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Francisco Coloane, Ernest Hemingway, Cervantes, Vicente Blasco Ibáñez, Pérez Galdón, Ramiro Pinilla, Vargas Llosa, García Márquez, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.