La princesa manca, de Gustavo Martín Garzo (fragmento)

La princesa manca, Gustavo Martín Garzo, (fragmento)
Hylas with a Nymph (1893). John William Waterhouse. Fuente de la imagen

La princesa manca, de Gustavo Martín Garzo (Fragmento: El corro de las muchachas)

Se quedó dormido. Oía el rumor de las hojas, y sentía moverse a los pájaros entre las ramas buscando también ellos acomodo para pasar la noche. Al despertarse, había vuelto a amanecer. Oyó un remoto sonido, que enseguida identificó como de lejanas campanas. Ese sonido hacía temblar el aire, que era transparente y fresco, como recién lavado. Se levantó. Seguía en el bosque, pero no en el pequeño soto en que se había dormido. Se trataba ahora de un verdadero bosque, lleno de árboles majestuosos, cuyas ramas se entremezclaban sobre su cabeza formando una cúpula infinita, llena de esplendor y de vida. No sabía dónde se hallaba, ni cómo había llegado hasta allí, y lleno de confusión empezó a caminar bajo los árboles, como si avanzara por el fondo de un sueño. De pronto, oyó voces. Eran voces de muchachas, que se mezclaban con el sonido de sus risas y con el rumor del agua. Se acercó silencioso, procurando que no notaran su presencia. Vio el río y, un poco más allá, un pequeño arrollo, que corría a su lado lleno de reflejos. Las aguas transparentes del arroyo lavaban las grandes piedras, redondas y blancas, como huevos de aves enormes, y su corriente movía los juncos y las florecillas, que temblaban afectadas por súbitos estremecimientos. El espectáculo que contempló unos metros más allá, en un pequeño remanso, le hizo detenerse maravillado. Un grupo de muchachas se bañaba en el arroyo, en medio de alocadas risas y de una inagotable conversación. Chillaban, se perseguían, no dejaban de reír ni de salpicarse con el agua. Era un lugar recogido, bajo los grandes árboles, y las manchas de sol se movían con el viento eligiendo ya segmentos vivísimos de sus cuerpos –los hombros, los pequeños y delicados pechos, las piernas elásticas-, ya zonas de la orilla o de la misma superficie del río sobre los que formaban islas vertiginosas que Esteban reencontraba y perdía a cada momento. Pero no fue el espectáculo de los hermosos cuerpos, de la alocada y radiante muda de sol, lo que más le sorprendió, sino el que todas las muchachas carecieran de mano izquierda. La habían perdido a la altura misma de la muñeca, y aquella pérdida terrible, que por otra parte no parecía empañar para nada su felicidad, daba a la escena un aire de irrealidad y pesadilla.

¿Estaba soñando, eran reales aquel bosque, los árboles imponentes, las muchachas jugando despreocupadas en el río, o se trataba de un sueño del que de un momento a otro despertaría sin haber desentrañado su misterio? Hizo un nuevo descubrimiento. En la orilla, y atados a los árboles, había numerosos perros. Tenían un aspecto poco tranquilizador, y miraban a un lado y a otro en actitud vigilante, pues eran ellas sin duda las que los llevaban al bosque para protegerse de los posibles ataques de animales salvajes. Siempre había temido a los perros, y reaccionó con verdadero pavor ante la presencia de aquéllos, cuya fiereza y tamaño no permitían ciertamente presagiar nada bueno en caso de caer en sus fauces. ¿Qué pasaría si le descubrían las muchachas y los soltaban en su persecución? Estaba retrocediendo cuando tropezó con una rama, y perdió el equilibrio. Cayó ruidosamente al suelo. Los perros se pusieron a ladrar, tirando enfurecidos de sus cadenas, y las muchachas abandonaron temerosas el agua. Una de ellas corrió decidida hacia él. Esteban trataba de esconderse bajo el matorral pero el movimiento de la chica fue más rápido. Sus ojos se encontraron en la espesura, y esa mirada le recordó la de los animales del bosque. Fue como si se reconocieran, como si ya se hubieran visto en otra parte y no tuvieran que explicarse quién era cada uno ni lo que hacían allí. A ella apenas le había dado tiempo a cubrirse, y su piel relucía por la humedad. Cuando se dio cuenta, retrocedió avergonzada. Sus hombros y sus piernas estaban llenos de pequeñas gotas, que brillaban de una forma cegadora, como si su sustancia fuera la de la luz. Se miraron en un instante eterno, olvidados del todo, como si estuvieran solos sobre la tierra. Luego se rompió el hechizo. Las otras muchachas gritaban desde el río, y ella tuvo que volverse para tranquilizarlas. No les reveló la verdad. Habló de un jabalí y de que, al verla aproximarse, había huido por la orilla del río. Luego regresó donde Esteban y le dijo muy bajito que se fuera enseguida. “Corres un gran peligro”, murmuró emocionada. Y, antes de marcharse, le sonrió dulcemente. Era una sonrisa henchida de una luz desconocida, magnética, como nunca antes había contemplado, y que por unos instantes le hizo concebir a Esteban la idea de pedirle que se quedara a su lado, que le ayudara porque estaba perdido y no tenía a dónde dirigirse. Pero los perros se pusieron a ladrar de nuevo y Esteban inició una furiosa carrera. No sabía qué pensar, ni de qué forma aquel encuentro sorprendente con las muchachas mancas se relacionaba con su amiguita. ¿Pertenecería a una de ellas? ¿Tal vez a aquélla que se había aproximado a él y le había protegido con su dulzura?

Corrió con el corazón agitándose en su pecho como el ave cautiva que se golpea contra los barrotes de su jaula. Se paraba un segundo entre las hojas y escuchaba, tratando de percibir los ladridos de los perros, pero su propia respiración le impedía hacerlo. Avanzaba un trecho más, y se detenía a escuchar de nuevo. Así hasta que cayó al suelo y ya no se levantó. Pensaba en los perros y en que de un momento a otro saldrían de los matorrales para despedazarle, aunque estaba demasiado cansado para seguir huyendo. Había cerrado los ojos pero la inminencia de la muerte le hizo volver a abrirlos para despedirse del bosque. Vio los árboles y, dividiendo el azul del cielo, una columna de humo. Se elevaba sobre las ramas formando una escala interminable y su último pensamiento fue lo hermoso que sería subir por ella, ascender por esa escala hasta situarse fuera del mundo, lejos de la tristeza, donde nadie pudiera hallarle.  

Datos del libro:

  • Nº de páginas: 144 págs.
  • Encuadernación: Tapa blanda
  • Editorial: DEBOLSILLO
  • Lengua: CASTELLANO
  • ISBN: 9788499894119

http://www.casadellibro.com/libro-la-princesa-manca/9788426415561/1065492

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