
SUEÑO DE DYLAN
José Blanco
(cuento)
Soñé que cantaba ante un auditorio compuesto solamente por dylans. Todos los espectadores eran Bod Dylan con el aspecto característico de las diferentes etapas de su dilatada carrera. Aunque estaba medio cegado por los focos, lo veía repetirse hierático en las primeras filas y adiviné también su rostro displicente envuelto en la penumbra de la platea, del gallinero.
Era extraño estar ahí sobre el escenario concentrando esa multitud de miradas azules que me observaban con curiosidad. Sentí, de pronto, pánico escénico, pero ya había empezado mi actuación y debía continuar. El sudor frío me recorría la espalda y resbalaba mis manos por la superficie de la guitarra. Los dedos no obedecían al propósito del concierto, trasteaban ostensible en cada nota. Me sentía traspasado por esas pupilas aceradas que se multiplicaban en el patio de butacas, incluso por aquellas protegidas por las lentes oscuras de unas Ray-Ban Wayfarer. Entonces me di cuenta de que había olvidado completamente la letra. Abochornado, traté de salir del paso improvisando un par de versos que me devolvieran la seguridad.
No sé por qué comencé a hilar algo acerca de un incendio que se había declarado en un refugio de la montaña… Muchos se apresuraron a subir allí para intentar apagarlo…
Un Dylan desgreñado de negro riguroso que hasta entonces parecía dormitar en la segunda fila, se incorporó y encendió un cigarrillo.
Todos en el valle se preguntaban si habría víctimas… Algunos admiraron incluso la belleza de las llamas en la distancia porque se sabían a salvo… Otro Dylan con bigotillo y levita alzó su sombrero y se atusó tímidamente la pelambrera.
Quien más quien menos elaboró mentalmente una lista de las cosas que salvarían del fuego… Aquí hacía una enumeración aleatoria sobre la línea melódica que se supone era el estribillo: prendas irremplazables, viejas fotografías, la pequeña hacha con el filo mellado que alguien heredó de un pariente pionero… El joven ayudante del colmado tenía alma de poeta… Lo que él veía arder en cambio era la casa común, la casa de todos… Y lo que habría que salvar quizás para poder reconstruirla era, insistió, determinadas palabras…
El Dylan del Óscar cuchicheaba algo al oído del Dylan del Papa. Sin embargo, qué extraño todo, ya no era la presencia múltiple del maestro lo que me angustiaba, sino la historia inventada sobre la marcha, la intuición que estaba cobrando forma. El tema comenzaba a adquirir cierto dramatismo, por lo que me veía transpirando en el proscenio, redoblando mis esfuerzos para no desviarme del asunto.
El joven ayudante del colmado, alma de poeta, un intenso brillo en sus ojos… Si el triunfo fuera sólo un logo serigrafiado en una camiseta, no serviría…
El Dylan de Highway 61 me miraba desafiante, seguramente porque supo de inmediato a donde quería llegar. El Dylan de la enésima conversión se mostraba muy ufano con un pañuelo blanco en la cabeza, seguramente por la misma razón. Fui enlazando una nueva retahíla de palabras y asociaciones azarosas a la manera de los automatismos surrealistas.
Si nación, estado o patria no fueran equiparables a justicia, probidad y rectitud, no servirían… Si la utopía fuera sólo una malformación congénita en un primate, no serviría… Si Dios fuera sólo una de las acepciones de dominación, tampoco…
Un Dylan con la faz embadurnada se retrepó en el asiento, cruzó las piernas a lo indio y apoyó la barbilla sobre sus dedos entrelazados, meditabundo, mientras el Dylan de los Traveling Wilburys, sentado a su lado, volvía el rostro hacia las siluetas del fondo, desentendiéndose. Buscando un golpe de efecto inquirí a este último, forzando al límite los registros más altos de mi voz.
Qué dirían del amor, serviría el amor o acaso fuera otro error evolutivo, sólo uno más…
Sentía la conexión. Todo fluía.
Y si la verdad fuera un motor trucado que sólo lograra alcanzar su punta de velocidad en el desierto…
Con un gesto enérgico detuve la ejecución y dejé en suspenso, flotando en el aire una última alusión muy del gusto de la concurrencia:
…Clamando en el desierto…
Para entonces ya había perdido la noción del tiempo y, si he de ser sincero, tampoco es que me preocupara excesivamente si me estaba extendiendo. No en vano tenía ante mí al autor (¿o debería decir los autores?) de una grabación de 16 minutos y 31 segundos. Lo sorprendente era que esa odiosa sensación, la tan revisitada y desasosegante experiencia de la epifanía poética como fiasco, como hecho fallido, como oportunidad malograda, comenzaba a desvanecerse, y yo, por fin, a disfrutar de mi medio acierto. Disfrutaba de la variedad de sombreros en la sala, disfrutaba de las plumas, los fulares, los maquillajes, los chalecos, los cueros y la sorna inveterada que investía a cada uno de los clones de ese sujeto.
El joven ayudante del colmado, alma de poeta, exhortaba a sus convecinos a apagar el fuego no con agua, sino con sed…
…
José Blanco. Barakaldo, 1965. Poeta. Trabaja la escritura, el collage, la música y la edición. Ha publicado Las obras de la mar. Las obras del amor (Premio de Poesía “Arcipreste de Hita”, Ayto. de Alcalá La Real, Jaén, 1992), Cuaderno de bitácora (Premio de Poesía “Mariano Roldán”, Ánfora Nova, Rute, 2000), Mira mi corazón preso en el ámbar de los instantes eternos (Baile del Sol, Tenerife, y Diógenes Internacional, Madrid, 2005), Las nubes (Baile del Sol, Tenerife, 2006), Memoria del caos (Baile del Sol, Tenerife, 2009) y Poemas del sublime cotidiano (Babilonia, Navarrés, 2013).