Entrevista a Pedro Triguero-Lizana

Entrevista a Pedro Triguero-Lozana
La humanidad en peligro. El fin del mundo en el cine, de Pedro Triguero-Lizana (Rebross, Cáceres, 2013)

LAS ENTREVISTAS DE NARRATIVA BREVE

Pedro Triguero-Lizana

La humanidad en peligro. El fin del mundo en el cine (Rebross, 2012)

Por Miguel Bravo Vadillo

Pedro Triguero-Lizana (Madrid, 1970) es licenciado por la Facultad de Geografía e Historia (rama de Historia del Arte) de la Universidad Complutense de Madrid. Fue colaborador de los fanzines de cine Revista de cine Chomón, Revista de Cine Chomón Sonoro, Boletín Chomón Sonoro y Súper 8, entre 1994 y 2000. Fue ganador de un premio –quizá el primero, Filmax no dio muchas explicaciones– del “Concurso de Crítica Filmax 100 años de cine” en 1996. Colabora en la revista de cine Versión Original desde 2005. Fue uno de los coautores del libro colectivo Otro cine es posible, coordinado por Francisco Rebollo y editado por el Festival Internacional Cine-posible de Extremadura y la Junta de Extremadura, en 2008.

Hoy charlamos con él a propósito de su libro La humanidad en peligro (El fin del mundo en el cine), que vio la luz en 2013, editado por la Fundación ReBross de Cáceres; un libro en el que Triguero-Lizana da un repaso exhaustivo a las películas más relevantes que, a lo largo de la historia del cine, han tratado el tema del apocalipsis en sus más variadas formas.

Miguel Bravo Vadillo: Bueno, Pedro, como ya dijera Charles Dickens, haciendo gala de su habitual ironía, “mientras haya hombres que puedan anunciar el fin del mundo, éste no llegará nunca” (al menos no en la vida real). Tampoco, añado yo, llegará ese fin mientras nosotros podamos hablar sobre él. Ahora bien –y creo que esta primera pregunta es de rigor sobre una obra de estas características–, ¿por qué un libro sobre “el fin del mundo en el cine”?

Pedro Triguero-Lizana: Antes de nada, muchas gracias por esta entrevista. Yo llevaba ya varios años con la idea de publicar un libro sobre cine. A fines del 2011, Paco Rebollo y la Fundación ReBross, que son quienes publican la revista de cine Versión Original, en la que yo colaboro, me dio la oportunidad de publicar un libro, dentro de la colección de libros de cine que llevan publicando desde hace años, con la editorial Notorious. De los temas que le propuse a Paco, uno de ellos era el del fin del mundo en el cine, y ése fue el que me aceptó.

¿Por qué un libro sobre el fin del mundo en el cine? El fin del mundo es un tema que siempre me ha interesado, desde todos los puntos de vista; quiero decir, desde un punto de vista científico, desde la ficción propuesta por la literatura, el cómic, el cine, ahora la televisión… Estudiar el fin del mundo desde el punto de vista del cine era para mí un reto y un privilegio, entre otras cosas porque suponía entrar de lleno en el cine de ciencia-ficción, que me apasiona.

Naturalmente, hay más razones. El fin del mundo es un tema muy importante, que afecta a todos. ¿Cómo sería ese fin del mundo? ¿Cómo afectaría a cada uno de nosotros, cómo lo afrontaría cada persona? Ese “y si…” es lo que plantea la ciencia-ficción. Además, era un tema sobre el que había pocas cosas publicadas en España. Por otro lado, las circunstancias, como las habladurías en torno a un posible fin del mundo en el 2012 –un año que me pasé viendo películas apocalípticas– y, ya más en serio, la crisis económica, social y política que vivimos, daban más pertinencia al proyecto. Incluso, si me apuras, te diré que es un tema que me parece muy atractivo, comercialmente hablando. Claro que, en este país se lee tan poco… Y libros sobre cine, menos aún.

En la vida todo se debe un poco al azar, y en este caso, creo que es así también. Quiero decir que yo tenía, y sigo teniendo, más ideas para más libros –de cine, y de otras cuestiones–, pero este libro en concreto surgió del “maridaje” repentino entre mi proyecto y una posibilidad de publicación. Si esta concatenación de hechos favorables no se vuelve a dar, imagino que este libro, mi primer libro, será el último. Pero hay que tratar de ser optimista.

 

MBV: En un pasaje de tu libro dices que “es errónea la idea que a veces se tiene de que estos apocalipsis imaginados por el cine (…) son situaciones que no pueden darse en la realidad, y pertenecen sólo al ámbito de la imaginación y la ficción más visionarias”. En uno de sus haikus Mario Benedetti nos dice que él puede aceptar la muerte del hombre, su fin como individuo, pero no el fin de la humanidad en su conjunto. Comparto más tu opinión que la de Benedetti (al fin y al cabo, resulta contradictorio aceptar la desaparición total de un individuo y no la del colectivo al que pertenece); y es que la aceptación de la muerte (esto es, de la completa extinción) de un solo hombre lleva implícita, creo yo, la aceptación del mismo desenlace para la humanidad. Por otra parte, la especie humana no sería, llegado el caso, la primera que se extingue sobre la faz de la Tierra. Sin embargo, es cierto que hay películas que tratan sobre ese posible “final” de una manera más verosímil que otras. A este respecto, ¿qué películas te parece a ti que tratan ese fin del mundo, o de la humanidad, de una manera más creíble? ¿Y cómo imaginas tú el fin del mundo (si es que lo imaginas de alguna manera)?, ¿coincide, quizá, con el fin especulado por alguna de las películas que repasas en tu libro?

PTL: Lo que más define al ser humano es, aparte de la inteligencia, la capacidad para resolver problemas, la sociabilidad, etc., es su adaptación a todo tipo de medios y entornos, y, en relación con lo anterior, su enorme e ilimitado afán de supervivencia; supervivencia como individuo, claro, pero también como sociedad, como especie. Yo creo que en el ser humano hay un medio de defensa psicológica que hace que no pensemos en la muerte más que lo mínimo imprescindible. De igual modo, pensar en el fin del mundo podría ser la desaparición parcial de la sociedad humana, o su desaparición completa; por un cambio en las condiciones que hacen habitable este planeta, por la misma destrucción de la Tierra, pero no de sus habitantes… o por causas que tal vez dejaran intacto el planeta, y la vida que hay en el mismo, pero no a los seres humanos.

Hay otra característica en el ser humano, sobre todo en el actual, y es la necesidad de control. Necesitamos que todo esté controlado, que todo se pueda prever, que todo se reduzca a rutina. Sin embargo, las personas pueden fallar, la tecnología puede fallar, todo puede fallar. El futuro, por definición, es incierto. La desaparición de Internet, por ejemplo, sería sentida como una catástrofe enorme, a escala mundial, y sin embargo, Internet es una red informática que casi nadie usaba hace tan sólo 15 años. Por lo mismo, la desaparición de la energía eléctrica haría retroceder la vida cotidiana, y la civilización, de una manera brutal. El fin del mundo no tiene por qué ser algo violento, espectacular o ruidoso; simplemente, puede ser algo que cambie nuestra vida de forma negativa. Lo que quiero decir es que el fin del mundo es una cuestión relativa y cambiante, aunque siempre presente, porque en una civilización siempre está presente su decadencia o su desaparición. Cuanto más sofisticada sea una civilización, más sofisticados serán, seguramente, los apocalipsis que se imagine, o se plantee.

Los fines del mundo planteados desde el siglo XX por la literatura, el cine y las series de televisión forman parte de esa progresiva sofisticación. Centrándome en el cine, a mí me parece muy creíble el fin del mundo planteado en un film reciente, Melancolía (Melancholia, 2011), dirigido por Lars Von Trier, y que está presente en la portada de mi libro. ¿Por qué razón en concreto? Tal vez, por ser un apocalipsis desprovisto por completo de esperanza.

En cuanto a cómo imagino yo el fin del mundo… Es curioso cómo los relatos audiovisuales se han convertido en algo tan importante, culturalmente, que es a través de ellos como imaginamos un apocalipsis real. Por eso yo he imaginado el fin del mundo –uno que fuera lento y paulatino, claro– como una mezcla de las situaciones planteadas en Soylent Green: Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), de Richard Fleischer, y Mad Max/ Salvajes de la autopista (Mad Max, 1979), de George Miller. Es decir, empobrecimiento generalizado de la sociedad, empeoramiento de las condiciones de vida, desaparición de los combustibles derivados del petróleo, degradación de las instituciones y las leyes… En todo esto hay miedos muy reales, problemas muy reales. El cine siempre corre el peligro de quedarse corto, frente a la dura realidad. No sé si con esto respondo a tus preguntas.

 

MBV: Lo haces sobradamente. Verás, mientras leía tu libro también releía algunas cartas de Séneca a Lucilio. En una de ellas, la decimotercera, escribe lo siguiente (transcribo el párrafo completo porque no tiene desperdicio): “Pronto nos allanamos a la opinión, nunca ponemos a discusión las cosas que nos inspiran temor, no las sometemos a examen alguno; no hacemos sino temblar y huir como soldados que pone en fuga la polvareda que levanta un rebaño en desbandada, o al que llena de pánico una falsa alarma de origen desconocido. No sé qué sucede pero los males quiméricos alarman más, tal vez porque los verdaderos tienen medida; todo cuanto proviene de lo incierto queda a merced de conjeturas y fantasías del alma atemorizada. Por tal razón no existen terrores tan perniciosos e irremediables como los terrores pánicos, ya que los otros nos arrebatan la reflexión, pero los primeros aun la misma razón”. Y pensé que una buena manera de ilustrar esto sería la anécdota, a la que también haces referencia en tu libro, sobre la emisión radiofónica de La guerra de los mundos (la novela de H. G. Wells) en 1938, a cargo de un jovencísimo Orson Welles, y que produjo el pánico colectivo en EE.UU.

En fin, parece que el ciudadano medio tiene una fe ciega en los medios de comunicación. Y si la radio o la televisión dice que nos invaden marcianos, pues hay quien se lo cree a pie juntillas. ¿Cómo no van a creer, entonces, en la existencia de una supuesta crisis y en cuantas explicaciones y soluciones quieran dar al respecto las esferas de poder, así como en cualquier tipo de propaganda ideológica? Es evidente que esos grupos dominantes son conscientes de las múltiples posibilidades que les ofrece esa confianza que el ciudadano deposita en estos medios y, a su vez, de la oportunidad que les ofrecen para orientar nuestros miedos y ansiedades en su propio beneficio. Según mi opinión este es el tipo de miedo (miedo pánico, miedo irracional a lo desconocido) que utilizan todas las religiones para implantar su estatus y desarrollar su poder. Pero ¿cómo crees tú que actúan los gobiernos y otros grupos de poder, como el financiero o económico, para sacar provecho de estos miedos tan arraigados en la ignorancia, y, en su caso, cómo los promueven para luego poder explotarlos? Porque es evidente que se trata de crear una determinada atmósfera, o un círculo vicioso, en que los grupos de poder lleven la voz cantante y los ciudadanos ofrezcan la menor resistencia posible, actuando como hipnotizados (como zombis de algunas de esas películas que también comentas en tu libro).

Y ya puestos, ¿nos puedes recomendar algunas películas en las que se muestre este tipo de manipulación de manera más o menos realista? Es decir, ¿podrías citar algunas películas en las que se desvele este tipo de manipulación como una denuncia, y otras películas que no la desvelen, sino que su mensaje podamos considerarlo (según tu criterio) manipulador; y todo esto tras la máscara de un cine de supuesto carácter apocalíptico (que es el tipo de cine que examinas en tu libro)?

PTL: Todo lo que dices es interesante, pero tal vez nos estamos desviando un poco de lo que yo trato en mi libro. Por supuesto, el miedo es un arma muy poderosa, y muy antigua. La propaganda política también es muy antigua. Tanto la propaganda como la manipulación están a la orden del día, no hay más que ver la campaña que, a la mayor gloria de la monarquía, ha aunado a la mayoría de los medios de comunicación españoles en este mes de junio de 2014. Si algo demostró Orson Welles en 1938, es que a la gente se la puede manipular muy fácilmente, incluso en una democracia, aunque ésa no fuera la intención de su famoso programa de radio. Basta con usar con convicción un sentimiento tan poderoso como el miedo.

Hablas de la fe ciega del ciudadano en los medios de comunicación. Noto que hoy día se hace mucho hincapié en palabras como “ciudadano” o “ciudadanía”, tal vez para asegurarnos a nosotros mismos que vivimos en una democracia. El “ciudadano” es un consumidor, y, por tanto, pasivo, conformista, acomodaticio. Delega responsabilidades, pone su entera confianza en los demás. Consume, entre otras cosas, información, datos filtrados y enfocados por otros. A lo que voy es a que la manipulación y la propaganda son procesos inherentes a la sociedad de consumo, una sociedad en la que, me parece a mí, lo importante es la cantidad, no la calidad del producto. En cuanto a los modos de proceder de los gobiernos, tú mismo los describes con agudeza. Los recortes de los últimos años… No se trata de acabar con la crisis, se trata de aprovechar ésta para instaurar un nuevo orden más favorable a los intereses del capital. Los zombis son, en efecto –y no seré yo el primero en apuntarlo– una metáfora perfecta del consumidor: un consumidor animado por un consumo incesante, e inconsciente, pero que, en realidad, está muerto, sin saberlo.

La doctrina del shock (The Shock Doctrine, 2009), de Michael Winterbotton y Mat Whitecross, es un documental que va, creo, en la línea de desvelar las mentiras del sistema. Respecto al otro tipo de cine, más que de manipulación, yo prefiero hablar de mensajes, en el cine de ciencia-ficción. Hay películas apocalípticas recientes con mensajes claramente conservadores. El fin del mundo, en muchas ocasiones, es un tema usado no para pensar en revoluciones, o en sociedades más justas, sino para todo lo contrario, para reforzar valores o instituciones que se creen amenazados, como la familia. Eso, en mi modesta opinión, expresa un mensaje de signo conservador. En efecto, el miedo puede servir para reforzar los valores dominantes de un sistema.

Todo ello no implica que yo, por un prurito moralista, vaya a dejar de ver películas así, siempre que sea consciente de sus mensajes. Pero lo mío ya es pura perversión, supongo, porque soy capaz de ver auténticos bodrios, si plantean un fin del mundo mínimamente entretenido.

 

MBV: El cine suele mostrar un fin del mundo que casa con las preocupaciones sociales y políticas del momento, a veces tratando de explotar la presencia en el hombre de ciertos miedos atávicos para inculcarle un determinado mensaje ideológico. Precisamente una de las cosas que más me gustan de tu libro es que has realizado un estudio minucioso del cine de carácter apocalíptico dividido por décadas, siguiendo el criterio de los miedos colectivos que imperaban en cada uno de estos períodos históricos. Distintas épocas históricas parecen sugerir diferentes miedos. Pero ¿qué década, o décadas, crees que han reflejado mejor los miedos colectivos de su tiempo; o en qué décadas se ha hecho mejor cine de carácter apocalíptico? ¿Podrías recomendarnos las que tú consideres las dos o tres mejores películas de esas décadas? Y, teniendo en cuenta la situación histórica actual, ¿cómo imaginas tú que será el cine apocalíptico en un futuro inmediato?, ¿a qué se supone que la humanidad debe temer en estos momentos y dónde debería poner sus esperanzas de salvación?

PTL.– Sí, en efecto, mi intención era desde el principio elaborar una visión histórica, no sólo haciendo un repaso histórico, por orden cronológico, o por décadas, sino también tratando de relacionar las imágenes de las películas con el contexto histórico –desde el punto de vista político, sobre todo– de cada década. Me pareció un enfoque muy interesante y, para el tema del que iba a tratar, muy productivo, muy sugerente. La década de los 50 del siglo XX reflejó muy bien los miedos colectivos de su tiempo, de un modo claro y cristalino, seguramente porque en esos años los peligros que podían causar el fin del mundo estaban muy centrados en el escenario, siempre presente, de la guerra nuclear; y porque aún estaban muy presentes los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial.

  La década de los 70 es también muy interesante en esa conjunción entre cine y contexto histórico: a la Guerra Fría se superponen las crisis energéticas, sociales, de mentalidad y costumbres…

En cuanto a mis títulos favoritos de la década de los años 50, siento una especial debilidad por Crónica de un ser vivo (Ikimono no kiroku, 1955), de Akira Kurosawa, que no es un film de ciencia-ficción pero expresa muy bien los miedos de la época. También recoge muy bien los miedos de la época La hora final (On the Beach, 1959), de Stanley Kramer, un film que destaca por su mezcla de melancolía y desesperación, y porque plantea un fin del mundo absolutamente creíble, con un tono implacable. De los años 70, recomiendo Soylent Green: Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), de Richard Fleischer, y que, pese a ser menos dura que la novela en la que se basa, para mí es un hito del cine de ciencia-ficción, y del cine en general. Te puedo recomendar también Nueva York, año 2012 (The Ultimate Warrior, 1975), de Robert Clouse, un film infravalorado, poco conocido, pero que hace pensar.

Teniendo en cuenta la situación histórica actual, es difícil imaginar cómo va a ser el cine apocalíptico. Es posible que sigan siendo importantes cuestiones como la familia en peligro, o la nación en peligro, así como el modelo de “survival horror”. Hollywood, como un tipo de narrativa cinematográfica, como una estrategia comercial, como mercadotecnia, incluso como marca, está en decadencia, al menos en relación con el Hollywood del siglo XX. Antes Hollywood podía hacer cine “mainstream”, o para todos los públicos, y al mismo tiempo de calidad, con relativa facilidad. Últimamente, desde hace años, esa conjunción le es cada vez más difícil.

Buena parte del cine apocalíptico va en la línea, poco arriesgada, de los “remakes”, las secuelas y las sagas: por ejemplo, dentro de unos días se va a estrenar la cuarta entrega de “[REC]”.

La última pregunta que me haces en este bloque de preguntas es muy difícil de responder. Hoy día hay bastante desinformación; por ejemplo, el seguimiento que ha dado la televisión de la pandemia del ébola es y ha sido alarmista y desproporcionado. Creo que los desafíos a los que se enfrenta la humanidad, hoy día, son muchos. ¿Podrá el desarrollo científico y tecnológico hacer que una población mundial cada vez mayor pueda seguir disfrutando del máximo nivel de vida? ¿A dónde nos llevará la explotación continuada e intensiva de los recursos naturales, especialmente de los no renovables, como el petróleo? Luego está la radical división de la sociedad entre ricos y pobres, una división que cuestiona la democracia, y cualquier ideal político. Luego están la indiferencia, la desidia, el egoísmo, el olvido del pasado, el consumismo… La humanidad debería poner sus esperanzas en la solidaridad y la cooperación entre todos. Pero para eso es necesario otro tipo de sistema, que no conduzca a la competencia, ni a la acumulación de riqueza, ni a la glorificación de la riqueza, ni a la injusticia, ni a la desigualdad.

MBV: Leyendo tu libro he descubierto algunas películas que no conocía, y que a juzgar por tu crítica tienen un argumento fascinante. Desde luego no siempre la película más inteligente es la más costosa de realizar, ni tiene por qué ser la más brillante desde el punto de vista técnico; incluso muchas películas caen en argumentos maniqueos o en burdos mensajes encaminados a defender determinados intereses políticos y comerciales. Me ha llamado mucho la atención que resaltes cómo en algunas películas que tratan el fin del mundo se establezca un paralelismo (más o menos explícito) entre el fin de la civilización (o eso que entendemos por civilización) y el fin del capitalismo y de la sociedad de consumo. Pero, dentro de eso que podríamos llamar el género de cine apocalíptico, ¿crees que alguna película plantea un mensaje conciliador u optimista para la humanidad, y que lo hace de manera inteligente?

PTL.- Bueno, si en mi libro se trazan paralelismos entre el fin de la civilización y el fin de la sociedad de consumo es, supongo, porque estos dos aspectos, civilización y consumo, están muy imbricados entre sí, por suerte o por desgracia, en el mundo actual. Y eso es algo que reflejan algunas de las películas sobre las que escribo, aunque a veces de forma tangencial, o metafórica. Por otro lado, en cuanto a la pregunta que me haces sobre si hay mensajes conciliadores u optimistas… No sé, es una pregunta que creo que queda un poco fuera de lugar. Las películas que tratan sobre el fin del mundo, se cumpla éste o no, por fuerza son, o han de ser, pesimistas, o muy pesimistas. A veces, además de pesimistas, son lúcidas, trágicas, críticas, espectaculares… Precisamente, me acabo de acordar de un título reciente, que menciono en el libro, 2012 (2012, 2009), un largometraje dirigido por Roland Emmerich, que plantea un desenlace sumamente optimista y conciliador, en tanto que la catástrofe mundial sirve como un revulsivo o una catarsis para los supervivientes. Y sin embargo, pese a ese optimismo final, me parece una película relamida, redundante, y poco inteligente. No sé si con eso respondo a tu pregunta, pero es que me es difícil generalizar.

MBV.- ¿Pero a qué crees que se debe la fascinación que siente el ser humano por el apocalipsis? ¿Piensas que más allá de ese supuesto temor al fin de la historia o de la humanidad podemos hablar de un anhelo de utopía (aquí en la Tierra o en cualquier otra parte), como si, en cierto modo, hubiera que destruir este mundo para crear otro nuevo?

PTL.- Bueno, tú mismo respondes a tu pregunta. En general, estoy de acuerdo con lo que dices. Pero destruir este mundo para crear otro nuevo es sólo la perspectiva positiva del tema, que por fuerza ha de ser pesimista. Desde un punto de vista pesimista, la utopía puede quedar atrás en el tiempo, en tanto que el mundo real, el del director de cine o el del escritor de ciencia-ficción que crean, es mucho mejor que el mundo futuro que se propone en la ficción. Es el caso de una novela tan pesimista como ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, publicada en 1966 por Harry Harrison, o el de su versión cinematográfica, Soylent Green: Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973), dirigida por Richard Fleischer. Ambas son ficciones con fechas y datos ficticios, que no se han cumplido, pero no por ello son fracasos, como predicciones, porque en ciencia-ficción es más importante el mensaje que el dato concreto, o la inconsistencia científica, que también la hay a veces. La novela elabora un sombrío vaticinio en el que la superpoblación, y además, el agotamiento de los recursos naturales debido al excesivo consumo, y al exceso de población, han llevado a un punto crítico en el que la sociedad humana, representada por la ciudad de Nueva York, ha caído en la pobreza generalizada, y, peor aún, en un estado de decadencia y deterioro.

Evidentemente, no hemos llegado a ese punto, en el año 2015, pero los problemas globales como la superpoblación, contaminación, agotamiento de recursos, desigualdades sociales, pobreza, hambre, violencia, etc., están ahí, y mucha gente hace como que no existen, y no lo hará hasta que esos problemas amenacen su vida cotidiana. De hecho esos problemas ya cambian la vida cotidiana de muchas personas, en el mundo subdesarrollado primero, después en el resto del mundo. Otro problema está en el autoengaño, en la inconsciencia de la civilización humana, de una civilización que cree que la superpoblación no es un problema, que el progreso es infinito, que el desarrollo tecnológico lo soluciona todo, y que su modelo económico, basado en el hiperconsumo, en la sobreexplotación, y en un crecimiento ilimitado, es compatible con el medio ambiente y con unos recursos naturales finitos, limitados.

En su novela, que no es perfecta, pero sí muy sugerente, Harry Harrison expone el problema, sin pretender dar una solución. En mi libro, que tampoco es perfecto, yo también me limito a exponer cómo el cine ha tratado de exponer problemas y situaciones graves, o catastróficos; a veces, proponiendo héroes que tratan de salvar al mundo, claro. El problema –o no, porque cada medio de expresión tiene unos intereses propios– es que, en el cine sobre el fin del mundo, a menudo se han preferido las figuras heroicas y las líneas argumentales sólidas a la solidez y la verosimilitud de la exposición de los problemas, como se advierte comparando la película mencionada de Richard Fleischer con la novela de Harrison, y eso pese a que el film de Fleischer es de lo más deprimente que ha propuesto el cine de ciencia-ficción, que yo recuerde… Quizá por eso no se ha vuelto a rodar una adaptación de la novela de Harrison, hasta la fecha.

Esto me lleva a otra reflexión, que supongo que es también pesimista: al igual que el público del cine, la gente, en general, sólo admite oír hablar de problemas si a la vez se da una solución, o una salida.

 

MBV.- Para acabar, en lugar de hacerte una pregunta, me gustaría invitarte a que hicieras una reflexión final sobre lo que te parezca más sugerente de tu libro, a tenor de las conclusiones que tú mismo hayas sacado al documentarte y escribirlo.

PTL.- Yo pienso que el fin del mundo, el miedo al fin del mundo, es un tema muy importante, que tiene que ver con la historia de la humanidad, con el concepto de civilización, y naturalmente con los miedos humanos, especialmente el miedo a la muerte. Lo apocalíptico es un concepto cambiante, que cambia con la civilización y con el contexto histórico, pero siempre ha estado ahí, y siempre estará. El cine, un medio de expresión audiovisual muy importante, y por tanto parte fundamental de las manifestaciones culturales recientes, a lo largo del siglo XX, y en el siglo XXI, por fuerza debía de adaptar, y adaptó, e interpretó, ese miedo a las diversas circunstancias históricas y sociales, planteando el asunto con diversas sensibilidades, y acertando más o menos.

Creo que también se puede deducir del texto que he escrito en mi libro que la importancia de ese tema no ha impedido una gran variedad y libertad a la hora de tratarlo, en consonancia con la variedad de causas que podrían desencadenar ese apocalipsis: guerra, hambre, colisión de cuerpos celestes…

 

MBV: Hemos llegado al final de esta entrevista. Ha sido un placer conversar contigo sobre un tema que es más apasionante de lo que a priori podría parecer. Ahora ya sólo me queda pedirte que nos recomiendes un cuento y un poema para los lectores de NarrativaBreve. Gracias, Pedro; y hasta siempre.

PTL.- En cuanto a la recomendación que me pides, últimamente no leo poesía. Por eso me limitaré a recomendar un libro de cuentos de Julio Cortázar, Bestiario, y una novela que me ha gustado mucho, “Mi vida entre los muertos”, de Serge Brussolo.

 

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