Cuento de Raúl Morales Álvarez: La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio

Ocurrió una noche con alegre y dispendioso reparto de propinas para los ciegos bebedores y faunescos, como sátiros sin vista. Les había ido mal en su recorrido por las misteriosas casas del amor comercializado, y se desquitaban en “La Pata” de la larga jornada cansadora. Cuando Eulalio tiró sobre una de las panderetas los primeros billetes del regalo pródigo, todos los malandras y hasta los cafiolos presentes imitaron el gesto del Cabro, con el aire despreocupado de auténticos gentilhombres de avería y desarrapados. Alegre de dinero, como un Rey Midas, el ciego que hacia la colecta llegó con la pandereta pedigüeña hasta la mesa de un conocido matón nocturno.

 

Cuento de Raúl Morales Álvarez: La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio

El bar “La Pata” dinamizaba su perenne escándalo en calle Eyzaguirre sobre su acera sur-oriente, dando la vuelta por San Diego hacia Arturo Prat, en el sector sur de la capital. Era un boliche sucio y sombrío, de una belleza casi siniestra, donde se bebía en altos potrillos un vino borracho y envenenado, tipo “marcha atrás”, y se sorteaba de la misma forma el albur de los besos que de las puñaladas, sin que los unos ni los otros lograsen asombrar, en ningún instante, a su airada clientela de guapos y ninfas trasnochadas. Los ciegos, que venían de las casas de “caramba y zamba” (lenocinios) en busca de los últimos tragos y las últimas propinas, tocaban donde “La Pata”, un romántico estruendo de violines y acordeones. Ladrones y poetas, artistas y pistoleros, bailaban con las muchachas de grandes ojeras, que sonreían ajados labios, ante los espejos rotos. “La Pat” fue el refugio de las últimas madrugadas violentas de Santiago. Ahora hay, ciertamente, otros boliches similares. ¡Pero qué distintos!

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Allí llegaba el “Cabro Eulalio”, atraído por el extraño y tumultuoso imán de ese reducto de calle Eyzaguirre, cuando la noche marchaba al encuentro del amanecer. Le gustaba esa hora casi gris, casi dorada, donde siempre se encuentran pretextos para beber una botella más junto a unas cuantas palabras amables. Era uno de los clientes más generosos, con diez dedos pródigos para repartir billetes entre las muchachas que sufrían por la mala noche sin amor, los borrachos con sed y sin un peso en los bolsillos, y los ciegos que tocaban para él, en su homenaje, los últimos tangos de arrastrados firuletes. Fue allí donde el “Cabro Eulalio”, también, demostró su hombría y tremenda condición humana para asombrar a Santiago entero, y afirmar la conquista de la ciudad que él se echaba al saco.

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Ocurrió una noche con alegre y dispendioso reparto de propinas para los ciegos bebedores y faunescos, como sátiros sin vista. Les había ido mal en su recorrido por las misteriosas casas del amor comercializado, y se desquitaban en “La Pata” de la larga jornada cansadora. Cuando Eulalio tiró sobre una de las panderetas los primeros billetes del regalo pródigo, todos los malandras y hasta los cafiolos presentes imitaron el gesto del Cabro, con el aire despreocupado de auténticos gentilhombres de avería y desarrapados. Alegre de dinero, como un Rey Midas, el ciego que hacia la colecta llegó con la pandereta pedigüeña hasta la mesa de un conocido matón nocturno. El hombre lanzó sobre los billetes una mirada ávida. De pronto se alzó con ellos de un manotón y le dio un empellón al ciego. “La Pata”, repentinamente, se quedó en silencio.

Lo cortó la voz del Eulalio: “Devuélveselos, pídele disculpas, y dale, encima, todo lo que llevas…”. Hablaba con un extraño acento, sin alteraciones, helado y cortante, las manos fuera de la chaqueta, de pie en medio de todos, como agigantándose por momentos, y pronto a la acción. Frente a él, en su silla, ante la mesa sucia de vino y de tabaco, el ladrón iba empequeñeciéndose, con el temor asomado a sus pupilas y el rostro desfigurado por el miedo. Pero obedeció. Devolvió el dinero. Pidió disculpas. Las subrayó vaciando sus propios bolsillos. Luego se fue, como escurriéndose. y “La Pata” volvió a estremecerse con su antiguo estruendo. Pero aún no había terminado todo.

 

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Porque la segunda parte vino cuando regresó el matón zamarreado y despojado. Y no lo hizo solo. Lo acompañaban amigos y hermanos, gente que entró armando rosca, el dedo en el gatillo, disparando al bulto de Eulalio. Agazapado este, saltando como un gato, multiplicándose en los rincones, buscando siempre los huecos donde él fuese el único blanco, el “Cabro Eulalio” respondió el fuego. Lo hizo con pólvora y puntería mortífera, de acuerdo a su costumbre y a su fama. Tumbó al agresor y saltó afuera. La calle era su vieja amiga y le facilitó la huida y el escondite. La policía llegó enseguida, pisándole los talones, pero solo encontró silencios y negativas. Nadie había visto al “Cabro Eulalio”.

Pero aún, tampoco, había terminado todo.

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Porque el “Cabro Eulalio” decidió entregarse. Lo hizo sin ninguna influencia sobre su voluntad. Apareció a la tarde siguiente en el Segundo Juzgado del Crimen de Santiago, que timoneaba Federico Peña Cereceda. Mostró la verdad al Juez. Era la misma que resumían las informaciones de la prensa y los partes policiales. Había matado a un hombre. Cierto. Pero lo había hecho en defensa propia, y más que eso, en defensa de un estricto concepto de esa verdadera justicia, que a veces se olvida y queda al otro lado de lo que determinan las leyes y los códigos. Lo comprendió así el juez. Esa misma tarde, después de oír a Eulalio, el magistrado firmó su libertad. El Cabro salió a la calle con nuevos ímpetus para adueñarse de la ciudad, que entonces, en ese momento, le estaba incluso agradecida.

 

Notas

* Raúl Morales Álvarez, (Premio Nacional de Periodismo 1964), considerado uno de los mejores y más grandes cronistas del siglo XX, era un genio para desenterrar historias de guapos y mafiosos. Los conocía a todos lo mismo que a los “ratis” (policías). Escribió en varios periódicos y revistas usando distintos seudónimos: El Repórter N°13; Simbad el Marino, Arcadio Montana, Sagitario, Capitan de Navío, Argonauta, La Huasa, y Sherlock Holmes. Este último fue el más conocido. Casado con la escultora Helena Wilson, tuvo con ella cuatro hijos.

** Trabajé con él en el diario La Tercera de la Hora y en el diario Austral de Temuco y fui compañero de su hijo Gabriel Morales Wilson, en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile entre los años 1964 y 1965.

*** Este relato está basado en hechos reales. La orquesta de ciegos fue una auténtica agrupación musical integrada por no videntes. Cuando el clima de violencia se hizo insoportable en los bares aledaños al Matadero, emigraron hacia el centro de Santiago y terminaron tocando en “El Rey de las Papas Fritas”. Por su parte, el “Cabro Eulalio” fue uno de los zares de la vida nocturna en el barrio Franklin, al sur de la capital, Santiago. “Un choro de tomo y lomo”. Sus andanzas delictivas quedaron archivadas en cientos de partes policiales y en crudos relatos de la crónica roja de los años 50 y 60. Era guapo y no sabía reclamar ni quejarse. Las mujeres de todas las condiciones se rendían a sus pies.

Ernesto Bustos Garrido

 

Ernesto Bustos Garrido Ernesto Bustos Garrido (Santiago de Chile) es periodista de la Universidad de Chile, donde impartió    clases así como en la Pontificia Universidad Católica de Chile y en la Universidad Diego Portales. Ha  trabajado en diversos medios informativos, fundamentalmente en La Tercera de la Hora. Fue editor y  propietario de las revistas Sólo Pesca y Cazar&Pescar.

 Amante de los viajes y de la escritura, admira a Pablo Neruda, Gabriela  Mistral, Nicanor Parra,  Vicente Huidobro, Francisco Coloane, Ernest Hemingway, Cervantes, Vicente Blasco Ibáñez, Pérez  Galdós, Ramiro Pinilla, Vargas Llosa, García Márquez, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.

 

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2 comentarios en «Cuento de Raúl Morales Álvarez: La Pata, los ciegos y el Cabro Eulalio»

  1. FRANCISCO, QUÉ GRAN SITIO. CUÁL ES TU E-MAIL?. ME GUSTARIA COLABORARTE, PUES, RAUL MORALES ALVAREZ, ESCRITOR Y PERIODISTA CHIENO, ES MI ABUELO Y HOY TRABAJO SU ANTOLOGIA. GRACIAS.-

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    • Rubén, te dejo mi correo. Yo soy nieto de Jorge Rubén Morales Álvarez, me interesan antecedentes sobre la familia. Sldos. (moralessillard@gmail.com)

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