
ESCRIBIR EN EL SIGLO XXI
“Escribir en Madrid es llorar”, dijo Larra cargado de razón. Que me lo digan a mí, que ayer cobré un mísero talón de Amazon por la mísera venta de mis libros digitales y el banco se ha quedado con la mitad del importe (todo era mísero menos la comisión). No entiendo el hambre de escribir ficción que está proliferando en este país en los últimos años. La escritura creativa es una válvula de escape que promete mucho pero que acaba concediendo poco. Queda demostrado –al menos en el caso de este pobre mortal– que el sacrificio de concebir, escribir y pulir historias primero, y de editarlas en formato digital después, no ha servido sino para engrosar las cuentas de esos grandes banqueros a quienes costeamos sus millonarias tarjetas oscuras.
Deberíamos abandonar la literatura (“que inventen otros”, Unamuno dixit) y dedicarnos a cualquiera de las múltiples actividades torticeras que han hecho ricos a facinerosos sin escrúpulos. “¡Pero nosotros tenemos escrúpulos!”, exclamará algún espíritu libre. Cierto, tenemos escrúpulos, y así nos va.
Escribir es una tarea difícil y a veces ingrata que conlleva tiempo y esfuerzo y exige cierto talento. Larra, que tenía mucho de ese talento, acabó pegándose un tiro. Pero el siglo XXI no se presta, como quizá sí lo hiciera el XIX, al drama sanguinolento. Lo mejor es asumir. Asumir que vivimos en una sociedad asimétrica donde las oportunidades están al alcance de todos y los privilegios, ay, en manos de unos pocos.
Escribir, en la mayoría de los casos, no es el camino para conseguir el éxito sino para sacudirnos, negro sobre blanco, la mosca purulenta del fracaso.
Artículo publicado en El Periódico Extremadura el 15 de octubre de 2014.