
PODEMOS
La irrupción de Podemos es reactiva a la corrupción del gobierno: a mayor corrupción, mayor irrupción del grupo de los indignados. No sabemos si la indignación y la filosofía del “Peor que estamos ahora no vamos a estar nunca” son el mejor punto de partida para dirigir un país, pero no tardaremos mucho en comprobarlo: cada caso de corrupción pepera les concede un aluvión de votos.
Podemos comenzó como un partido anti-sistema que pretendía doblegar a la casta política. Sus planteamientos, utópicos, estaban condenados al fracaso. Sin embargo, como diría Groucho Marx, “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Comenzaron como un partido asambleario pero ahora se han vuelto presidencialistas. Se oponían al pago de la deuda externa pero ahora hablan de flexibilizarla. Eran afines a las políticas represoras de Venezuela, pero ahora se niegan a citar a Chávez y a Maduro. Coqueteaban con Eta pero ahora hablan de los peces de colores. Se presentan como el partido del pueblo, pero renuncian a presentarse a las elecciones municipales en un sibilino gesto de cálculo político.
Pablo Iglesias ya se ha quitado el pendiente para no perder electores. Algún día –si acaba gobernando– se quitará también la coleta y acabará engullido por la casta y por el afán de poder, ese afán que ya le obliga a decir donde dije digo, digo Diego. Está viviendo un momento dulce e irrepetible: goza de un voto de confianza cuasi religioso, basado en la fe ciega. Es el profeta del siglo XXI y nos augura un mundo sin crisis, sin desahucios, sin corrupción.
Debemos prepararnos para ir con él al cielo o al infierno.