
Aurea García, colaboradora de El despotricador cinéfilo, nos hace llegar ese artículo sobre una película de actualidad, La isla mínima, de Alberto Rodríguez –que aún no he visto, por cierto. Aurea disecciona la película y nos informa de sus puntos más fuertes, pero también de sus defectos
La isla mínima (2014) de Alberto Rodríguez
Por Aurea García
Dos policías al parecer expedientados (aunque esto no queda demasiado claro) son enviados a un remoto pueblo de las marismas del Guadalquivir para investigar la desaparición de dos hermanas jovencitas durante las fiestas. Los policías ideológicamente opuestos se enfrentarán durante la Transición pero en una comunidad -la marismeña- anclada en el pasado a unos salvajes asesinatos. El director ha confesado que esta historia comenzó a gestarse hace unos años visitando una exposición del fotógrafo sevillano Atín Aya en la que se captaban formas de vida desarrolladas durante medio siglo en las marismas y que la mecanización del campo se llevó por delante. Al parecer también tuvo en mente la obra del prematuramente fallecido novelista chileno Roberto Bolaño «2666» que por cierto fue maravillosamente llevada a escena por el grupo catalán del Teatro Lliure hace unos años con un apabullante éxito de crítica y público.
En las marismas del río conviven unos personajes que son fruto de un pasado político y social en los que se dan riqueza y pobreza, más miserias que alegrías, y en el que la gente más joven desea salir de allí a toda costa pasto fácil pues para todo tipo de abusos.
La película se estructura como una investigación rutinaria con métodos nada científicos que transcurre con un ritmo pausado con muchos silencios y miradas que a mi entender no son suficientes para explicar lo que ocurre: la palabra es la palabra y aunque el cine originariamente fuera mudo los recursos de los que se echaba mano eran otros ¿no? La historia pues va creciendo poco a poco, despacito mostrándonos unos paisajes misteriosos e imborrables de gran belleza y un tanto perturbadores mientras se va desarrollando esta oscura trama que retrata una época supuestamente democrática pero con el franquismo aún muy presente, y no sólo por las fotos del dictador que cuelgan de las húmedas y desconchadas paredes marismeñas, sino también por la manera de proceder de los personajes y por el ambiente opresivo que se respira. No olvidemos que está al caer el «tejerazo» o sea el «23F», es decir, el «se sienten coño».
Entre estos personajes tenemos aparte los dos policías protagonistas al juez que mete prisa, al rico hacendado con trazas caciquiles y aparentes buenas maneras, el chulito guaperas, los inevitables «civiles rutinarios», el padre descerebrado, la madre silente y sufridora, los de la pesca que son los mismos que los de la droga y hasta una adivina que, mira tú por dónde, ahora se pusieron tan de moda entre nuestros «honorables» políticos. Decíamos pues que la película avanza de forma mas bien lineal y pausadita y, de repente, se pone a correr desaforadamente sin aclarar nada demasiado de tal modo que la gente salía del cine preguntándose unos a otros «Oye, pero quién es el asesino» y no me refiero, claro está, a la fantasmal persecución nocturna bajo la torrencial lluvia marismeña, que eso gusta mucho al personal sino a que a ese final que le falla algo porque no es que sea «abierto» sino que es CONFUSO ,que es algo muy distinto. Uno espera que el mensaje de que «la justicia NO es igual para todos» quede un poquito más clarificado, que sea pelín más explícito, porque es que si no…en fin ya me entienden.
Los actores están espléndidos especialmente Javier Gutiérrez y la riqueza visual de la película es incuestionable pero…mi querido señor Watson o sea mis queridos señores guionistas (en este caso el propio director y el señor Cobos López) no nos dejen «in albis» por favor que somos medio listillos pero no pitonisos.
OTRAS RESEÑAS CINEMATOGRÁFICAS